La ciudad de Camagüey acogió la pasada semana la décima edición de su Festival Olorum, consagrado a las expresiones danzarias de la cultura popular y tradicional.
La llamada danza folclórica escénica (aunque el propio término folclor está ahora mismo en discusión) cuenta en Cuba con un sólido movimiento creativo. Prácticamente no hay provincia de este país que no tenga una o más de una agrupación. Algunas de las más significativas acudieron a esta cita que se ha consolidado como plataforma de socialización de un arte rico y palpitante, y que incluyó también un evento teórico en el que se reflexionó sobre realizaciones y desafíos del arte coreográfico y del ejercicio interpretativo.
Lo más importante es que esos debates tendieron puentes a las prácticas culturales de las comunidades. No es el Olorum un Festival que se haya regodeado nunca en elitismos estériles.
La confluencia de múltiples discursos escénicos caracterizó esta edición. Llama la atención que se programara incluso una compañía de danza moderna, la villaclareña Danza del Alma: esa vocación ecuménica (que define al propio movimiento de la danza cubana) garantiza un acceso más democrático a las disímiles propuestas: la cultura del pueblo es (o al menos así debería asumirse) la cultura toda.
Los espectáculos de la agrupación guantanamera Babul, de la capitalina compañía JJ, de Camagua, y del anfitrión el Ballet Folclórico de Camagüey, ofrecieron un panorama interesante de un acervo y de su recreación actual. No estuvieron todos los que son (algo imposible, y más teniendo en cuenta las limitaciones de la nueva normalidad), pero todos los que estuvieron, son.
Esa escenificación de las expresiones tradicionales requiere de un diálogo permanente con el foco, de un compromiso con los valores esenciales de la cultura popular. No se trata de “intelectualizar” un legado, hasta el punto de volverlo ajeno a las propias dinámicas sociales. Pero tampoco de abaratarlo con concesiones populistas.
Como reza el eslogan del Festival: Olorum irradió aché… y el concepto trasciende las meras implicaciones religiosas (que marcan, y mucho); se irradió sobre todo cultura, que es sensibilidad, pensamiento y espíritu.