En la Empresa Eléctrica de La Habana, Leopoldo Ibáñez Zamora es como una biblioteca. Ante cualquier duda, muchos acuden a él. No presume de sus saberes, Polito, como le dicen, sigue siendo el hombre sencillo que hace más de 55 años llegó por vez primera a esta entidad para no abandonarla nunca.
Cuando busca en sus recuerdos, expone que en un inicio pensó ser marinero, pero la idea se desvaneció. Su padre, Aniceto, despuntó como buen pelotero en su natal provincia de Cienfuegos. Tan así fue que la Marina de Guerra lo captó para su equipo, pero una lesión en la mano izquierda frenó su futuro deportivo. Sin embargo, quedó en el cuerpo armado como carpintero de ribera.
Tiempo después la familia vino a residir a la capital. “Mi papá se convirtió en oficial de la Marina, jefe de un puesto Naval, hasta que se produjo el golpe de estado del dictador Fulgencio Batista. “Él no estuvo de acuerdo con el golpe y fue separado del cargo y expulsado. Luego, le dieron una jubilación”.
Otra evocación que le acompaña es la de su abuela Leopoldina, quien a menudo le contaba los horrores vividos durante la reconcentración, medida genocida llevada a cabo por el general español Valeriano Weyler en Cuba. “Ella perdió ahí a casi todos sus hermanos”, señala.
Un oficio para la vida
Cuando decidió estudiar electricidad en la Escuela de Artes y Oficios, Ibáñez no imaginó que jamás se separaría de ese oficio. “Me gradué en 1960. Pero la Revolución dio la oportunidad de que los jóvenes pudieran continuar estudios, ya fuera como técnicos o ingenieros y por supuesto, lo aproveché. Por eso, en 1961, entré en el Instituto Tecnológico que se nombraría Hermanos Gómez”, apunta.
Añade que, en los primeros años, el centro se ubicó en el antiguo Colegio de Belén. “Ahí empecé el 6 de mayo. El Comandante en Jefe iba mucho a jugar básquet y pelota. Un día reunió a todos los alumnos y preguntó qué nombre le pondríamos al centro. Dentro del grupo estaba un hijo de uno de los hermanos Gómez Reyes (Virgilio y Manuel), quienes habían sido trabajadores de Belén, lugar donde cultivaron la amistad con Fidel y posteriormente lo seguirían en el asalto al Cuartel Moncada, donde perdieron sus vidas. Un estudiante propuso que lo llamáramos así en honor a esos mártires”.
Los primeros años en el centro fueron intensos, como lo era la joven Revolución. “Entre noviembre y diciembre de 1961 pasamos un curso de artillería antiaérea. Alternábamos los estudios y el entrenamiento militar, incluso, en 1962 nos movilizaron por la Crisis de Octubre y permanecimos en Sagua la Grande y en Santa Clara hasta el mes de diciembre”, relata.
En ese entonces, tenía 17 años. “Nos graduamos en junio de 1966. El General de Ejército Raúl Castro se reunió con los estudiantes y les explicó que el tecnológico iba a ser trasladado para otro sitio (en el municipio Diez de Octubre finalmente) pues se iba a crear el Instituto Técnico Militar (ITM).
Con ese título en las manos hizo entrada en la Empresa Eléctrica de La Habana. “En esa época, todos los técnicos tenían un plan de formación y los tutores observaban las posibilidades que teníamos y después nos ubicaban. Incluso, pasamos por la Escuela para Linieros. Tuvimos que subir postes, tirar líneas, ahí fue donde comencé a apreciar esa actividad que siempre me ha gustado.
“Estuve en el área de capacitación, siendo parte del grupo que creó la actual escuela nacional dedicada a esos fines. Ahí impartí clases, después me incorporé al trabajo de líneas áreas. En esa época, matriculé en la CUJAE por el curso para trabajadores y en 1978 concluí los estudios de ingeniería eléctrica. Desde 1978 a 1985, fungí como jefe de operaciones de la zona de Guanabacoa, en esos momentos la capital estaba dividida en tres territorios: La Habana, Marianao y Guanabacoa.
“Después, estuve trabajando en la dirección técnica de la empresa, en el área de líneas y subestaciones. En 1989, cuando se dividió la empresa, pasé al Centro Territorial de Operaciones y atendía las líneas aéreas con niveles de voltaje de 34.5, 110 y 220 kV. En esas funciones me mantuve hasta el 2004. A partir de entonces, y hasta el 2009, fui director del centro hasta que me jubilé.
Entrega total
Fueron solo unos días de descanso separado de la empresa. “Al mes me volvieron a contratar como especialista de la dirección técnica. En esa etapa se estaba ejecutando en la capital la rehabilitación de redes y tuvimos mucho trabajo. Durante algunos años permanecieron en la ciudad contingentes con varias brigadas de todo el país en apoyo a esa labor”.
Sentado en su silla, con elegancia y buen porte, Ibáñez no representa su edad, aunque a él le gusta decirla. “Ya tengo 76 años”. Para este ingeniero, el trabajo en el sector de operaciones es como un sacerdocio. “Son las 24 horas del día y los 365 días del año. Usted empieza a las seis de la mañana y no sabe cómo se puede complicar el día. Incluso, se va de vacaciones, deja un sustituto, pero ocurre un fenómeno meteorológico o cualquier problema grave, y, si está en la playa o en lo que sea, tiene que dejar a la familia, y venir para acá. Si tiene una responsabilidad, hay que cumplirla bien”.
Admira sobremanera a los linieros. “Son hombres osados, apegados al riesgo, tienen una destreza increíble para subir los postes y las torres. Están conscientes de que realizan una actividad de alto riesgo, pero si cumples las normas de seguridad, no tienes consecuencias”.
Reconoce que, si bien todos estos años han sido muy útiles e intensos, cuando mira hacia atrás, sabe que le quitaron tiempo para compartir con sus seres queridos. Al hablar de la familia, dice estar orgulloso de su única hija, Yesenia, quien es ingeniera agrónoma y también de sus dos nietos, William y Patricia, quienes estudian en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona. Por supuesto, nada hubiera sido posible sin el apoyo de Ileana González, su esposa, quien lo ha comprendido como nadie pues también perteneció al sector eléctrico.
“No obstante, me siento satisfecho, he sido feliz aquí. Me enamoré de esta actividad. Tuve varias oportunidades de irme a otro lugar, y nunca lo hice. Aquí hay una energía positiva que lo ata a uno”.