El juego terminó como empezó: en una turbulencia de errores. Confusión. Desorden. Ansiedad. Caben tantas palabras para intentar explicar la derrota de la selección masculina cubana de baloncesto 62-65 ante su similar de Puerto Rico, que lo mejor es mantener las esperanzas en que algún día llegará el momento de ganar.
La Ciudad Deportiva, una vez más, se llenó de gente. Gente esperanzada, como los ídolos a los que iban a apoyar en la cancha. A un costado, en la valla, Moya, viendo como el plan táctico se iba por tierra en los primeros compases de partido.
El juego no fluía. Sacó a Oliva para dar entrada a Chacón y ya la cosa empezaba a parecerse a lo planeado.
Jasiel entraba hasta la cocina puertorriqueña, levantando el Coliseo. Aplausos. Banderas cubanas agitándose y el reloj y Cuba descontando.
Para ese entonces también estaba en el terreno Tito Casero, que recibió la pelota cuando el primer cuarto agonizaba y lanzó de tres. ¡Bomba! Triple sobre la bocina para remontar y llevarse el periodo inicial 14-12.
Una voz cercana, inexperta, se preguntó en el público si no se le podía dar el triunfo a Cuba por llevarse los dos primeros parciales, como si supiera que se avecinaba la pesadilla de los terceros tiempos.
Y así fue. Tercer cuarto para el olvido. ¡Dos puntos en cinco minutos! Mientras Puerto Rico aprovechaba el desconcierto, desangrando a los locales en la zona pintada, desde las gradas señalaban a los culpables: Cubilla, Rivero… y llovían los aspirantes al banquillo: «¡Moya tampoco ayuda, asere! Tiene que designar funciones a cada jugador. Ese tiro no era de Cubilla», decían, al tiempo que una señora pedía desgalillada que le dieran el balón a Casero, porque los más altos «no hacían na'».
Entre tantas pasiones, Cubilla calló las bocas con un par de acciones positivas al hilo, y las fisuras en tiros libres impidieron recortar más la ventaja de los puertorriqueños, que culminaron el cuarto arriba 52-47.
Solo quedaban diez minutos para intentar revertir aquello, que ya tenía aires de producción cinematográfica: triple de Chacón para pegarse a dos puntos. Fallos. El balón de un lado a otro, coqueteando con las mallas pero sin recorrerlas a fondo. Hasta que Jezreel De Jesús marcó los tantos 53 y 54 de los visitantes con una bandeja y, tras una pérdida de Cubilla, Christopher Ortiz silenció a las tribunas clavando el balón con todas sus fuerzas, regodeándose mientras colgaba del aro.
Entonces, tras un par de minutos locos, llenos de adrenalina, se apareció Polas con un triple para devolver el aliento a Cuba y ponerla a solo tres puntos.
El murmullo generalizado narraba la lucha en el tabloncillo, los robos, las pérdidas y los fallos con cinco minutos y medio para que acabara el choque.
Robó Polas, la bola llegó a Rivero y este asistió a Coutin para su segundo triple de la noche y el empate a 56 en el marcador. La banca de Cuba se levantó en pleno y salió a saludar a los suyos, amparados por un Coliseo que rugía tras las acción que provocó el tiempo técnico pedido por los de la Isla del encanto.
Y la historia se repetía una y otra vez y Puerto Rico sacó ventaja para liderar 64-62. Cuba logró combinar cuando restaba muy poco para que se agotara el tiempo. Mensía, con la posibilidad de redimirse de un partido para el olvido, tuvo la intención de entrar al aro con furia y vengarse del donqueo de Ortiz, pero la redonda, caprichosa, se le escurrió.
Polas, entre codazos y empujones, la recuperó, pero su intento por anotar también fue en vano cuando restaba un minuto por jugar. Entre faltas y más fallos, Puerto Rico marcó el punto 65.
Algunos se levantaban de sus butacas con rumbo a las salidas, el reloj parecía descontar más rápido, incrementando la ansiedad y con siete segundos una acción fugaz acabó en las manos de Neysser Coutin, que soltó desde una esquina para intentar el triple… El final esperado, de película, no llegó nunca.
Las escaleras oscuras se llenaban de planteamientos tácticos, hasta llegar a la claridad de la primera planta… Afuera de la sala de prensa se cruzaron ambos entrenadores. «Mis respetos, entrenador», dijo el coach de los boricuas, Nelson Colón. Moya le agradeció, algo alicaído, quizás pensando todavía en el aquello del «tanto nadar…».