¿Por qué un joven que no llegó a cumplir los 26 años fue perseguido con saña en vida y sus cenizas trataron de ser secuestradas y desaparecidas, lo mismo en México, donde fue asesinado, que a su arribo a Cuba, donde tuvieron que mantenerse ocultas durante 30 años, hasta después del triunfo de 1959?
Fidel lo definió como el cubano que más hizo en menos tiempo, y fue conocido por sus compatriotas y por las fuerzas progresistas de todo el continente como Julio Antonio Mella, aunque su padre lo inscribió con el nombre de Nicanor Mac Partland.
Las razones de tan enconado acoso están grabadas en el obelisco del memorial que se levanta frente a la universidad habanera, en que finalmente pudieron ser depositados sus restos. “Luchar por la Revolución social en la América no es una utopía de locos y fanáticos. Es luchar por el próximo paso de avance en la historia”. Y protagonistas de esa batalla concibió a los trabajadores.
Para ellos fundó la Universidad Popular José Martí, nacida en 1923 del Primer Congreso Nacional de Estudiantes, que lidereó como parte de la reforma de la casa de altos estudios. Consideró que el mejor terreno sobre el que sembrar las semillas nuevas era el elemento proletario al que calificó como el dueño de la futura humanidad. Y lo argumentó con una afirmación de profunda inspiración martiana. “La cultura es la única emancipación verdadera y definitiva”.
En 1924 Mella ingresó en la Agrupación Comunista de La Habana. Era la materialización de su idea de buscar en las fábricas la revolución verdadera. El proletariado, consideró, representa el porvenir, y la lucha social revolucionaria es el único camino a seguir. “Los proletarios son los nuevos libertadores. Nuestro deber de hombres avanzados es estar en sus filas” aseguró.
El año 1925 resultó decisivo en su existencia: se convirtió en uno de los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba y de la Liga Antimperialista de las Américas. Fue el año también de su prolongada huelga de hambre en protesta por su injusto encarcelamiento junto a varios trabajadores, bajo la falsa acusación de haber cometido actos terroristas.
Entre los presos se encontraba el destacado dirigente obrero y sindical Alfredo López, quien influyó poderosamente en la radicalización del pensamiento de Mella, quien recordó con emotivas palabras su último encuentro con Alfredo, cuando este se acercó a la camilla donde llevaban a Mella para el hospital, ya muy debilitado por el ayuno. “Toma esto. Te puede hacer falta”, le dijo Alfredo mientras bajo la frazada que le cubría le apretaba la mano en la cual le había colocado un billete de cinco pesos. Al principio el joven no quiso aceptar, pero su compañero de celda insistió: “Tómalo y no seas bobo, no te dejes morir. Tenemos mucho que hacer y aún mucho que limpiar para triunfar. Come, chico…”, y a Mella le impresionó ver en aquel hombre duro e implacable con el enemigo, un gesto tan fraterno, acompañado de una expresión paternal.
Obligado a escapar al exilio para evitar ser asesinado por orden del tirano Machado, Julio Antonio se radicó en México, y mantuvo un intenso quehacer revolucionario como miembro del comité ejecutivo de la Liga Antimperialista de las Américas y del Comité Central del Partido Comunista; escribió en numerosas publicaciones, participó en Bruselas en el Congreso Mundial contra la opresión colonial y el imperialismo, visitó la Unión Soviética…
En tierra mexicana organizó con otros luchadores la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (Anerc) que, según declaró en una entrevista, buscaba formar un puente entre obreros y estudiantes exiliados que reconocían la necesidad de unificarse en un ideal socialista para independizar la patria.
Un vil atentado lo hirió mortalmente en la noche del 10 de enero de 1929. Al caer se dirigió a los transeúntes que se detenían ante el hecho, denunció que Machado lo había mandado a matar y reiteró el sentido de su vida: “Muero por la Revolución”.