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RETRATOS: Doctora Mercedes: manos de seda

Mercedes Castillo Cárdenas es la cubanía en persona. Alegre, dicharachera, bailadora y solidaria. No hace alarde de sus títulos de Doctora en Estomatología, máster en Odontogeriatría, especialista de primer grado en Periodontología y profesora asistente de la Facultad de Ciencias Médicas 10 de Octubre. Su máxima es hacer el bien a las personas y que le paguen con una sonrisa.

 

Mercedes Castillo Cárdenas es una guerrera de la vida. Foto: Agustín Borrego Torres

 

Dicen quienes se atienden con ella que tiene manos de seda, que es atenta y preocupada. “Soy de la vieja escuela”, afirma y añade que para un profesional de la salud, hay normas de la educación cívica que son imprescindibles.

“Puedo tener mil problemas, pero cuando entro en la clínica, los dejo atrás y pongo mi mejor cara”. La ética y el respeto son sus cartas de presentación.

Cuenta que proviene de una familia humilde y su madre, Dulce, ya fallecida, se esforzó mucho para que sus dos hijas se convirtieran en profesionales y aprovecharan las oportunidades que la Revolución abrió para todos, sin distinguir razas ni orígenes.

“Aunque mi mamá no era religiosa, como casi todos los pobres, me encomendó a la Virgen de las Mercedes, por eso mi nombre. Ella fue una mujer muy valiente. Cuando salió embarazada ya estaba en proceso de divorcio, y quiso tenerme. Mis padres se separaron y mi mamá nunca más se casó. Ella decidió ser madre y respetar la figura de mi papá; hicieron un trato: mi mamá no nos pondría padrastro y él, aunque no vivía en casa, tomaba la decisión final. Hoy, quizás, no se entienda, pero fue así.

“Antes del triunfo de la Revolución, ella fue trabajadora doméstica; después estuvo vinculada a la agricultura, en Güines. Se levantaba de madrugada para ir a recoger tomate o lo que fuera. También estuvo en la Flota Cubana de Pesca, primero como auxiliar de limpieza y posteriormente como cocinera. En verdad, mejoró un poco. Ahí fue que pudo terminar el sexto grado, tenía una inteligencia nata y esa era una de sus metas. Le gustaba mucho leer y estar al tanto de las cuestiones políticas del país y el mundo. Por eso insistió mucho en que mi hermana Maritza y yo estudiáramos. Y no la podíamos defraudar”, asevera.

La mirada en el futuro

En 1987 concluyó sus estudios de Estomatología. Foto: Agustín Borrego Torres

 

Los ojos de Mercedes estaban puestos en el futuro, por eso se concentró en los estudios y a la hora de elegir carrera, su única opción fue Estomatología. “Logré ese propósito. El primer año fue muy fuerte. Recuerdo que, en las madrugadas, me quedaba estudiando y mi mamá me traía caldo de pescado porque según ella, fortalecía las neuronas. Yo ni salía, me pasaba los sábados y domingos con un libro en las manos. Había asignaturas que resultaban difíciles como Histología, Anatomía, Bioquímica…Y aunque estudié, suspendí Bioquímica. Me faltó un detalle y todavía me acuerdo en qué me equivoqué. Me confundí en el balance energético de la cadena respiratoria, fui al extraordinario y aprobé. Ese fue el único bache que tuve. La lección fue que no se podía coger miedo y había que ser valiente”.

Al graduarse, en 1987, prestó servicio social en las FAR, hasta 1990. “Fue en la clínica del Hospital Docente Clínico Quirúrgico 10 de Octubre, popularmente conocido como La Dependiente, donde comenzó el bichito de la superación y en 1996 decidí optar por la especialidad de Periodoncia, que se encarga de estudiar todas las enfermedades que tienen que ver con los tejidos que rodean y sostienen al diente”, apunta.

Ese fue el otro peldaño y no se detuvo hasta llegar a convertirse en Máster, con un sacrificio inmenso, pues ni siquiera contaba con una computadora, y fue con el apoyo de muchos amigos, que la ayudaron a buscar bibliografía e imprimir materiales, entre otras cuestiones, que pudo concluir esa meta.

Para esta guerrera de la vida, no hay imposibles. Ni las tormentas más grandes han logrado derribarla, y a veces ella misma se pregunta de dónde salen las energías y fuerzas para soportar los embates de la vida. Pero ella tiene múltiples razones por las cuales luchar. Están sus hijas, Anaida, de 30 años e Isaida, quien tiene 20 años. “Mi pequeña nació con síndrome de Down. En el primer año hubo que operarla, pues traía una cardiopatía. Agradezco a los médicos que lucharon por su vida, hoy la estamos disfrutando”.

Habla de los tiempos complejos que le han tocado vivir. Señala que mientras su hija mayor estaba en la EIDE José Martí, antiguamente en Cojímar, ella tuvo que ejercer pluriempleo durante 10 años. “Mi salario no me alcanzaba para asegurar todas las cosas que ella necesitaba. También estaba divorciada y era más complejo. Trabajé en una paladar durante 1995 y el 96; salía de la consulta y me iba para el otro sitio a fregar o pelar viandas, hasta que cerraba a las 12 de la noche. Luego, entre el 2004 y el 2014, estuve limpiando casas particulares. Nadie lo sabía, hasta que un día, tuve que parar. Ya mi hija había crecido”, rememora.

Cuando repasa el camino transitado, afirma que lo único que le ha faltado es poder cumplir una misión internacionalista, con lo cual, además del orgullo que representa, hubiera podido solucionar uno de los grandes problemas que aún la atormentan: las malas condiciones de su casa, un apartamento creado en el garaje de lo que fue una fastuosa casa de una condesa, ubicado en Diez de Octubre. “Tres veces he hecho expediente para la colaboración, pero al final, me convenzo de que no puede ser, pues tengo una hija que depende de mí”.

El rostro se le ilumina cuando habla del amor. “Hace cinco años, en el 2015, me volví a enamorar. Se llama Fernando Domínguez, y ha sido una bendición. Tenemos muchas cosas en común, nos llevamos muy bien”.

De proponérselo, Mercedes hubiera hecho el doctorado, pero afirma que las energías están concentradas en tratar de arreglar la casa, para que la familia pueda tener mejor calidad de vida y en seguir velando por sus hijas, en especial la más pequeña.

En tanto, su profesionalidad en la clínica docente de Santa Catalina se agradece por todos los que llegan hasta ella y con elocuencia dice: “Mis pacientes se han convertido en mis grandes amigos, ¡qué más puedo pedir!”.

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