Aquel enero de 1959 todo era Revolución. El verde olivo bajó de la Sierra Maestra con barbas, collares y sonrisas; y de Santiago de Cuba hasta La Habana se hizo acompañar de un solo protagonista: el pueblo. Fidel, así a secas para los humildes, saludaba, hablaba, trabajaba, y hasta más de una vez se le perdió a la escolta en esos primeros días para sentir, latir y vivir con la gente por la que venía luchando desde su etapa estudiantil.
Este enero del 2022 todo es también Revolución. El camino de los líderes históricos mantiene la fuerza de la epopeya; y el compromiso de ser continuidad recae en Miguel Díaz-Canel y en un equipo de trabajo que recorre el país, enfrenta con gallardía e inteligencia una pandemia, lucha contra la subversión ideológica en las calles y redes sociales, e intenta mover la economía entre bloqueo y malas administraciones. Para ello andan con un mismo traje: vestidos de pueblo.
La mirada certera, el consejo oportuno de no traicionar principios éticos, la necesidad de elevar el papel del Partido tras un Congreso de necesario relevo generacional y profundos cambios de métodos, son todas enseñanzas que no se borran con el tiempo y parecen estar recogidos en una idea: “(…) la Revolución al que le interesa es al pueblo (…)”, dicha precisamente por Fidel el 8 de enero, cuando entró al frente de los rebeldes en Columbia.
Mucha confianza hay depositada en los jóvenes. Es imperioso seguir dinamizando la comunicación política. Soltar amarras en las fuerzas productivas nos fortalecerá como nación. La unidad no podemos dejar que nadie la equivoque con unanimidad. Cuba solo conoce de una independencia. La libertad no se mide con dobles raseros ni se impone con otro filo que propicie desaparecer u olvidar lo vivido.
Fidel y Díaz-Canel, cada uno con su sello, cada uno con su cubanía, andan como en esa foto de hace casi 30 años, rebeldes y vestidos de pueblo. No hay otra forma de seguir haciendo Revolución.