Solitario, escapa del acecho de los defensores rivales. Solo con la buenaventura de estar en su hábitat natural, en su territorio, pero con todo lo demás en contra.
La historia y el equipo a sus espaldas. Al frente: bestias pardas, hambrientas de éxito, tanto que la ansiedad las desquicia.
Benzema, una vez más, es la esperanza del Bernabéu, que se desespera, que chifla y enmudece ante el gol de Mbappé.
Mientras, el gato se revuelve en la maleza, entre las zonas rocosas de los codos y embestidas de Kimpembe y Marquinhos. Aún así, deambula por los alrededores de la puerta de Donnarumma, a veces muy cerca de entrar.
Arrinconado entre el bullicio de un estadio endemoniado como una tormenta, la noche no parece tener solución. Nadie se atreve y en la oscuridad solo se alcanza a ver el reflejo del brillo de sus ojos. Un relámpago de luz, de reafirmación para con aquellos que aún dudaban de la letalidad de sus garras.
Diecisiete minutos necesitó Benzema para cazar y devorar a su presa: un poderoso monstruo de tres cabezas que tuvo la osadía de querer destronar al rey a golpe de billetes.
Como en Kiev, el gato, al acecho, robó en la casa del rival. Se metió a la cocina y comenzó a destrozar todo a su paso. Se comió a Donnarumma, que terminó por regalar el primer gol para volver a encender el coloso del paseo de la Castellana. Primer arañazo, cerca de la yugular.
Con el rival herido y desconcertado, el gato se relamía y calculaba cada uno de sus movimientos antes de atacar. Y pasaba cerca. Hasta que recogió un fenomenal pase de Modric para mandarla a guardar con un disparo cruzado y, en apenas un minuto, cuando todavía procesaban la segunda anotación, desgarrar la herida de un PSG moribundo que le sirvió el tercer gol en bandeja de plata. Arañazo mortal. Aquí está el gato, noche mágica en el Bernabéu.
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