Francisco García Castellanos, sencillamente Pancho para sus muchos amigos y admiradores, falleció el pasado jueves en La Habana. Fue primero que todo un hombre de teatro. Hizo cine y televisión, pero no se sentía completo lejos de los escenarios.
“El teatro es el arte primigenio, la prueba de fuego del actor, el vínculo más estrecho que puedes establecer con un espectador” —le confesó a este redactor hace algunos años.
Era un intérprete raigal. Y no le temía a los unipersonales: “Es lo más difícil. Cuando estás con otros actores en la escena te sientes parte de un sistema. Los demás actores te sostienen, tú sostienes a los demás actores. Pero cuando haces un monólogo no hay red de seguridad. Pero a mí me emociona eso: justo antes de salir siento un cosquilleo por todo el cuerpo. Como si estuviera frente a un precipicio a punto de saltar. El salto al abismo es el momento más sublime de un actor”.
Agradecía los premios y los reconocimientos con una humildad ejemplar: “Los aplausos siempre son una despedida, un hasta luego. Últimamente, cada vez que me aplauden, pienso que un día será la despedida definitiva, el hasta siempre. ¿Tú crees que habré dejado alguna huella? Bueno, si no la dejé a mí me basta con lo que he vivido. Yo he dejado trozos de mi vida sobre el escenario”.