Los ojos de Belinda serían motivo de muchos poemas. Desde que la conocí han sido la única puerta permitida a su rostro, pues en tiempos de COVID-19 las palabras salen detrás de una mascarilla. Sin embargo, la sonrisa oculta, la historia revelada con sencillez o esa emoción incontenible cuando habla de su familia y el trabajo son posibles de disfrutar desde su mirada más noble y tierna.
El espacio para entrevistar, o mejor, para conversar con la Doctora en Ciencias y directora de Inmunología e Inmunoterapia del Centro de Inmunología Molecular (CIM) es apenas una oficina con dos puertas y paredes repletas de fotos de Fidel, de sus hijos Abel y Camilo, y de ese Che Guevara que parece contemplarla orgulloso. El tiempo se escapa volando ante tanta modestia y heroicidad, aunque una y otra vez insiste que no ha hecho nada extraordinario y una frase de absoluto cariño lo resume: “Yo soy la hija de Pilar”.
Para una de las protagonistas de que Cuba tenga hoy vacunas Soberanas (01, 02 y Plus) y que la pandemia vaya cediendo su impacto todo comenzó de niña, cuando las asignaturas de ciencias eran su pasión y soñaba con ser maestra. Nacida en Centro Habana, su giro hacia la bioquímica y no a la medicina ocurrió al enamorarla lo que escuchó en las puertas abiertas de la Facultad de Biología. ¡Vocación pura y bendita!, diríamos todo.
En la Universidad de La Habana “ese primer año (1987) fue muy intenso, de mucho estudio y me vinculé, durante las prácticas laborales, al CENSA, en Bejucal, donde fui atendida por un bioquímico y un veterinario. Aprendí cosas elementales o básicas de un laboratorio. En segundo año me inserté en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología. Allí hice mi tesis de diploma.
“La inserción en el CIM viene porque en cuarto año recibimos la visita en la Facultad de Biología de Agustín Lage y Rolando Pérez, que nos hablaron del centro que acababa de surgir en 1991 en el Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología (Inor). Casi todo mi grupo se movilizó para ir a visitarlo.
“Me llamó la atención toda la investigación contra el cáncer y el tema de las vacunas. Luego descubrí que no tenía idea de lo que era una vacuna. Al graduarme en 1992 me incorporé al centro, que era un espacio pequeño, con dos o tres laboratorios en la planta baja, un bioterio en el sótano y en el cuarto piso una especie de laboratorios blancos, donde se hacían las purificaciones de los primeros anticuerpos monoclonales que se generaron.
“Le decían la Guardilla y Fidel fue un día. Al escuchar todo lo que se hacía en aquel lugar tan pequeño y las perspectivas dijo: “Este grupo se merece más que esto”. Y es cuando se decide construir este lugar donde estamos, inaugurado el 5 de diciembre de 1994”, cuenta y sus ojos delatan la felicidad de ser una de las fundadoras.
La ciencia cubana por dentro
Belinda habla casi sin pestañar. Suelta ráfagas de conceptos sobre cómo se concibe la ciencia en Cuba y que no se investiga por gusto, sino enfocada a la aplicación, sea en la salud, la agricultura, u otra rama. “Eso nos distingue porque el camino es rápido. En otros países las empresas transnacionales están comprando las patentes a las universidades y la industria está en otro lugar, aunque ya hay muchos transnacionales que tienen sus grupos de investigación.
“Aquí se hace el ciclo completo y tú puedes ver la investigación, el desarrollo, la producción y la comercialización. Empresas como estas no abundan en el mundo. De ahí que muchas investigaciones se quedan en universidades porque no hay nadie que las compre”.
Se toma una pausa y respira para hablar de una enfermedad complicada como el cáncer, en la que se ha trabajado desde hace tiempo por muchas personas capaces en tantos lugares del mundo, con incluso más recursos que nosotros.
“Tienes que aprender a manejar esa complejidad y empezar a ver el aporte de tus resultados en el aumento de la calidad de vida de las personas, en el aumento del número de años que puede vivir. Eso lo hemos ido incorporando. Ya aquí hablamos del cáncer como una enfermedad crónica, que puede ser tratada, quizás no siempre curada, aunque a veces se logra.
