Mi impuntualidad casi echa a perder una entrevista que ya presumía excepcional. Poco faltó para que Julio Camacho Aguilera decidiera suspender la conversación. “Fidel me enseñó la importancia de ser puntual”, dijo, y me vi desarmado para convencer a un hombre casi centenario, ataviado con impecable traje verde olivo con las insignias de Comandante del Ejército Rebelde en los hombros. Pero el aplomo y sensatez de Gina, su esposa por más de 70 años, pudieron más. Nos sentamos a conversar.
Secuestro poco conocido
En agosto último se cumplieron 60 años de un secuestro casi desconocido para la gran mayoría en Cuba, a pesar de que el protagonista obligado en la historia, Julio Camacho Aguilera, era en aquel momento, y es, una persona muy notoria y con amplísimo historial revolucionario.
El 18 de agosto de 1961 el diario Revolución reportaba que en un avión de la Pan American World Airways regresaba a La Habana el Comandante Julio Camacho Aguilera, víctima de un acto de piratería al ser secuestrado en la tarde del martes anterior en aguas del litoral de Guanabo, y agregaba que el secuestro había sido realizado por los contrarrevolucionarios José Perna y Antonio Díaz.
Previo a nuestro encuentro, un oficial de la Seguridad del Estado cubana me aseguraba, orgulloso, que en los años de Revolución solo un dirigente cubano había sido secuestrado: Camacho Aguilera. Era esa la única evidencia de que disponía sobre el tema.
“El día del secuestro se cumplían tres meses que yo había dejado de ser ministro del Transporte, y esperaba ubicación. Estaba muy disgustado, porque nunca he podido estar sin hacer nada.
“Un compañero y amigo, que había pescado en ocasiones con nosotros, Juan Moyano, me embulló para irnos a pescar. Primero le dije que no, pues mi escolta estaba de pase; pero al final decidí ir.
“En la embarcación a utilizar Camacho había salido varias veces a pescar, luego de terminar como ministro. Creía que era una tripulación de confianza. Y ya prisionero, amarrado, supe que la CIA lo tenía todo preparado con esa tripulación, pero como siempre fui con la escolta, no lo habían ejecutado. Ellos mismos lo comentaron.
“Tenían la esperanza de secuestrar a algún otro dirigente, incluso si iba el presidente Osvaldo Dorticós, o Regino Botti, quien era ministro de Economía y le gustaba la pesca.
“Esta vez se les dio la oportunidad y pusieron en práctica su plan. Éramos mi papá, Moyano y yo. Salimos por Guanabo. Íbamos a poca velocidad, y yo en la popa había tirado mi cordel, curricuneando. De pronto uno de ellos me encañona con un revólver. Eran tres.
“Cerquita de mí había una piedra de amolar, la cojo y se la lanzo. Si le daba, yo dominaba el barco. No le di y él me dispara a la cabeza. ‘Oiga estése tranquilo. No vamos a virar. Vamos para Estados Unidos’, me dijeron. Papá se me paró alante y me aconsejó que me estuviera tranquilo. Entonces me amarraron”.
En Opa Locka
Llegamos a una base naval que para mí era en Cayo Hueso. Antes dos o tres aviones militares volaron por encima del yate, y también un submarino yanqui nos pasó por al lado. A los tres nos llevaron a Opa Locka, más allá de Miami, pero el objetivo era Camacho.
Allí se encontraban 300 o 400 personas. Como yo era conocido, al verme empiezan a aplaudir pensando que yo había desertado. Entonces quienes nos habían secuestrado les manifiestan que yo era un comunista, un granuja. Querían el mérito por habernos secuestrado.
“Comenzaron a decirnos oprobios. A mi pobre madre me la mentaron. Incluso intentaron agredirme, pero la policía militar del lugar hizo un cerco y me protegió. Esa gente estaba entrenándose para operaciones de infiltración en Cuba. Años después dos agentes cubanos que estaban allí infiltrados me pidieron disculpas, porque ellos también fueron de los que me insultaron.
“Me aíslan en una casa y me brindan atención. Me interrogaron 10 veces, siempre con un interrogador diferente. Hablaban muy bien el español, con acento latino. Me decían que Estados Unidos me apoyaba, que yo tenía razón en haber desertado.
