Cheluskita amada, Chelita mía, Chelé querida, Mía de mi corazón… así Rubén Martínez Villena encabezaba las cartas a su esposa Asela Jiménez de Ayala. Se comprometieron el 4 de febrero de 1924 a un mes de su primer encuentro. Antes de partir ese año a Estados Unidos como parte de los planes insurreccionales del Movimiento de Veteranos y Patriotas, Rubén complació a su novia al acudir a la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, en la barriada del Vedado, para jurarse amor eterno, y en una de las cartas la llamó esposa, aunque legalmente se casaron en 1928.
Asela estuvo junto a Rubén en Nueva York, en el verano de 1930 adonde partió para evitar ser asesinado por esbirros del machadato, y en Moscú en 1931, donde engendraron a su única hija Rusela.
Vivieron, como bien se ha afirmado, un amor difícil, entregados a la lucha, padeciendo la separación del exilio, la enfermedad de Rubén… En sus cartas a la esposa, rebosantes de pasión y ternura, no faltó la preocupación por la patria y sus compañeros.
Por ello, en febrero de 1933 al cumplirse el noveno aniversario de su compromiso, Rubén evocó “aquel día, estremecido solo de amor”. Y agregó: “Ahora, ya no vivimos el uno para el otro, sino vivimos ambos para lo mismo” —en referencia a los ideales revolucionarios que compartían—. “Y esto es acaso más que acaso, —es seguro—, una unión más perfecta”. Perduró hasta la muerte de Rubén al año siguiente.