“El mundo científico es así, muchas investigaciones no llegan al fin. Es como un embudo. En el área que dirijo hay muchos proyectos de investigación, pero no todos logran, después de un número de años de acumular resultados a nivel in vitro o en animales, pasar a la clínica. Algunos porque no son desarrollables, por caro o imposible de hacer; y otros por los resultados en humanos, que muy pocas veces reproducen lo que no actúa en una especie animal.
“El CIM tiene una tecnología muy única, de fermentación en células de mamíferos, que puede producir kilogramos de anticuerpos monoclonales. Los fermentadores son como grandes recipientes con tecnología que permiten agitar las células que están en un medio de cultivo determinado, que le permiten en ese medio crecer. Y esas células producen el anticuerpo monoclonal o una proteína que se usa para hacer vacunas.
“En la historia del CIM hay un producto líder hecho y patentado por el centro que es el nimotuzumab, un anticuerpo monoclonal que reconoce una molécula en determinados tipos de tumores, que está muy relacionada con el crecimiento del tumor.
“Ha pasado por muchos ensayos clínicos a lo largo de los años y ha sido registrado en más de 30 países. Hoy en Cuba se está usando para el tratamiento de cinco tipos de cáncer. Se están haciendo otros ensayos clínicos para evaluarlos. Es muy bueno, seguro y poco tóxico. Existen otros en el mundo, pero con una alta toxicidad. Y esa es la ventaja que tiene.
“El CIM también produce vacunas y una que está registrada para el tratamiento del cáncer de pulmón de células no pequeñas es el CIMAvax-EGF, la cual ha sido la base del negocio que se hizo con el Instituto Roswell Park, y nació la primera empresa mixta de Cuba-EE.UU., que está situada en el Mariel”.
Y llegó la COVID-19
Los ojos de Belinda prenden una chispa. Vamos a revelar una etapa de su vida que la marcará para siempre. “El bloqueo es una realidad que en la ciencia lo vivimos de manera permanente. Diseñamos con mucho tiempo de antelación las investigaciones que queremos hacer para sortearlo de alguna manera y hacernos de los reactivos e insumos para la investigación y producción.
“Cuando la pandemia nos sorprende no había tiempo para sortear bloqueo alguno, que lejos de suavizarse se arreció con las medidas de Trump. Podíamos hacer nuestras propias vacunas porque gente formada y tecnología había, pero el problema eran los recursos.
“Por ejemplo, las compras de algunos insumos nos llegaron ocho meses después, cuando las vacunas estaban en la primera fase de los ensayos clínicos.
“El primer recuerdo que tengo de la COVID-19 cuando llegó a Cuba es el susto infinito de que de pronto empezaron los casos y el aislamiento. Todos no podíamos venir a trabajar. Y en ese momento de inmovilidad lo que todo el mundo hizo en estos centros científicos fue preguntar: ¿Qué podemos hacer?
“El CIM nunca se propuso hacer su propia vacuna, porque no tenemos experiencia en vacunas preventivas ni para niños o adultos, sino en vacunas terapéuticas. Biocubafarma comenzó a hacer una reunión semanal con los tres centros (CIGB, Instituto Finlay de Vacunas y el CIM) para ver lo que cada uno podía ir haciendo. Y nosotros empezamos a construir un RBD en células de mamíferos, a partir de que el Finlay se propone un tipo de RBD que querían usar de antígeno para su formato de vacuna.
“Sobre el 19 de mayo ya los centros habían avanzado y soñando con sus posibles vacunas. Existían varios proyectos. Y nosotros estábamos insertados porque las moléculas que estábamos construyendo para la analítica iban a servir para todos los centros. Tenemos entonces una reunión con el Presidente Miguel Díaz-Canel y se habla de ser soberanos y tener nuestra vacuna sí o sí. No íbamos a ser los primeros en llegar, pero necesitábamos llegar porque vacunar a toda la población cubana iba a ser difícil si esperábamos por otras vacunas. Ese día fue la sacudida de que debíamos hacerlo muy rápido porque iba a ser nuestra oportunidad como cubanos de estar protegidos.
