Cada familia es un mundo, dice la sabiduría popular, y a la hora de considerarla, protegerla y garantizarle las condiciones para su pleno y saludable desarrollo, resulta muy importante el consenso social al que lleguemos sobre los alcances de esa futura Ley, cuyo proyecto sobresale por su carácter abarcador y progresista.
Lo digo, además, por la forma en que tendrá lugar esta consulta, en un proceso que se extenderá hasta el mes de abril, con la realización de más de 78 mil reuniones dirigidas por las comisiones electorales de circunscripción.
El elevado número de encuentros obedece a la correcta estrategia de reunirse en grupos de como promedio 150 electores, lo cual debe favorecer la calidad del análisis, algo esencial para un documento extenso y con especificidades técnicas que se precisa trasladar a la ciudadanía.
Como uno de sus elementos más novedosos, en esta ocasión la ciudadanía no solo podrá proponer modificaciones, eliminaciones, adiciones y plantear dudas sobre el texto del futuro Código, sino que se recogerán y contabilizarán también los criterios favorables.
Esto constituye una diferencia sustancial con el ejercicio que se hizo para la consulta del proyecto de la Constitución de la República, lo cual permitirá tener una idea más exacta del respaldo popular que se espera de los conceptos tan revolucionarios e inclusivos que trae la propuesta.
Entonces resulta crucial el clima de diálogo, de comprensión de las diferencias y de predominio de los más nobles sentimientos que consigamos en un paso que no es simplemente técnico o jurídico.
E insisto porque a veces hay personas que dicen respetar a las otras, pero en su proyección y aspiraciones desconocen los deseos y necesidades de las demás, en una demostración dolorosa de falta de empatía y solidaridad con la realidad ajena.
Son valores humanos estos que de alguna forma se presuponen y complementan. El respeto verdadero estriba no solo en reconocer las diferencias que tenemos con alguien, sino también en intentar solidarizarnos con quienes pueden querer o sentir algo distinto a nuestra manera de ver el mundo.
Y el primer paso para lograrlo sería escucharnos mejor como individuos con diversas posturas, concepciones y maneras de ver y asumir la vida. No oír para enseguida rebatir, sino para tratar de entender, y a partir de ese entendimiento tratar de construir un consenso donde nadie pierda y todo el mundo gane.
Respetar es además ponernos en los zapatos de la otra persona, aunque tal vez su número no sea el nuestro, ni nos acomode completamente o no nos guste la forma o el color de su modelo. Porque eso no debe implicar que queramos que ese otro sujeto ande descalzo. Y todavía más, nunca debe impedirnos que hagamos lo posible, como expresión altruista de nuestra solidaridad, para que disfrute tanto como uno de la comodidad y seguridad al caminar.
Para que prime ese ambiente constructivo constituye una premisa informarnos bien, no dejarnos llevar por bolas ni por miradas sesgadas que, en nombre de falsas generalizaciones o fórmulas que pretenden ser inamovibles, se olvidan de la gente concreta, de quienes no caben en esquemas rígidos distanciados de la realidad social, y pueden estar a nuestro lado en el barrio, el trabajo, la escuela, la casa.
Démosles a nuestros semejantes entonces el respeto que se merecen, junto con toda la solidaridad de que seamos capaces. Porque de eso se trata, de una consulta popular para escucharnos e incluir, que haga justicia y esté a tono con el carácter renovador de un futuro Código que nos asegurará un salto en los derechos y protecciones de todas las personas, para que nuestras familias, sean ejemplo siempre de comprensión y paz, de afecto y amor. Tenemos la oportunidad única de conseguirlo.