Cuando estaba en la secundaria todos lo pedían para jugar cuatro esquinas. En el IPVCE Vladimir Ilich Lenin era conocido, entre otras cosas, por ser el pasador del equipo de voleibol de la escuela. Sus padres eran ya licenciados en Química, pero él eligió la Matemática como asignatura base para los tres años de bachillerato. Soñaba con la Cultura Física y ser un gran deportista desde 7.o grado, pero los genes hicieron lo suyo y salió hacia la Universidad de La Habana a estudiar lo mismo que sus progenitores.
Yuri Valdés Balbín es hoy, con 45 años, uno de los científicos más visibles en la lucha contra la COVID-19 desde el Instituto Finlay de Vacunas, donde se desempeña como director adjunto. Hace solo cuatro meses le fue conferido el Título Honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, pero nada lo desprende de su sencillez y pasión a la hora de hablar de la ciencia en nuestro país, de su abuelo José Luis (fallecido), de su corazón industrialista-villaclareño y del momento cumbre de la vacunación.
Se acomodó en una silla del Palacio de Convenciones y a la par que recordábamos nuestra amistad “leninista” salió esta entrevista.
Si lo tuyo era el deporte, ¿cómo paraste en científico?
Aprendí de deporte con mi abuelo. Nos poníamos a ver los juegos en la televisión los dos juntos. Al otro día cuando me levantaba tenía un papel con el C-H-E del partido que estábamos viendo o el de Villa Clara, al que era fanático. Con el tiempo me hice industrialista también, aunque mi pelotero preferido era Víctor Mesa.
Lo mío era la pelota, jugaba en los jardines, aunque practiqué voleibol, baloncesto y balonmano en la Lenin y en la Universidad.
A la hora de escoger la carrera pensé: como deportista voy a tener límites porque soy muy bajito. Pero siempre me gustó que las cosas cambien. Y me llamaba la atención, por ejemplo, en el área de la química que se podían mezclar dos disoluciones que eran transparentes y se formara otra de un color. Ahí es cuando llego a la conclusión que quiero ser investigador, científico.
En ese plano me propuse buscar algo innovador y que tuviera impacto social. Me entusiasma ver los resultados de lo que hago. Es decir, trabajar en algún elemento científico aplicado a la vida.
Y así llegas al Laboratorio de Antígenos Sintéticos y a Vicente Verez.
Empecé a investigar desde primer año. Pasé por varios laboratorios y no me enamoraron aunque eran muy buenos y con gran nivel profesional, porque no sentía que lo que estaba haciendo iba a ver los resultados aplicados en un tiempo finito.
En cuarto año me hacen el crecimiento al Partido y uno de los integrantes del dúo era Vicente, director del Laboratorio de Antígenos Sintéticos. Él tiene una capacidad increíble para enganchar a uno con el trabajo y además allí se hacían vacunas que estaban próximas a probarse. Decidí que iba a ser mi tesis en ese lugar y ahí empieza el acercamiento al mundo de las vacunas.
¿Qué significó la vacuna contra Haemophilus influenzae?
La confirmación de que había tomado la decisión acertada. Me gradué en el año 2000 y aporté mis vacaciones porque había necesidad de esa vacuna. Llegué en la etapa final, cuando hacía falta hacer la transferencia tecnológica al Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB).
Desde el primer día lo que más me golpeó fue no hacer deporte, porque eran 12-13 horas diarias de trabajo. Aprendí lo que era hacer ciencia en Cuba. Hicimos los lotes para ensayos clínicos y en el 2002 empezamos a hacerlos en el poblado Haití, en Camagüey.
¿Cuán impactante es para el científico un ensayo clínico?
Imagínate que tengas la posibilidad de algo que tú haces con tus manos ponérselo a un bebé de dos meses, delante de sus padres. Lo más preciado es un recién nacido. Las personas dan la voluntariedad de ponerle algo que no tienen ni idea de lo que es por mucho que les expliques. Sin embargo, confían ciegamente en ti y si eso luego funciona y es capaz de marcar la diferencia entre la vida o la muerte de un menor te marca para toda la vida.
¿Te has encontrado alguien que se niegue al ensayo clínico?
En ese mismo lugar tuvimos un niño que le pusimos la primera dosis y cuando le tocaba la segunda no vino. Empezamos a averiguar y resulta que la madre sí quería, pero el padre decía que no. Y para eso los dos padres tienen que dar el consentimiento. Nos tocó ir a un ambiente muy hostil y complejo, sentarnos con el padre para persuadirlo y generar confianza. Él mismo terminó de llevarlo a ponerle la segunda y la tercera dosis.
Ahí es donde tú ves que en Cuba las personas confían en sus científicos. Yo sería incapaz de convencer a alguien para que se ponga una vacuna porque quien mejor lo hace es el personal de la salud, por ejemplo, el médico de familia. Pero hay puntos en los cuales la ciencia cubana genera una gran confianza en la población, y ahora con la COVID-19 lo hemos visto. Salir a explicar algunas cosas ayuda a la decisión que la gente toma. Eso lo aprendí al año de haberme graduado. Son cosas que no se estudian, sino que nacen y te marcan mucho.
¿Diferencias entre hacer ciencia en Cuba y en el mundo?
Hay varias características distintivas. Primero, en Cuba la ciencia tiene rostro. Si preguntas quiénes hicieron las vacunas cubanas toda la gente puede señalarnos. Pero si preguntas quién hizo la vacuna Pfizer, nadie sabe. Por lo tanto, humaniza mucho y da más credibilidad cuando las cosas tienen rostro.
