Al menos en la placita que está en la esquina de mi casa, este invierno y primavera que ya casi terminan hubo una oferta decorosa de vegetales y viandas. Atrás quedó la imagen de tiempos atrás, cuando solo exhibía anaqueles casi siempre vacíos con unos pocos productos.
Pero tampoco eso indica que sus clientes estemos completamente satisfechos con lo que allí hallamos, en ocasiones que resultan mucho más frecuentes de lo que querríamos, a pesar de que los altos precios se equiparan en prácticamente todos los mercados agropecuarios.
Como sabemos, la forma de gestionar la comercialización agrícola solo es una parte del problema, y no es la varita mágica que resuelve el problema de la producción, distribución y venta de alimentos para la población.
Para el cliente, en definitiva, lo más importante no es cuál es la manera en que se organiza el comercio agropecuario, sino la disponibilidad de productos, la calidad de las ofertas, lo asequible de los precios y el respeto en el trato.
Algunos de estos elementos han tenido una discreta mejoría a partir de la reorganización de los distintos tipos de mercados que hubo a mediados del pasado año. Ahora están en igualdad de condiciones para comprar y vender productos a productores y centros mayoristas, aunque en varios de ellos todavía no haya señales sustanciales de cambio.
Los precios, sin dudas, son el elemento más discutido y sobre el cual las diferentes formas de gestión no han logrado toda la incidencia que tal vez alguien se imaginó que tendrían.
Si es posible apreciar tal vez, en la mayoría de los casos, una mejor actitud comercial, más ganas de vender y hasta una iniciativa mucho mayor como norma, asunto que antes era muy diferenciado entre las diferentes modalidades de mercados.
Porque lo que define el buen funcionamiento de un mercado agropecuario no es esta o aquella manera de administrar la propiedad y de establecer relaciones entre las partes económicas, sino que es la dinámica en su gestión propiamente dicha, para incrementar ofertas y satisfacer las demandas de la población.
La vinculación directa con los productores es una manera bastante eficaz de saltar por encima de los encarecedores intermediarios. Pero ello requiere también de un balance más adecuado entre los diferentes territorios, asunto que no siempre funciona con eficacia bajo esas leyes de libre concurrencia.
Hay que insistir más quizás en la búsqueda de mecanismos financieros específicos para conducir la oferta hacia donde hay mayor demanda insatisfecha. Pienso, por ejemplo, en el redireccionamiento que podría lograrse a partir de la diferenciación en las tarifas por el alquiler de espacios o en los tributos a pagar en cada lugar, mecanismo que casi no se usa.
Por supuesto, eso haría más compleja posiblemente la labor de las instancias reguladoras de los mercados, pero valdría la pena que de forma progresiva se fuera intentando.
Por el momento, ya me pongo bastante contento cuando en el mercado cercano a mi casa hallo lo que busco en las tarimas. Un poco más lejos tengo también uno de los llamados de nuevo tipo, no muy diferente en sus precios, pero donde da gusto ir a comprar. Y todavía hay otra variante más cara, en una cooperativa, donde benefician los productos y hasta los pelan, pican y envasan. En esas diferencias de gestión, con ofertas para cada bolsillo o momento, está la clave de una población más satisfecha.
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