Ahora que todo el mundo comenta sobre los precios tan elevados de la mayoría de los productos en Cuba, recordé por contraposición una frase que solía decirnos mi madre cuando mis hermanos o yo decíamos algo sin verificar o profundizar: ¿por qué hablas tan barato?
La frase me vino a la mente al pensar en alguna gente que pulula por ahí y presume de saberlo todo, con una superficialidad tremenda para lanzar conclusiones absolutas, juzgar capacidades ajenas y proponer soluciones mágicas casi a cualquier problema de nuestra vida económica y social.
Para tales individuos nadie hace nada bien, solo ellas y ellos saben lo que hay que hacer, o son las únicas personas que entienden lo mal que anda esto o aquello, desde una altanería que no tiene límite ni precio topado.
Lo curioso del asunto es que no pocas veces quienes así se manifiestan, no te ven un noticiero, ni una mesa redonda de la televisión, ni mucho menos te leen un periódico. Pero eso no les impide jurar y perjurar que si hiciéramos lo que dice fulano o mengano, lo que leyó en su burbuja de Facebook o en un grupo de Telegram, entonces sí se arreglarían las cosas.
Y no crean que entre tales habladores no hay gente profesional y hasta con grado científico. Porque el asunto no estriba en la formación o nivel académico, sino en la humildad y en la empatía que les falta para ponerse en el lugar de quienes sí hacen.
Ah, porque hay otro rasgo muy característico de alguien que suele hablar barato. Cuando uno analiza bien, pues se encuentra que la gente más tremendista, menos comprensiva, más escandalosamente intransigente, en demasiadas ocasiones son también las que mayor provecho sacan de las mismas dificultades que pretenden condenar.
Así, vemos con frecuencia que quienes más barato hablan son los propios revendedores, los coleros, los abusadores que nos cobran cinco o más veces por algo que adquirieron al precio estatal, y luego se ponen a sermonearnos sobre cómo resolver la crisis que ellos mismos contribuyen a agudizar.
Sin olvidarnos tampoco de otros sujetos que presumen de vivir del invento, de no trabajarle al Estado —como suelen decir—, y que le saben un mundo a lo que pasa, según su diletantismo económico y social, en cualquier otro lugar del planeta, donde “ahí sí hacen las cosas bien”, según dicen que les contaron o a veces hasta pretenden haberlo visto.
Habría que pedirles entonces a ciertas personas que hablaran menos e hicieran más. O como mínimo, que trataran de averiguar, investigar, fundamentar lo que plantean, no quedarse en el rumor y lo banal.
En fin, que hay que poner más el hombro en función de empujar al país con trabajo verdadero, para que así a nadie tengan que repetirle la pregunta que hacía mi madre cuando mis hermanos o yo decíamos algo sin verificar o profundizar: ¿por qué hablas tan barato?
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