Hasta el pueblo de Walham Green, en Londres, se trasladó el gato. A las tierras del campeón, con la fábula de haber devorado al monstruo de tres cabezas de París todavía latente.
Llovía y se metió a un terreno escabroso, sin apenas sacudirse el fango de encima. Stamford Bridge lo recibió con un ambiente ensordecedor.
No había tiempo para la adaptación al frío y lúgubre entorno. Ni falta que hizo. Veinticinco minutos le bastaron para enmudecer el recinto de la capital inglesa.
Sigiloso, totalmente desmarcado, prendió en el aire, de cabeza, un balón enviado por Vinicius. Se acomodó con un pequeño brinco y aterrizó de pie cuando el esférico ya mecía las redes en la escuadra de la portería de Mendy.
Aturdido, el rival empezó a padecer el miedo del que hablaban los juglares. Y la desconexión la detectó el olfato aguzado del gato Karim, que se coló en las tierras de los centrales y volvió a cabecear impunemente entre ellos, torpes, ante un animal que hacía ver el fútbol sencillo.
Sin embargo, le quedaría trabajo por hacer. Lo lugareños buscaban golpear a los visitantes y los consiguieron, también de testa, por medio de Havertz.
El gato soltó un bufido, mostró los dientes y se dispuso a cazar, nuevamente, para saciar su apetito. La presa salió ilesa una vez, cuando el felino no pudo lograr su objetivo frente la meta rival.
Pero salvarse dos veces de semejante bestia ya sería demasaida fortuna y, en unos pocos minutos, su modus operandi surtió efecto. A la lista de presas (Ulreich, Karius, Donnarumma) se sumaba ahora Mendy.
Esperó su momento y cazó un mal pase del guardameta para rematar a puerta vacía y profanar, como solo unos pocos elegidos, el templo de Stamford Bridge.
Pan comido. Una raya más pa’l gato. Ya son 11 goles, dos hat-tricks consecutivos y otra víctima a su cuenta…