El 22 de diciembre de 1961, en la Plaza de la Revolución, había llegado el final feliz. Concluida la Campaña Nacional de Alfabetización y ante el monumento a José Martí, Fidel profundamente conmovido frente a los miles de jóvenes, protagonistas fundamentales del hecho histórico, izó la bandera que dejaba constancia de que Cuba era Territorio Libre de Analfabetismo. Los presentes en la enorme explanada saltaban y repetían a toda voz: “Fidel, Fidel, dinos qué otra cosa tenemos que hacer…”. Y Fidel respondió: “¡Estudiar!”.
No era el final. Era la continuidad de una obra que nunca termina. Cada nueva generación tendría ante sí la obra educacional que les permitiría ser mejores y engrandecer la patria.
Simultáneamente se crearían 10 mil aulas, de las cuales 9 mil ubicadas en las zonas rurales, cientos de ellas donde nunca habían tenido la presencia de un maestro y una escuela. Era en el campo donde se encontraba la mayor parte de los 800 mil niños sin escuelas.
“En enero de 1959, luego de un recorrido que Fidel realizó por la Sierra Maestra, se publicó una nota en el periódico Revolución, en la que se convocaba a jóvenes graduados de las Escuelas Normales (actualmente escuelas pedagógicas) para ocupar las aulas que se ubicarían en las zonas rurales fundamentalmente. Los que acudimos a aquel llamado integramos el Departamento de Asistencia Técnica, Material y Cultural al Campesinado, perteneciente al entonces Ministerio de Defensa.
“Lo primero fue ocuparse de encontrar un local para impartir las clases, en lo que nos ayudaron los vecinos. La matrícula fue nutrida (más de 30). Las madres de los alumnos recibirían sus clases con otra maestra. Y por la noche, los que sabían leer mejoraban su nivel y los que no empezaron su aprendizaje”.
Las escuelas creadas al inicio de la Revolución fueron la “semilla” de lo que sería la Campaña Nacional de Alfabetización. Meses después, en abril de 1960, Fidel convocó a jóvenes, fueran o no graduados de bachillerato, escuelas normales, del hogar, de artes y oficios, y de maestros agrícolas, dispuestos a estar tres meses en campamentos en la Sierra Maestra. Sería su preparación profesional para incorporarse a las aulas en llanos y montañas.
El 22 de abril 3 mil jóvenes ya se habían sumado a ese movimiento y en septiembre ocuparon una parte de las 10 mil aulas creadas en 1959. Fidel los denominó Maestros Voluntarios y los definió como los primeros maestros que estuvieron dispuestos a trabajar en las montañas y en los campos. Al año siguiente los jóvenes alfabetizadores ocuparon el lugar al que fueron designados, se cumplió una de las tareas claves del Programa del Moncada.
El maestro voluntario Conrado Benítez, asesinado en el Escambray por bandas contrarrevolucionarias, se multiplicó por 120 mil alfabetizadores para asumir su labor en la campaña por el país.
Las fuerzas que integraron este “ejército” armado de lápices, cartillas, manuales y faroles para acompañar la luz de la verdad eran más de 100 mil estudiantes, 43 mil maestros profesionales y 120 mil alfabetizadores populares, con lo cual se cubrió el país.
Los que formaron filas en estas fuerzas diferentes enseñaron a leer y a escribir a más de 700 mil 200 analfabetos que de 23,6 % disminuyeron a 3,9 por ciento. Fue un período de vida, trabajo, pasión y convicción de que estábamos a las puertas de eliminar el atraso de siglos, que debíamos barrer definitivamente de nuestro territorio. Es lo que no nos han perdonado en estos más de 60 años.
Mientras me alejo de la Plaza de la Revolución sigo escuchando la canción Despertar, de Eduardo Saborit. ¡Qué maravilla! ¡Qué tiempo para no olvidar, para multiplicar!