Hace algunos años Olga Yera, Cuquita, quien fuera secretaria de Camilo en el Estado Mayor del Ejército Rebelde en Ciudad Libertad, me mostró el contenido de un nailon que este llevó debajo de su camisa durante la invasión. Además de la orden militar firmada por Fidel de conducir la Columna 2 desde la Sierra Maestra a Pinar del Río, un mapa para marcar la ruta, y otros documentos personales, aparecían dos fotos: una de ellas de un extraordinario parecido a Camilo: era su abuelo; la otra de Emilia Gorriarán “la madre más dulce y buena del mundo”, como la calificó el hijo.
Y es que él le concedió siempre un gran valor a la familia y mantuvo hasta sus últimos días un trato muy fraternal con sus amigos. Uno de ellos señaló que aprendió Revolución en la casa, con su padre Ramón, sastre de oficio, con sus ideas y conducta progresistas.
Nació en la barriada capitalina de Lawton el 6 de febrero de 1932, su infancia y adolescencia fueron difíciles, sin que perdiera su simpatía personal y su carácter alegre y jaranero.
Abandonó el deseo de ser escultor para ayudar económicamente al sostén del hogar. Se empleó primero en la tienda El Arte como mozo de limpieza, mojador de telas, vendedor…, y cuando viajó a Estados Unidos, en busca de mejores oportunidades, fue lavaplatos, limpiador de cristales, empacador, dependiente de bares y restaurantes, obrero industrial… estaba dispuesto a hacer de todo.
En una ocasión los padres le enviaron una foto del perro de la casa: “Quedó bien Fulgencio” respondió En un registro los esbirros de la dictadura ocuparon la misiva y se molestaron mucho al conocer que se trataba de un animal. El can se había aparecido una madrugada en el hogar de los Cienfuegos, y Camilo le puso así por el madrugonazo de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952.
Pronto el joven de 24 años decidió, según sus propias palabras, seguir la causa de Fidel. No fue fácil que lo aceptaran en el Movimiento 26 de Julio, pero al fin pudo alistarse en el Granma.
A su llegada a la patria comenzó su historia de guerrillero legendario en cuya formación influyó poderosamente el Che, al que apreció como a un hermano. Ambos protagonizaron la invasión, de la cual escribió Fidel: “Con lo que han hecho ya bastaría para ganarse un lugar en la historia de Cuba y en las grandes proezas militares”.
A finales de diciembre del año 1958, en Yaguajay, Camilo recibió la tercera visita del Che, quien estaba dirigiendo la batalla de Santa Clara; a este le preocupaban los días que su compañero llevaba combatiendo sin que se rindiera aquella posición. Tras entregarle una bazuca y prometerle un mortero, el Che preguntó: “Ven acá, chico, ¿cuántos días llevas tratando de tomar el cuartel?”.
Al explicársele la demora, dijo en tono de chanza: “No es tan difícil. Mira, quítate el sombrero y ponte mi boina y verás que cuando sepan que aquí estuvo el Che se rendirán enseguida”. La respuesta fue inmediata: “Y tú llévate mi sombrero, que cuando en Santa Clara vean que allá está Camilo de inmediato harán lo mismo”.
Vino el triunfo y como dijo el poeta Su sonrisa de victoria/ dijo al clamor popular/ que juntas pueden andar/ la sencillez y la gloria”.
Se convirtió en constructor del futuro junto a Fidel quien lo calificó como “el compañero de los días difíciles”, porque cuando las pruebas eran más duras, más se hacía sentir su personalidad aglutinadora. Esa unidad de la cual fue paladín le ha permitido a su pueblo sortear todos los obstáculos. Por eso en sus 90 cumpleaños podemos asegurarle: Vamos bien, Camilo.