Un mini álbum de retratos, una caricatura y los discos de Abba son de las pocas pertenencias que Reynier Díaz Negrín, conocido como Rey, conserva de su relación con Alberto Milián Sierra, su compañero de vida por más de siete años.
Se conocieron cuando él tenía 25 y Alberto 44, pero la diferencia de edad no impidió que se enamoraran. Un encuentro en el malecón, un desayuno y horas de escuchar música de Abba y amarse, bastaron para que decidieran comenzar una vida juntos.
“Me encantaba su nombre, también me gustaron su físico y su inteligencia, pero sobre todo su energía, ese hombre no descansaba ni durmiendo, era una vorágine diaria que contagiaba a todos”, cuenta Rey.
Él vivía en el municipio de Guanabacoa y cursaba Estudios Socioculturales, Alberto tenía un negocio privado en La Habana. Luego de tres meses de novios comenzaron a convivir bajo el mismo techo en la capital.
“Nuestras vidas eran muy diferentes, yo estaba acostumbrado a una rutina tranquila y él siempre estaba inventando. Tuve que aprender a seguirle el ritmo y ayudarlo con su trabajo; me atrasé un poco en mis estudios, pero siempre mantuve la meta de graduarme”, recuerda el joven.
“Me inserté al barrio, a la casa, a la cocina, llegamos a tener un vínculo afectivo enorme. Fueron siete años de muchas emociones, de una relación estable y duradera, algo que es difícil de lograr en estos días”.
En el hogar que formaron hicieron planes y proyectos en común, que iban desde comprar un televisor hasta tener un hijo.
Alberto había mantenido anteriormente relaciones heterosexuales, de las cuales tenía dos hijos y conservaba el vínculo con uno de ellos. Eso no significó un problema para la pareja, quienes semanalmente realizaban visitas a ambas familias, compartían en cumpleaños y ayudaban en los quehaceres domésticos.
La felicidad parecía plena, hasta que un día sucedió lo inesperado.
“Me preparaba para mi graduación, iba a ser uno de los días más importantes, había salido a pelarme y cuando regresé lo encontré sin vida”, recuerda Rey con la voz entrecortada.
“Fue un shock, sentí que el mundo se paraba y no podía entender por qué nos pasaba esto. Estaba devastado, no hay palabras para explicar cómo me encontraba en aquel momento”.
No obstante, al dolor del duelo se le sumaría otro también difícil de asimilar.
“Siempre supe que el heredero de Alberto sería su hijo, pero como tenía una buena relación con la familia pensé que podría conservar algunos objetos que para mí tenían un valor más allá de lo material. Fueron siete años de adquisición de bienes y nunca nos preocupamos de que algo así podría pasar.
“Me di cuenta de que estaba desprovisto de cualquier garantía jurídica y sentí miedo de perder tantas piezas llenas de recuerdos.
“No pude recuperar prácticamente nada de lo que habíamos construido. Acostumbrábamos a comprar lo que nos gustaba a los dos, objetos que no significan nada en comparación con la pérdida de la persona, pero tenían una carga emocional significativa.
“Una vez obtuvimos un juego de muebles de estilo republicano, porque nos encantaban las antigüedades, y sentarnos ahí juntos era la vida misma. Me tuve que alejar de esos muebles, de nuestra cama, nuestra cafetera, nuestra pecera que fue un regalo por el 14 de febrero. Fue lacerante”.
Aunque asegura que pudo haber sido peor y la familia no lo sacó de inmediato de la casa, sí piensa que pudieron haber sido más sensibles.
“Puedes caer bien, ser amable, haber luchado y amado y haber sido aceptado, que no es lo mismo que respetado, pero cuando se trata de lo material siempre pierde el eslabón más débil”, comenta al pensar en la cantidad de situaciones similares que conoce.
Rey tuvo que empezar de cero, regresar a Guanabacoa y salir adelante con el apoyo de familiares y amigos. Han pasado ocho años desde que Alberto falleció y aún no logra dormir sin abrazar una almohada que le recuerda a su compañero.
“Uno nunca renuncia al amor y a vivir en pareja, pero es preocupante. Ya tengo esa experiencia de que si vuelvo a aventurarme en algo así tengo que buscar alternativas como un testamento en primera opción, y es penoso tener que llegar a una relación con esa visión materialista de que esto es mío y aquello es tuyo, por si pasa algo.
“Los derechos de las parejas homosexuales deberían protegerse y actualmente en Cuba no contamos con ningún sustento legal. Espero que el nuevo Código de las Familias se apruebe y estas cosas cambien, para que nadie más tenga que sufrir una situación como la mía”, reflexiona lleno de esperanzas.
El proyecto de ley del Código de las Familias, en su versión 24, que en la actualidad se somete a consulta popular, permite el reconocimiento de las relaciones entre personas del mismo sexo, ya sea como matrimonio o unión de hecho afectiva.
Se establece que el matrimonio es la unión voluntariamente concertada de dos personas con aptitud legal para ello, con el fin de hacer vida en común, sobre la base del afecto, el amor y el respeto mutuos.
Al fallecimiento de uno de los cónyuges, las ropas, los muebles de valor esencialmente afectivo y otros enseres que constituyen el ajuar doméstico común, se entrega al que sobreviva, sin que compute en su cuota de participación en la herencia.
Las uniones de hecho afectivas son posibles entre dos personas con aptitud legal para ello, que comparten un proyecto de vida en común, de carácter singular, estable, notorio y durante al menos dos años.
En caso de fallecimiento o de presunción judicial de muerte de uno de los miembros de la pareja, quien sobreviva puede ejercitar la acción correspondiente para probar la existencia de la unión de hecho ante el tribunal competente a través del proceso que determina la ley.
(Tomado de ACN)