Tras el desembarco, los expedicionarios del Granma vivieron momentos muy angustiosos: la dificultosa marcha por entre el enmarañado mangle, la sorpresa de Alegría de Pío, la persecución de la soldadesca, la dispersión de los revolucionarios, el asesinato de una parte de ellos…
El propio Fidel calificó aquellos momentos vividos como los más dramáticos.
Acompañado solo de dos hombres, fueron descubiertos y sometidos a un intenso ametrallamiento por los aviones caza del ejército de Batista. Para evitar ser vistos por una avioneta que vigilaba todo el tiempo, se ocultaron en un cañaveral, debajo de la paja. “Después del bombardeo, relató, me quedé con el fusil así, la culata del fusil entre las piernas dobladas y la punta del cañón apoyada bajo la barbilla… No quería que me capturaran vivo (…) Como no podía moverme, me dormir completamente. Dormí como tres horas, parece que era tal e agotamiento”.
Cualquiera en tales circunstancias habría pensado en derrota, en que el emprender la lucha armada en Cuba era un imposible, pero para Fidel no existía la palabra desaliento.
Se demostró el 18 de diciembre en Cinco Palmas, localidad serrana de Media Luna en la provincia que hoy lleva el nombre de la legendaria embarcación que trajo a la patria a los nuevos libertadores.
Allí se reencontraron Fidel y Raúl «Me dio un abrazo, relató este, y lo primero que hizo fue preguntarme cuántos fusiles tenía, de ahí la famosa frase: “Cinco, más dos que tengo yo, siete. ¡Ahora sí ganamos la guerra!”
Era, sin dudas, la expresión suprema del optimismo, de la fe en la victoria, una línea de conducta que Fidel, con su liderazgo, logró impregnar en sus compañeros, primero, y en su pueblo después y para siempre
Lo guiaba la misma convicción que llevó a Céspedes a no dejarse vencer por la adversidad cuando al quedarse con solo 12 hombres aseguró que bastaban para hacer la guerra.
Ejemplo fehaciente de que esa era la vía correcta a seguir fue que con esos siete fusiles, sumados a otros que los campesinos recolectaron de los compañeros asesinados o que habían sido guardados para recuperarlos más tare, se obtuvo el primer triunfo del naciente Ejército Rebelde, el 17 de enero de 1957. Y como resaltó el propio Fidel, al cabo de dos años el ejército de la tiranía, supuestamente invencible, había sido liquidado y el pueblo victorioso empuñaba los 80 mil fusiles que un día se esgrimieron contra la nación.
No existe un testimonio gráfico de aquel reencuentro en Cinco Palmas, sin embargo, tres décadas después los dos hermanos volvieron a juntarse en el mismo escenario y su gesto de brazos alzados en señal de victoria quedó plasmado en una fotografía, como muestra de que el triunfo es de los que perseveran en la defensa de una causa justa.
El legado de optimismo de Cinco Palmas nos ha llevado adelante durante las más de seis décadas de Revolución, en que los obstáculos no han impedido que los patriotas de estos tiempos luchen por hacer realidad sus sueños de justicia.
Lo declaró Raúl en otro diciembre, en la Plaza de la Revolución Antonio Maceo de Santiago de Cuba, ante las cenizas del Comandante en Jefe: “Ese es el Fidel invicto que nos convoca con su ejemplo y con la demostración de que ¡Sí se pudo, sí se puede y sí se podrá!”.