La inflación económica que duele sin explicación catedrática al cubano es la que enfrenta todos los días cuando se levanta, y sin que nada cambiara en el contexto internacional o nacional, le dicen que la jaba de pan de 30 pesos vale ahora 40, 45 y hasta 50; o que los paquetes de perro caliente y picadillo que cuestan 35 pesos en los establecimientos estatales, el mercado informal o negro lo tiene a 100, 110 y hasta 120 pesos, en dependencia del lugar.
Y ahí es cuando varios nos preguntamos. ¿El Gobierno no sabe que ese pan sale de panaderías estatales (si alguien lo duda le invito a que busque una panadería casera con tanto abastecimiento y calidad) y, aunque resuelve muchas meriendas y desayunos, que el precio es totalmente especulativo y consecuencia de robo de harina? ¿La harina subió de precio en el mercado externo o se lo exageró quien lo suministra por puro placer de ganar más en tanto descontrol?
¿Por qué ya casi ninguna panadería estatal tiene pan liberado (excepto la Cadena Cubana del Pan), sin embargo, pululan los carritos y hasta puntos de ventas particulares con pan suave, flauta y demás variedades? ¿Nos hacemos todos los de la vista gorda (inspectores, policía y más) o es realmente imposible toparles a los cuentapropistas una jaba con el producto más querido por Pánfilo?
Los precios inflados a la fuerza y el desabastecimiento que aún persiste en el comercio interior de productos de primera necesidad son dolores de cabeza para ciudadanos y directivos. Los primeros no encuentran respuesta para que de la noche a la mañana salga más dinero de sus bolsillos por obra y gracia de intermediarios, que parecen libres de polvo, paja y quizás hasta de tributos. Los segundos persisten en explicar que más ofertas nacionales es el único camino, aunque la manera de conseguirlo demora y el costo está siendo alto, con impacto en lo social y político del sistema.
Hace solo unos días en un agro del Cerro estaban en la tarima, junto a las viandas, paquetes de picadillo y los conocidos perritos. Al preguntarle por el precio, rápidamente se miraron y a coro dijeron los vendedores: 100 pesos cada uno. ¿Acaso no se sabe que la guerra contra los coleros ha bajado enormemente la guardia y hay quienes han hecho un modo de vida o trabajo hacer colas para revender? Y no hablamos de bebidas, cigarros u otros. Nos referimos apenas a productos de primera necesidad, a la comida.
Lo increíble es que así vamos deshojando el almanaque y cada uno nos volvemos cómplices de esas ventas fraudulentas, por más que el pan sigue estando suave y el dinero muy duro para cubrirlo todo.