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Las clases de Martí a los trabajadores

Llegaba al aula entre nueve y media a diez, después de impartir la cla­se nocturna con la que se ganaba el sustento. Lo esperaba un auditorio de obreros, sentados en sillas dis­puestas en semicírculo en torno a la mesa del maestro.

 

 

Le aguardaba un grupo de pape­les escritos con preguntas sin firma sobre los más diversos temas. Eran las inquietudes de los discípulos convertidas en el contenido de cada una de dichas sesiones, que por la variedad de asuntos que abordaban llegaron a calificarse de enciclopé­dicas.

“De literatura, de ciencia, arte, política, religión, etc., de todo se tra­tó allí, de todo sabía él, y de todo nos hablaba”, narró Manuel J. González, uno de aquellos alumnos, sobre el magisterio de José Martí en la So­ciedad Protectora de Instrucción La Liga que vio la luz en Nueva York en enero de 1890, donde se impartían diferentes asignaturas. Era sosteni­da con el aporte de parte de los sa­larios de los trabajadores emigrados de Cuba y Puerto Rico.

La Liga llegó a ser algo más que un escenario para adquirir conoci­mientos o recrearse, como ocurría los lunes, cuando los socios se reu­nían para escuchar buena música, leer poesía o conversar.

El creador de la idea, Rafael Se­rra, consideró que era un organismo forjador de voluntades y desde que solo era un proyecto, Martí valoró su importancia, lo acogió con entu­siasmo, le deseó éxitos y pidió cola­borar. Así se lo escribió a Serra: “Yo, que nada solicito, tendría el honor de solicitar serles útil, útil de verdad en su sociedad la Liga o cualquier otra, de hombres y mujeres, donde no les venga mal un amigo sincero que les ayude a buscar la verdad, o un com­pañero que contribuye a propagarla”.

González dejó constancia escri­ta de la forma en que el Maestro se conducía ante sus oyentes: él pri­mero leía el papel tal como estaba, después alababa el estilo, si lo me­recía, sobre todo si estaba escrito con palabras sencillas, sin giros rebuscados, porque decía que así se podían expresar los pensamientos más sublimes; pasaba a continua­ción a corregir las faltas, y era tal la delicadeza y el tacto con que lo hacía que según el testimoniante “daban intenciones a veces, de co­meterlas, para tener la oportunidad de oírselas corregir” y finalmente disertaba sobre el tema.

Y sobre el modo en que el Maes­tro desarrollaba las ideas, detalló: “Paréceme que aún le veo, inquieto en su silla, como dominando los di­ques de la elocuencia que querían desbordarse; paréceme como que lo veo en la relación sencilla, con pala­bras sencillas, sobre cada uno de los papeles escritos por sus discípulos humildes”.

Pero Martí, además de estas res­puestas, recomendaba lecturas, que iban modelando las conciencias de los integrantes de la Liga, organizó clases de francés para que los obre­ros no tuvieran que leer traducciones ni el interesado en cuestiones socia­les se viese obligado a buscar infor­mación en “desatinadas versiones”.

En estos encuentros nocturnos Martí habló con pasión de Latinoa­mérica y de sus próceres, y de la forja de la libertad de Cuba y Puerto Rico. Él vio en la Liga, según sus propias palabras “Los hijos de las dos islas, que en el sigilo de la creación, madu­ran el carácter nuevo por cuya justi­cia y práctica firme se ha de asegu­rar la patria”.

Se ha afirmado con razón que la Liga de Nueva York, en la que Martí fungió como educador, fue el primer eslabón en la cadena revolucionaria que estaba siendo forjada bajo su di­rección.

 

| fuentes: Deschamps Chapeaux, Pedro. Ra­fael Serra y Montalvo. Obrero incansable de nuestra independencia; Yo conocí a Martí, selección y prólogo de Carmen Suárez León (testimonio de Manuel J. González)

 

 

 

 

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