La situación de las personas de la llamada tercera edad o adultos mayores atraviesa por momentos difíciles, no obstante los esfuerzos que realiza el país para proteger a ese segmento poblacional.
La confluencia de varios factores como la prolongada pandemia de la COVID-19, que ya cumplió dos años de su aparición en Cuba, más las dificultades económicas que teníamos desde antes y se han agudizado, junto con el impacto que ello ha tenido en el poder adquisitivo de los sectores de menores ingresos, dibujan un panorama bastante adverso para nuestras abuelas y abuelos.
Es cierto, sin embargo, en ese contexto tan complicado se mantienen garantías como la seguridad social, con pensiones que hubo que reorganizar en muy poco tiempo, y otros mecanismos de protección como la asistencia social, que benefician muchas veces a las personas adultas mayores.
Para que tengamos una idea, podemos decir que en este 2022 el presupuesto de seguridad social debe respaldar prestaciones para más de un millón 700 mil jubilados y pensionados, con gastos en el orden de las decenas de miles de millones de pesos, que deben crecer además un 15 % por encima de lo que se empleó para ese fin el pasado 2021.
Pero no solo se trata de las pensiones. Ante la realidad de que hay adultos mayores con insuficientes ingresos totales en sus hogares, al vivir solos, el Estado deberá disponer este año de más recursos financieros para asumir las medidas de ayuda económica del pago de la canasta familiar normada a personas asistenciadas o pensionadas que así lo requieren.
Y esas no son las únicas situaciones de vulnerabilidad que pueden presentarse, por lo cual también el presupuesto prevé otros fondos significativos que puedan aliviar tales condiciones.
Pero más allá de las previsiones que realiza el Gobierno central para mejorar el estado de las personas ancianas, todavía es posible hacer mucho más por el cuidado de ese segmento poblacional, tanto por sus propias familias como por las estructuras comunitarias que existen en nuestros barrios.
Tampoco pueden ser ajenos a esta situación el movimiento sindical, pues no podemos olvidar que en su inmensa mayoría hablamos de trabajadores que aportaron por décadas sus conocimientos y destrezas a nuestros colectivos laborales, y de quienes no está bien desentenderse completamente luego de su retiro o jubilación.
Una atención diferenciada por las secciones sindicales y las administraciones, que no siempre implica el empleo de cuantiosos recursos, puede contribuir también al bienestar físico y mental de esos antiguos trabajadores, que incluso podrían colaborar en algunas tareas a partir de su experiencia profesional, y servir con su ejemplo personal a la formación de valores en las generaciones más jóvenes.
Hay además otras cuestiones prácticas en las que es preciso respaldar a los trabajadores en proceso de jubilación o ya retirados. La misma tramitación de las pensiones y chequeras, así como de asuntos vinculados con la salud pública y otros servicios —complejizados, y algunos hasta suspendidos por largos períodos, durante estos dos años de COVID-19— debe hacerse con la mira puesta en facilitarle la vida al adulto mayor, suprimir obstáculos y tratar de no crearle mayores contratiempos.
Para canalizar ese respaldo desde lo institucional es necesario también el fortalecimiento del trabajo social, una actividad que requiere atención y prioridad por los gobiernos locales, para completar sus estructuras y mejorar sus procedimientos de intervención, bajo la premisa de la mayor sensibilidad y compromiso en su forma de actuar.
Porque todo lo que hagamos en función de fortalecer esas garantías sociales que merecen nuestras abuelas y abuelos, aún en medio de las circunstancias actuales, será bienvenido.
Así estaremos correspondiendo a las generaciones que entregaron toda su existencia para que hoy pudiéramos tener ese enfoque humanista y protector que tanto defiende la Revolución y el socialismo, porque —a diferencia de la frase original— a la tercera edad, en Cuba, no va la vencida.