A sus 90 años, Zeida Rodríguez Villavicencio, o, mejor dicho, Bebita, como todos la conocen, sigue siendo la mujer expresiva, de voz agradable y perfecta dicción. En su apartamento, en El Vedado, en la capital cubana, se respira historia y amor. En una de las paredes permanecen fotos, diplomas y reconocimientos que son testimonio de toda su vida.
Si bien nació el 3 de junio, en su carné de identidad aparece el 19; no obstante, ella acostumbró siempre a celebrar el día en que su madre, Lucía, la trajo al mundo. “Me contaron que era una bebé muy linda y por esa razón hasta gané un premio de un concurso convocado por los productores de una Maltina de la época. Lo de Bebita me lo puso mi mamá porque algunos confundían mi nombre, y así se quedó para siempre”.
Natural de Santo Domingo, en la provincia de Villa Clara, pronto la familia se trasladó para la capital cubana, y habitaron, primero en el reparto Poey, en Arroyo Naranjo, lugar donde conoció a Juan Almeida, y posteriormente en Centro Habana.
Al recordar la niñez, el llanto le forma un nudo en la garganta. Y aunque intentamos que no desgrane ese pasaje, ella explica que a los nueve años tuvo un accidente con un reverbero, lo cual la llevó al hospital General Calixto García, institución en la que permaneció durante más de un año; en ese período perdió a su madre, quien falleció en el parto. “Por mi condición, me ocultaron la noticia, después me lo dijeron. Entonces, los ocho hermanos, fuimos a vivir separados con distintos familiares, en mi caso, con mi madrina. Por suerte, las tres mayores estuvimos más unidas”.
Bebita bebió de las raíces revolucionarias de su padre Apolonio Rodríguez, militante del Partido Comunista de Cuba. A través de él tuvo oportunidad de conocer a figuras relevantes de la historia cubana como Juan Marinello, Fabio Grobart y Blas Roca, Lázaro Peña y Jesús Menéndez.
“Aún recuerdo las honras fúnebres a raíz del asesinato de Menéndez, el líder azucarero, el 28 de enero de 1948. Su sepelio en La Habana constituyó una gran demostración de duelo popular. Acudió mucha gente”, acota.
La vida la hizo una mujer fuerte. “Lo era desde chiquita. Siempre me gustó recitar, lo hacía desde la escuela primaria. Ese día había una visita importante en la escuela y me seleccionaron para que declamara. Una niña, molesta, me rompió la manga de la blusa… alguien dijo que así no podía subirme al escenario, pero me repuse y expresé que sí, que lo haría. No me quedé llorando.
De acuerdo con sus palabras, le gustó la actuación, e incluso, antes del triunfo de la Revolución, llegó a cobrar como extra en programas de televisión. El mundo cultural le gustaba y con frecuencia asistía a tertulias literarias y conferencias.
Comprometida con los trabajadores
Luego del Primero de Enero de 1959, la motivación para estudiar estaba presente en muchos cubanos. Pero Bebita no quiso matricular en ninguna institución. “Deseaba hacer algo que me gustara, y sabía que la vida misma me iba a llevar a eso. Yo era una persona de masas”. Se le dio la oportunidad de laborar en la tienda de Egido, lo cual se convertiría en centro de su entrega y dedicación. “Llevaba cuatro días ahí cuando se apareció José Sobrado, fundador y secretario del primer sindicato nacional de Comercio, la Gastronomía y los Servicios. Los compañeros me propusieron para que fuera la secretaria de la sección sindical. Les dije: ‘pero sí yo llevo tan solo unos días aquí’. Sin embargo, las manos se levantaron por mí. Representaba a un bloque que abarcaba 10 tiendas. Desde el inicio expresé que mi compromiso era con la Revolución”.
A partir de entonces, empezó su vínculo con el trabajo sindical. “Nunca me aparté de la base. Incluso me propusieron para otros niveles, pero no acepté. Fui activista en otras instancias, cuando me necesitaban, ahí estaba”, alega.
Fueron tiempos intensos. De apoyo en lo que hiciera falta. “No había descanso. Muchos cocineros del restaurante Floridita se fueron y nosotros íbamos allí a hacer trabajo voluntario, pelábamos papas o camarones; después nos vestíamos e íbamos para las tiendas. Y también limpiábamos las calles Neptuno y Galiano, apoyamos la construcción del hospital Hermanos Ameijeiras y de la Villa Panamericana. Después íbamos a trabajar, regias y maquilladas. Esa historia hay que contarla para que se sepa”.
En los mítines y asambleas, la voz de la dirigente sindical se hacía sentir. “En eso ponía mente y corazón. Los trabajadores saben cuándo se les habla con la verdad. Yo siempre estuve segura que a través del sindicato ayudaba a la Revolución”.
Extraña a su amor, Juan Lister González, con quien se unió a principios de la década de 1960 del pasado siglo. “Era un revolucionario cabal, teníamos un carácter distinto, pero nos entendíamos muy bien”.
No ha perdido la pasión que la unió a la Revolución desde el primer instante. Cada día, cuando termina el Noticiero Nacional de Televisión, Zeida apaga el equipo y empieza a escuchar Radio Reloj, hasta que anuncian las nueve de la noche. Entonces sale al balcón de su apartamento, ubicado en el corazón del Vedado, y aplaude, da vivas a la Revolución y a veces, recita hermosos poemas patrióticos.
“Desde que comenzó la pandemia, en aquellos días en que toda la ciudad se llenaba de aplausos para agradecer el esfuerzo del personal de Salud y de los científicos en el enfrentamiento a la Covid-19. Eso se dejó de hacer, pero yo hablé con mis vecinos, porque quería seguir haciéndolo…”
Para ella, el Sindicato de Trabajadores del Comercio, la Gastronomía y los Servicios sigue siendo su sindicato, al que le unen grandes recuerdos y con agradecimiento recibe las rosas que a ella hacen llegar cada cuatro de febrero, cuando celebran el día del trabajador de la rama, en homenaje a Fernando Chenard Piña, asaltante al cuartel Moncada.
Recuerda con emoción la despedida que le hicieron cuando se jubiló. “Me citaron a una actividad en uno de los teatros de la CTC. Aquello estaba lleno de dirigentes de todos los sindicatos. La presidía el difunto Alfredo Morales Cartaya, quien en ese entonces era el Secretario General de la CTC en la capital. Pedro Antonio Alfonso, ya fallecido, y quien era el locutor de la organización obrera, anunció: “Bebita se jubila…” Todos empezaron a decir Bebita, Bebita… el corazón se me quería salir. Les dije que podían seguir contando conmigo como activista, donde quiera que hiciera falta, ahí estaba yo”.
Y ahí sigue estando la gran Bebita, con una historia hermosa que vale la pena contar.