“Los primeros en vacunarse fueron los líderes del proyecto Soberana en el Finlay. Nosotros después fuimos el grupo que se llama centinela. No sentimos temor. Había confianza en lo que uno estaba haciendo, en la profesionalidad del equipo de trabajo. Además, las vacunas cubanas están sustentadas en plataformas muy seguras y los sistemas de calidad están probados.
“Nosotros también pasamos por momentos muy duros. En el primer ensayo clínico con Soberana 01 la mayor parte había levantado una buena respuesta inmune, pero empezó el ensayo fase 1 y los resultados no eran los del grupo anterior. Se cumplía que más del 50 % había levantado anticuerpos, pero los niveles no eran los que sabíamos iban a proteger. Eso fue un atraso y se debía a que la dosis usada era baja. Por suerte estaba Soberana 02 detrás.
“El otro momento muy difícil fue que después de haber producido una cantidad importante de RBD para ir al ensayo clínico fase 3 se nos complicó la producción de RBD por problemas técnicos, de insumos y reactivos. Y eso fue golpe para el proyecto. Estuvimos meses de no dormir y de angustia hasta que se resolvió”.
Los ojos de Belinda saben que hurgamos en la parte que pocos conocen y casi nunca habla. ¿Heroína del Trabajo? Se le rasgan los párpados, pero decide contar. “No veo algo grandioso en lo que hicimos. Lo extraordinario es quizás la intensidad con que hubo que trabajar. No trabajamos para esa distinción. No concibo hacer ciencia y lograr resultados importantes, de alto nivel científico, y más en un país con recursos limitados, si no extiendes la jornada laboral, si no estudias mucho, si no vives contrarreloj.
“Fue un poco extraño que alguien me dijera quiero tirarme una foto con usted. Nunca había vivido eso. Y tú aceptas al final, porque es un agradecimiento a los científicos cubanos, no a ti en lo particular.
“Nosotros estamos representando a cientos de trabajadores, porque aquí nada lo hizo una sola persona, ni dos o tres, sino muchas manos, muchas personas. Si algo lindo hemos vivido aquí es la respuesta de los jóvenes. Hay que entender que este reconocimiento es de muchos y llevarlo con la humildad que toca”.
El chocolate, la amistad, Pilar
Si usted pretende ser amigo de Belinda el mejor regalo es un chocolate en cualquiera de sus variantes. También puede invitarla a escuchar la música de Silvio, Pablo, Aute, Sabina, Raúl Torres o Santiago Feliú. Le gustan las flores y sus hijos la consideran “una gran mamá”, por ser ejemplo de dedicación completa. Pero su madre María del Pilar es el sostén familiar y su heroína verdadera.
“Ella tiene una historia muy particular. Es una cubana no nacida en Cuba, que le ha entregado su vida a la Revolución. Le estalló una bomba en sus manos estando de secretaria del embajador cubano en Perú. Yo tenía 4 añitos y estuvo a punto de perder sus brazos, pero se los salvaron. Y cuando se recuperó le propusieron venir a Cuba e interrumpir la misión, pero dijo que terminaba el día que le tocaba, no antes.
“Fui una niña que conocí a Fidel desde que nací, porque en mi casa se hablaba de Fidel como si fuera parte de la familia. Y luego tuve varios contactos con él. El primero en cuarto año de la carrera en un campamento de escuela al campo, era domingo y yo estaba al frente. Nos cogió las manos para ver si había ampollitas y si trabajábamos duro en el campo.
“Luego lo ví en Expocuba y después en el CIM, un día que pasó por el laboratorio y hablamos un rato. Después volvió a un Consejo de Dirección y estaba ahí por secretaria general del Comité de Base de la UJC. Pero ese amor por Fidel se lo debo a mi mamá, una mujer muy fidelista y guevariana.
“Hace poco era su cumpleaños y un amigo dijo: ‘Voy a publicar en Facebook que hoy es el cumpleaños de la mamá de Belinda y le rectifiqué’: No es la mamá de Belinda, yo soy la hija de Pilar”.
Y fue la única vez en la tarde que le vi humedecerse sus pupilas.