“Quiero tener un futuro aquí”, dice el joven, y le miro fijamente a los ojos, en el juego de claros y sombras que se proyectan bajo el ala del sombrero y las ramas. El entorno es agreste, requiere total consagración, e Ignacio Lorenzo Delgado construye una nueva vida en la agricultura sobre otra que tiene ya hecha.
No es de extrañar dados su juventud y su arrojo; difícil de creer al conocer el antes y el ahora. En la Empresa de Cítricos Ceiba, de Caimito, provincia de Artemisa, escucho hablar del profesor; al entrar en los predios cultivados siguen diciendo de él, por lo que atravesamos el polo productivo para, casi al final del largo recorrido, avistar la finca.
Relucientemente verde y roja con pespuntes blancos pudiéramos decir, por los postes pintados con cal. Un tractorcito azul, parecido a un juguete, delató su presencia; entre los surcos divisamos a un hombre echando granos en la tierra: era Ignacio padre, y de entre el platanal salió su hijo.
Llegué creyendo que encontraría a un profesor de agronomía, con título o experiencias para transmitir a los demás, a un sabio de la tierra, mas tenía ante mí a un licenciado en Cultura Física con cinco años de andar entre niños, enseñando posturas y ejercicios, valores y optimismo.
Los dos Ignacio, padre e hijo, hacen un binomio perfecto, pues el viejo (como le llama el menor) ha sido campesino toda la vida y permutó su tierra, allá en San Antonio de los Baños, por otra al lado de la que tiene en usufructo su retoño, para juntos arar los surcos de esta nueva travesía.
“Le transmito mis conocimientos y mañas sobre agricultura, y él, que es muy dinámico, capaz y trabajador, aprende con facilidad”, comenta en un alto que hace en busca de más granos; tengo la certeza de lo que dice, porque el muchacho se ha pegado al especialista que me acompaña y le saca conceptos, técnicas, consejos y asesoría de cómo hacer una finca mejor.
El profesor ahora tiene tierra, simientes, el tractor y una bomba para extraer agua del subsuelo (las dos últimas traídas de la antigua finca), pero no hay pozos para instalarla y los cultivos están necesitados del regadío.
Aun así, Ignacio sabe y confía en que cuando lleguen los financiamientos del Fondo para fomento agropecuario asignados a la empresa, priorizarán esos equipos e insumos imprescindibles al proceso agrícola, pues en la zona se deben sembrar 300 hectáreas de yuca para el abastecimiento fresco a la capital y a la industria.
En la conversación con el especialista, Ignacio, el profesor, habla de su interés por construir casas rústicas para cultivos protegidos, que le permitirían diversificar las producciones y obtener algunas de las que tienen mercado en el sector del turismo y la exportación. ¿Pensando en grande el muchacho, verdad?
A poco más de un año de haber, dado nombre a la finca La Cuchilla (16,5 hectáreas) y ser el último de los usufructuarios que llegó al polo productivo, a la unidad empresarial de base 24 de Febrero, recogieron yuca, maíz, cocos, plátanos, ajonjolí y quimbombó, mientras los granos emergerán del suelo para arrimar otras cosechas.
“Siempre quise tener una tierrita, y si un día disponemos de agua potable, hago una casita rústica y me mudo a la finca. Estoy medio, ‘fundío’, Tengo obsesión por avanzar; aquí hay 250 surcos que yo mismo guataqueé, arranqué y saqué de la finca cada planta del Don Carlos (hierba dura y difícil de controlar). Al final, todo lo limpié.