El pasado 15 de diciembre varios medios de prensa se hicieron eco de la salida hacia República Dominicana de un niño de 14 años, el pelotero cienfueguero Christian Sáez, elegido el primera base del Todos Estrellas en el Campeonato Mundial Sub-12 del 2019, con cuatro jonrones y average de 522. “El joven buscará ahora firmar con una organización de Major League Baseball (MLB) en alrededor de dos años”, repetían varios despachos noticiosos.
Dos meses atrás 12 peloteros abandonaron, a cuentasgotas, la selección nacional que nos representaba en la lid universal Sub-23 en busca de contratos profesionales en la MLB u otro circuito del Caribe; y para el próximo 15 de enero se anunció que el lanzador capitalino Andy Marlon, de 21 años, firmará con Los Nacionales de Washington para iniciar su camino en las Ligas Menores.
Son apenas tres ejemplos relacionados con el éxodo de peloteros cubanos, un fenómeno que se extiende en menor medida a otros deportes, y que significa hoy una de las duras espinas para el movimiento deportivo cubano. ¿Brazos cruzados o pelea de león a mono? ¿Mandan en esas decisiones factores económicos o políticos? ¿Debemos y podemos tener un nuevo tipo de relación con la emigración deportiva? Vayamos por parte.
Las raíces y números están…
No se puede obviar que históricamente en el Caribe nuestro béisbol ha sido de las plazas preferidas por la MLB. Y la ruptura con ese circuito, que siempre han querido endilgar al sistema revolucionario, tiene hechos que se obvian o no se explican con total claridad: privar a la isla de la franquicia del equipo Cuban Sugar Kings en el verano de 1960, prohibir a jugadores norteños que participaran en nuestros campeonatos invernales y aplicar similar restricción para los jugadores cubanos con contratos en algún equipo o sucursal de la MLB fueron decisiones tomadas a 90 millas de aquí. ¿Quién mezcló primero la política con el béisbol? ¿Qué tocaba entonces, aguantar callados?
Las razones o el origen para abandonar el país en que nacemos y nos educamos en los primeros años de vida pasan por factores económicos, sociales, personales o políticos. Sin encuesta fidedigna y solo a partir de decenas de entrevistas o declaraciones, nos atrevemos a afirmar que más de un 90 % de la emigración deportiva cubana ha estado marcada, antes y después del Triunfo de la Revolución, por probarse al más alto nivel y mejorar sus ingresos económicos. Muy pocos casos argumentan motivan políticos.
Es preciso acotar, para ser justos también en cualquier análisis, que la oferta de un mercado tentador como la MLB, la calidad o talento del pelotero emigrante, la crisis económica que vivimos en Cuba (en sentido general los deportistas son muchas veces sostén familiar), además de valores cultivados en familia y sociedad, influyen a la hora de tomar el camino de no jugar más en casa, con más fuerza desde 1990, y que ha llegado a números y hechos increíbles en este siglo.
Datos compilados por varios autores sobre el tema muestran que en los últimos seis años más de 635 peloteros de cualquier edad y por disímiles vías (legales o ilegales, con tráfico humano incluido) han salido de nuestra Isla. El propio Inder informó recientemente que en los últimos 10 años se han producido un total de 862 deserciones de atletas de selecciones nacionales de varias disciplinas. Como si fuera poco, desde el 2012 hasta la fecha el éxodo abarca a 2344 entrenadores, de ellos 85 que trabajaban al más alto nivel.
Hacer, hacer y seguir haciendo
Conscientes de que no podremos pagar nunca cifras millonarias en nuestras Series Nacionales porque no contamos con una economía para ello ni es el sentido del sistema deportivo nacional, el gobierno aprobó una reforma salarial hasta donde podía asumir, todavía muy inferior al de la región caribeña.
A la par la posibilidad de contratación en el exterior se abrió con fuerza desde el 2013 y es un proceso escalonado con ligas de menos ingresos (Italia, Canadá, Colombia, Nicaragua, México) y otra más poderosa como Japón. Es un proceso lento y que en el 2021 benefició a 37 peloteros contratados por la Federación Cubana de Béisbol; y a 125 deportistas en ocho disciplinas en sentido general.
