Uno de los hermanos de Jesús Menéndez relató que era tal la entrega de este al trabajo en el movimiento sindical que a veces le restaba tiempo para dedicarlo a su familia.
Así ocurrió en enero de 1946 cuando no pudo asistir a la boda de ese hermano en Encrucijada, no obstante le propuso a la pareja pasar la luna de miel en La Habana para que pudieran reunirse con él y su esposa y después hacer un viaje rápido a Colón, en Matanzas, donde podrían pasar unas horas en compañía de otro hermano, obrero del central Zorrilla.
En el camino, el auto tuvo problemas mecánicos y como la solución demoraba, Jesús invitó al hermano a andar un poco por la carretera. Llegaron al portón de una finca donde laboraban más de una veintena de hombres y notaron que el capataz estaba armado. Entraron a la finca y Jesús le preguntó al trabajador más cercano por sus condiciones de trabajo, quien con cierto temor, le respondió que hacían una jornada de 10 horas por un peso y pico cada día. Menéndez indagó si estaban organizados. Y la respuesta fue no.
Entretanto el capataz observaba molesto a los intrusos. Los demás trabajadores se acercaron a un llamado de Jesús. Algunos lo reconocieron como dirigente de la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros, y este inmediatamente comenzó a preguntarle al grupo:
“¿Cómo ustedes toleran que aquí no se cumplan las leyes vigentes cuya promulgación tantas luchas nos costaron? ¿Por qué no tienen las ocho horas diarias ni el salario mínimo? ¿Por qué consienten que el trabajo esté dirigido por un hombre armado, como si fuesen esclavos?”. Dicho esto solicitó la presencia del capataz que permanecía algo alejado y también le preguntó: “¿Y tú qué dices?”. El hombre contestó que cumplía instrucciones del dueño.
Menéndez pidió ver al propietario y sin rodeos le expuso las violaciones de las leyes vigentes que acababa de verificar. El patrono sin abandonar las buenas formas le replicó: “Mire, yo no soy cultivador de cañas. Soy cosechador de papas. Por eso, a mi entender, la rama de la producción a que me dedico está fuera de su esfera de acción, ya que usted es el jefe de los trabajadores del azúcar, ¿no es así?”.
Sin perder la compostura, Jesús le respondió: “Parece que usted no tiene una información cabal de todas mis responsabilidades. Además de mi cargo de secretario general de la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros, soy miembro del Comité Ejecutivo de la CTC. Como usted seguramente conoce, la Confederación representa a todos los trabajadores, cualquiera que sea la rama productiva de la que formen parte”.
A continuación propuso una reunión con todos los que laboraban en la finca, con el fin de escoger a un delegado que los representara, se discutieran las condiciones laborales, se pactara el cumplimiento de las leyes y se fijaran los acuerdos en un documento.
Al propietario no le sorprendió la reclamación en sí sino el personaje que se la planteaba. No le convenía que se detuvieran las labores de siembra que se realizaban en la finca y accedió.
La asamblea se realizó en pleno campo y de pie. Jesús se comprometió con los trabajadores a dirigirlos hasta que todo se concretara y después ponerlos bajo la dirección de la Federación Provincial. Al final los reunidos aplaudieron al dirigente que les había señalado el camino de la lucha por sus derechos.
Fuente: Portilla, Juan. Jesús Menéndez y su tiempo. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1987.