Nosotros hoy quizás hayamos hecho como un parto mayor, pero ese es el sistema de trabajo que siempre hemos tenido. La ciencia cubana trabaja mucho, es muy consagrada, son capacidades creadas durante muchos años. En esta parte de la biotecnología están todas las generaciones activas. Los fundadores participaron y los acabados de graduar también.
Lo segundo, nosotros no somos competidores. Mentiría si te digo que el CIGB y el Finlay no lucharon por llegar primero a la vacuna, pero siempre sobre la base de la integración. Por encima de todo está la obra, la vida de la gente. Tampoco competimos entre científicos. Cada uno aporta su mejor capacidad, y la sumatoria de todos da el resultado. Es como un rompecabeza, donde si te falta una ficha no se arma y solo entra de una forma.
¿Te han propuesto trabajo en el exterior o en otros centros aquí en Cuba?
He tenido muchas cada vez que uno sale. Mi primer viaje, cuando estaba en 5to año, fue a un evento en Puerto Rico, y el asedio allí fue fuerte para que me quedara. Ellos saben de la preparación del estudiante universitario en Cuba.
Hacia dentro he tenido acercamientos, pero hay un respeto ético importante. Desde que me gradué trabajo con Vicente, primero en el Laboratorio de Antígenos Sintéticos, luego en el Centro de Química Biomolecular y en el 2014 al tomarse la decisión de fusionar ese Centro con la actividad de vacunas del Instituto Finlay paso para aquí. Tengo la suerte de haber tenido el mismo jefe desde que empecé a trabajar.
Discusión de pelota y de científicos. ¿Puntos en común?
Varios. Si no tienes argumentos no ganas la discusión, aunque grites más que el otro, como sucede en el Latino. Si no tienes conocimiento en el mundo científico, tampoco sobrevives.
En el Latino no hay jefes. No existe alguien que diga lo se hace. Cada cual dice lo que cree y se logra un consenso en el mejor de los casos. En el mundo de la ciencia si bien hay jerarquía, se hace lo que el conocimiento dicte, no lo que alguien diga que es.
De hecho la diferencia del resultado nuestro es que las decisiones las movemos a partir de evidencia no de percepciones. Un científico es creíble cuando se pare y muestre el grafico con la respuesta que dio la vacuna.
¿Y la pasión?
Dicen los que estudian esto que la pasión es la diferencia entre una obra muy buena y una obra genial. Lo que puede distinguir a un científico y al aficionado de béisbol en Cuba es ser apasionado. Es ese extra que te permite sacar algo diferente. Es la base de lo que hemos construido como sociedad y como país, pero ha sido también la base de lo que hicimos con las vacunas.
¿Te sorprendió el Título de Héroe del Trabajo?
Totalmente. Me enteré porque un trabajador me felicita. Pero como estaba de moda felicitar lo felicito de nuevo y sigo. Después nos dicen que salió en la Gaceta y por ahí lo leímos.
Nadie nos llamó. Hay que decir que nosotros estuvimos tres meses trabajando intensamente 14-15 horas más de 100 personas y nadie se enteró. A partir del 19 de mayo hasta agosto. Hasta que fuimos a la Mesa Redonda y lo anunciamos. Cuando terminamos todas las personas que estaban en el ICRT fueron llorando a abrazarnos.
Ahí nos dimos cuenta el reconocimiento y la esperanza que significa la vacuna. Las principales muestras de agradecimiento las hemos vivido en los vacunatorios, donde las personas con una humildad y sencillez tremendas nos dicen cosas espectaculares.
Fue un acto muy bonito para nosotros. La gente nos preguntaba por qué estábamos tan unidos y felices. Y es que no nos vemos juntos casi nunca, cada uno está en su trinchera. Nos sorprendió.
Hay un grupo de reconocimiento que se trata de personalizar en algunos de nosotros, pero ni remotamente se puede desconocer a todos los que trabajaron en estos proyectos de vacunas.
Que Soberana haya llegado a edades pediátricas fue otro hito.
Totalmente. En el Finlay el gran porciento de las vacunas son para edades pediátricas por tanto el saber hacer que tenemos es dirigido a niños de meses, de lactantes. Todo lo que se diseñó fue en función de vacunar y vacunar, pero técnicamente utilizamos una plataforma que se usa en pediatría y en un momento visualizamos que tendríamos la capacidad de llegar muy rápido a vacunar a la población pediátrica, algo que no podían hacer las vacunas internacionales porque son plataformas que nunca se han probado en niños y por tanto el camino es mucho más largo.
Cuando tuvimos el producto y nos llegó la autorización y fuimos a vacunar a los primeros niños en fase uno, fue muy duro sentimentalmente. Estábamos haciendo algo que sabíamos iba a ser por primera vez y que el único país que iba a lograr vacunar masivamente a sus niños iba a ser Cuba.
Además, visualizábamos la apertura del curso escolar, que podía ser con toda su población de 2 a 18 años vacunados. Eso puede parecer un elemento más en esta batalla, pero es un elemento cumbre.
Tu hijo practica béisbol hoy, ¿deportista o científico mañana?
Me gustaría que fuera buen patriota, que nunca abandone su país, y que sea consecuente con los valores que le hemos inculcado. La familia ha sido el sostén de todo lo que hemos podido hacer. Hubo momentos que no lo veía. Eso que vivimos y que él fue receptor negativo le pueda servir de educación para ser un mejor ser humano.
¿Te gustaría que tu abuelo hubiera visto este triunfo?
Sin duda. Mi abuelo no lo vio. Sabía que estudiaba química. Pero mi abuela con 99 años sí lo vio. De ellos aprendí valores y supongo que estén orgullosos de lo que he tratado de hacer por este país.