La ruptura del Acuerdo con la MLB en marzo del 2019, tras haber sido firmado en diciembre del 2018, anuló un intento sano y efectivo de normalizar el flujo de nuestras figuras hacia ese circuito. En una carta de enero del 2019 a los Departamentos del Tesoro y del Estado, la máxima dirección de la MLB describió una vez más el propósito de haberlo suscrito.
“El objetivo es poner fin al peligroso tráfico de jugadores de béisbol cubanos que desean jugar béisbol profesional en los Estados Unidos”, se leía en el documento. Sin embargo, eso pareció importarle bien poco al entonces presidente Donald Trump y sus “coaches”, que volvieron a mezclar la política con el deporte, aduciendo que el dinero por derecho de formación que recibiría la FCB, una organización NO Gubernamental, iría a parar a las manos del Estado y no al desarrollo del béisbol en la base.
Pura ironía y otra manera de torpedear las ganancias de una organización que ha firmado con varias ligas nacionales y hasta con la Confederación Mundial de Sóftbol y Béisbol para a través ella darle la posibilidad de contratación a jugadores y entrenadores en clubes de América, Europa y Asia.
Ideas renovadoras
La complejidad del fenómeno relacionado con el éxodo de peloteros y deportistas cubanos pasa por continuar atendiendo correctamente a atletas en activo o retirados. Aprobada una política de comunicación en el país pudiera incluirse en los contratos de los jugadores con la FCB ingresos por conceptos de publicidad y promoción, a tono con lo que sucede en ese aspecto en el mundo.
Otra arista bien debatida es la nueva relación que debiéramos asumir con esos peloteros y entrenadores que han mantenido una postura correcta y respetuosa al sistema, háyanse ido de la manera que fuese, pues ocho años sin entrar a tu país arruina sueños, aspiraciones y al final no solo perjudica el deportista, sino al aficionado, a los resultados de Cuba, al pueblo. Diversos sectores, como el de la salud pública, ha superado esa barrera ya.
Si vamos a hablar de béisbol cubano en el 2021, para citar un ejemplo, hay que hacer referencia en los medios de comunicación y desde el discurso oficial al mayabequense Jorge Soler, al tunero Yordan Álvarez y al espirituano Yulieski Gurriel. ¿Quiénes los formaron? ¿Dónde aprendieron ese ABC extraordinario para jugar? ¿Sobre qué bandera se arropan para festejar sus éxitos?
No son nuestros enemigos y hay que entenderlo así, incluso la mayoría han expresado en público o privado, que les gustaría retirarse de los terrenos en Cuba o volver a vestir las cuatro letras en un certamen internacional. Y eso conlleva flexibilización y diálogo, poner ideas sobre las mesas y ser más proactivos para conversar con quienes no tienen limitaciones reales para hacerlo.
Hay que ser más ágiles y dialécticos en contratos con ligas profesionales, incluso desde la opción individual con un tributo por derecho de formación a la FCB y evitar engorrosos trámites. Hay que beber del prestigio y la inteligencia de algunos entrenadores (Iván Pedroso, en el caso del atletismo, con sus formidables resultados es imperdonable que no tenga alumnas cubanas en su centro de entrenamiento en España) y afrontar que tenemos jugadores millonarios (Despaigne, Gracial, Moinello, entre otros) a quienes le debemos brindar todas las oportunidades para que inviertan en nuestra economía.
El éxodo de peloteros y deportistas no se frena con una única receta. Se requiere de muchos poquitos, incluso en el béisbol, de seguir la exigencia por restablecer el Acuerdo MLB- FCB. Más de 100 peloteros emigrados han retornado por diferentes motivos (no le salieron bien las cosas, no se adaptaron o simplemente probaron y quisieron regresar) y aunque la ruta es larga, no es un sueño imposible que el éxodo de peloteros y de deportistas en general, deje de ser una espina más pronto que tarde.