Si bien la huella creativa de Alberto Lescay Merencio resulta inconmensurable, él como persona no se ufana de grandeza alguna.
Sigue siendo el niño travieso del lomerío, el adolescente conguero del carnaval, el joven ávido de estudios, el hombre que pidió dinero prestado a la esposa para comprar una botella de ron el mismo día que le dijo a Fidel, en una de las sesiones del IV Congreso del Partido, que junto a sus compañeros donaba el pago que debía recibir por las obras de la Plaza de la Revolución Antonio Maceo.
Es, aunque a primera vista alguien crea lo contrario, tal cual le gusta sean las personas: sencillo.
Va por las calles sin reparos de detener el paso ante el anciano que lo interroga “¿qué de nuevo está haciendo?”; ante el niño que lo tutea; o frente a quien medio pasado de tragos le comenta jocoso, “ayer te vi en el vidrio”.
Confiesa que a 365 días de haber recibido la estrella dorada de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, el mismo año que fue reconocido como Premio Nacional de Artes Plásticas, le sigue latiendo la satisfacción de haber hecho cosas que “pasan por uno, pero les sirven a los demás”.
“El trabajo, cuando se hace de manera consciente, es reparador, constructivo, emocionante y lo mismo puede decir un tractorista, o un ponchero; uno ve en lo que hace una autorrealización y le produce felicidad. Es bueno hablar de eso a los jóvenes, porque el trabajo no necesariamente hay que asumirlo como una forma de conseguir una mejor vida material.
“Por eso no nos detenemos, percibo que tengo alguna experiencia en la vida y quiero compartirla con las personas más jóvenes. He tenido la tendencia a no solo ocuparme de los procesos creativos, sino también de lo social, ahí están mis años en la Unión de Jóvenes Comunistas, en lo que antes fue la Brigada Hermanos Saíz, hoy Asociación, como diputado, como miembro del Comité Provincial del Partido…
“Esa vocación hacia otras formas de influir en la sociedad me acompaña, incluso ahora con la Fundación Caguayo. Siento que todavía puedo aportar y aprender mucho”.
¿Y enseñar mucho?
“Sí, claro que sí, nuestros talleres son también escuelas, pero en general me siento en condiciones de intercambiar ideas del proceso revolucionario, tengo muchas inquietudes del desarrollo de la sociedad y busco maneras de canalizarlas, me encantaría expresar algunas opiniones que pudieran ser interesantes”.
Por aquí podría comenzar, Maestro.
“Gracias, porque en verdad estamos en una etapa muy complicada del mundo, dada una conjunción de factores en los cuales todos participamos de manera consciente o no.
“El gran imperio está feneciendo y no quiere morir. Pero antes de hacerlo dejará secuelas, daños, los imperios no se rinden, no aceptan el fin cruzados de brazos. Eso está en la agenda del mundo, y nosotros como parte de él tenemos efectos concretos. El mayor es el bloqueo, esa acción brutal donde el factor humano no interesa, es simplemente no aceptar que alguien pueda atreverse a enfrentar al imperio.
“En nuestro ámbito estamos decididos a construir una nueva sociedad, pero debemos hacerlo con personas preparadas y dispuestas, algo bien complejo teniendo en cuenta todo el contexto que nos rodea, el capitalismo y el poder del dinero.
“De eso tenemos que hablar, en particular con los jóvenes, pero hacerlo sin formalismos y sin triunfalismos y aprecio que hay mucho de eso en nuestras organizaciones políticas y sociales”.
¿Y un poco de miedo? Miedo de ser mal interpretados, de ser juzgados de manera errónea.
“Sí. No acabamos de darnos cuenta de que hemos creado una sociedad muy inteligente y que los métodos de trabajo deben ir de acuerdo con esos niveles creados por nosotros.
“A veces nos quedamos con esquemas viejos que no contribuyen de una manera importante a que los jóvenes sigan el camino, sigan el ejemplo de manera consciente, mucho más en medio de momentos convulsos como estos, con los medios de la desinformación inundando de mentiras las redes sociales, utilizando fórmulas que son engañosas, pero atractivas, en especial a los jóvenes.
“Eso sin duda confunde a muchos que creen en cantos de sirena y deciden abandonar el país. A veces a mí me da lástima ver cómo arriesgan sus vidas, cómo están a merced de traficantes de personas sin el más mínimo escrúpulo.
“Yo soy de los que creen que es necesario viajar, conocer otros países, interactuar con otras culturas. Emigrar es normal, los cubanos somos el resultado de grandes migraciones, lo malo es que se haga de una forma irresponsable.
“Hay que revisar las instituciones para ver cómo después de la pandemia se van recuperando y atemperando a ese trabajo para apoyar a los jóvenes y a los niños en su proyección integral, e ir detectando incluso los futuros líderes, esa es una responsabilidad muy grande”.
Desde el arte también debe asumirse esa responsabilidad. ¿Cómo lo hace la Fundación Caguayo que usted lidera?
“El mundo de la subjetividad, de la espiritualidad, forma parte esencial del ser humano, porque no solo es lo material. El necesario equilibrio entre uno y otro es lo que puede dar la felicidad a las personas.
“Por eso me he entregado al arte y he tratado de sumar a otros, me interesa mucho la formación de jóvenes para dar continuidad a esta experiencia de Caguayo, con un trabajo honesto, ético, consecuente con su propio surgimiento, en 1995, en pleno período especial.
“De ahí nace el que no les temamos a los momentos difíciles. Los momentos difíciles también sirven. Sirven para probarse a uno mismo, para concebir ideas nuevas acordes a la situación, para movilizar los recursos que tenemos dentro y nunca los habíamos expresado.
“Trato de influir en ello desde el punto de vista conceptual, eso me interesa muchísimo.
“De igual modo está el proyecto Somos, con mis hijos artistas, en un escenario público, El Ingenio, en la calle Enramadas. Se trata de un espacio para la poesía, la danza, la plástica, en conjunción con la salud profunda del ser humano, el naturismo, la paz interior.
“También trabajamos en el Prado de las Esculturas en una zona rural próxima a la ciudad, ya rescatado del abandono en que estaba, para que se integren la estética, la naturaleza y la historia de Cuba, teniendo en cuenta el entorno donde está enclavado, cerca del vara en tierra donde el teniente Pedro Sarría salvó a Fidel, que fue salvar la Revolución, con la frase de que las ideas no se matan”.
Ideas que volverán a defenderse este Primero de Mayo en la plaza que bien podríamos identificar como la plaza de Lescay.
“De Lescay no, de Maceo, y Maceo puede seguir ayudando mucho, como mismo lo puede hacer Aponte, en cuyo monumento estoy trabajando ahora. Yo los asocio mucho porque son personas, por cierto, negras —no podemos desconocer que a veces se ha minimizado la capacidad de los negros— con un nivel de visión, de entrega, que sin duda son precursores de toda la grandeza, la fuerza e inteligencia de este pueblo.
“La Plaza Antonio Maceo es un símbolo, como lo es la frase de Fidel de que Cuba será un eterno Baraguá. De manera que esa plaza debe seguir siendo y viéndose, para eso la hicimos, como escenario de optimismo, de espíritu de lucha, de combate por nuestro socialismo.
“Eso me hace feliz, ese es el premio mayor, junto con el respeto del pueblo, que le interesa el trabajo que hago.
“Todo comienza por ahí, por ese trabajo en el que me fragüé con el legado de mi abuelo mambí, de mi padre, de mi madre, acompañado por la suerte de haber nacido en 1950, y que justo cuando comenzara a preguntarme quién quería ser, qué quería ser, triunfó la Revolución”.