“Les expresaba que yo era un prisionero, que había sido llevado allí por la fuerza y mi deseo era que me habilitaran el barco para regresar. Otro interrogador me refirió que conocían los méritos que yo tenía acumulados en la guerra en Cuba, que el Gobierno de Estados Unidos y el Departamento de Estado habían decidido brindarme toda la protección que merecía y declararme como un héroe norteamericano, un veterano de la guerra de Corea. Que en Cuba se consideraba que yo era un desertor, no un secuestrado.
“Que su propósito era protegerme y debía aceptar la protección que me brindaba el pueblo norteamericano. Dije que no necesitaba ninguna protección. Si en Cuba se consideraba que yo era un traidor, ese era un problema mío, no de ellos.
“Me dijeron que no fuera tan testarudo, que habían dispuesto 40 mil dólares para que yo estuviera tranquilo; que iban a llevar a mi familia para que estuviera conmigo. Querían tupirme.
“Finalmente parece que se convencieron y me comunicaron que el Gobierno de Estados Unidos había hecho gestiones para devolverme, pero se exigían seguridades para mí; que Castro no aceptaba propuesta alguna del Gobierno de Estados Unidos. Y que iba a ser fusilado si volvía a Cuba.
“Mire, yo prefiero ser fusilado en Cuba que vivir entre ustedes. Solo seré un prisionero entre ustedes. Fue una discusión fuerte, caliente”.
El regreso
“Al otro día por la mañana me sacan de la casa y veo que detrás traen a papá y a Moyano, a quienes habían mantenido aparte. Los tres tipos secuestradores estaban esperando afuera y me dicen: ‘¡Comandante!’ Ya no me llamaban Camacho, sino Comandante. Y como yo sabía dónde ellos vivían en La Habana me pidieron que no tomara represalias con sus familiares.
“Entonces me doy cuenta que nos van a mandar de vuelta. Me llevan afuera de la base de Opa Loka y en varios automóviles nos envían al aeropuerto de Miami. Postas y guardias por dondequiera. ‘Queremos que se vaya’, dijeron.
“Nos mandaron en un avión grande a los tres y como a 14 norteamericanos. El avión se identifica llegando a Cuba. Nadie nos esperaba. Al llegar pido un teléfono y llamo a Ramiro Valdés, ministro del Interior”.
Interviene entonces Gina. Su memoria es asombrosa. “A un secuestrado no lo devuelven porque haga resistencia. Lo matan o lo tiran por ahí. En 1961, año de Girón, hay grandes tensiones, entre ellas el sectarismo, un gran problema que vivió la Revolución y muchos de los revolucionarios de aquel momento.
“El sectarismo creó un negativo estado de opinión contra dirigentes y rebeldes. Hubo sustituciones inesperadas de ministros, que no se decía qué hicieron. Cuando a Camacho lo sustituyen va para la casa sin empleo ni sueldo. Se vivía una situación difícil en el país, con mucho chisme. Que si lo iban a mandar para aquí, para allá. Todo por debajo de lo que se suponía por su prestigio y autoridad. Era un comandante del Ejército Rebelde. Por todo eso, algunos esperaban que Camacho desertara en algún momento. Hasta la CIA”.
“Mucha gente creía que yo iba a abandonar Cuba, porque habían pasado tres meses y no estaba trabajando”, subraya Camacho.
“Cuando veo que Camacho no regresa de la pesquería, comenta Gina, me fui a Guanabo y conversé con los guardias marinas del lugar de donde había salido la embarcación. Me preguntaron si sabía si Camacho se quería ir. Yo sé que él no se quería ir, les digo y ellos me dicen: ‘Bueno, eso es lo que usted no sabe’. Fíjese el nivel de opiniones que había.
“Al día siguiente llamo a la oficina de Fidel. Me salió Conchita Fernández, la secretaria, quien se lo dice a Fidel y este le contesta: ‘Dile a Gina que no sea boba, nosotros tenemos confianza en Camacho’. A partir de entonces se desarrolla una gran gestión diplomática para su regreso. Yo había cumplido así mi misión de informar que él o estaba secuestrado o muerto, que él no traicionaba la Revolución”.