El 13 de diciembre de 1994 ocurrió en La Habana el primer encuentro entre el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y el entonces joven rebelde Hugo Chávez Frías. Ese día nació la amistad inquebrantable entre esos dos hombres y reverdeció el sueño de la unidad regional.
Batallas después, en 1819, Bolívar fundó con Venezuela y Nueva Granada la Gran Colombia. Luego se sumaron Panamá (1821), Quito y Guayaquil (1822). Por unos años funcionaron como un Estado las actuales repúblicas de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela (incluida la disputada Guayana Esequiba), así como otros territorios que tras el fracaso del proyecto pasaron a Brasil, Perú, Nicaragua y Honduras.
El Libertador estaba convencido de que esa estructura supranacional garantizaría la independencia y la integridad territorial, adoptaría el arbitraje como forma de solución pacífica de los conflictos entre los nuevos Estados, y excluiría de manera definitiva a los Estados Unidos pues “parecen destinados por la providencia para plagar las Américas de miseria a nombre de la libertad”.
La idea bolivariana se basaba en varios elementos unificadores, entre ellos el idioma y la religión católica, generadores a su vez de tradiciones, preceptos morales y estructuras societales compartidas. Con esas y otras certezas organizó en 1826 el Congreso Anfictiónico de Panamá que, a pesar de no haber podido concretar el proyecto integracionista, dejó claro que la unión continental hispanoamericana, fuerte e indomable, es necesaria y posible. Pronto apareció su voraz depredador, la Doctrina Monroe.
Poco después de aquella histórica Conferencia de Guayaquil (26 y 27 de julio de 1822), en que se reunieron por primera y única vez dos grandes libertadores de América, Simón Bolívar y José de San Martín, el presidente estadounidense James Monroe, quien ya se había apropiado de la Florida, emitió una declaración que condensaba el viejo propósito imperial de sus predecesores Thomas Jefferson, James Madison y del entonces secretario de Estado John Quincy Adams, quien más tarde también fue presidente. De ella salió la frase América es para los americanos, que en realidad significa, América para los estadounidenses.
Según el politólogo cubano Néstor García Iturbe (1940-2018), el monroísmo ha signado siempre la política exterior de EE. UU. hacia América. En el siglo XX contabiliza no menos de 40 operaciones que así lo confirman: “Las acciones realizadas van desde ocupación de países, golpes de Estado, represión a las fuerzas de izquierda y otras donde en todo momento se han defendido los intereses económicos de los grandes consorcios estadounidenses. El listado de acciones es extenso y tétrico. La ayuda a los ‘contra’ en Nicaragua, la muerte de Torrijos y la invasión de Granada son algunos ejemplos de las distintas formas adoptadas”, refiere el experto.
En el siglo XXI, la Doctrina Monroe sigue vigente. Un buen ejemplo es el Plan Colombia y su propósito nada encubierto de mantener presencia militar en la zona. También podrían mencionarse las acciones hostiles contra Venezuela; el derrocamiento de Manuel Zelaya, en Honduras, y de Evo Morales, en Bolivia; los golpes de Estado “constitucionales” en Paraguay y Brasil; las acciones contra los Gobiernos democráticamente electos de Nicaragua y El Salvador; así como la constante guerra contra Cuba, donde además del bloqueo económico, comercial y financiero, apelan a métodos de subversión política ideológica para derrotar la Revolución.
Frente a ese escenario, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América–Tratado de Comercio de los Pueblos (Alba-TCP), cuya XX Cumbre Presidencial tuvo lugar recientemente en La Habana, se nos presenta como heredera de aquel propósito bolivariano de caminar juntos. Es la opción que acoge y abraza.