No resulta inusual que muchas entidades, ya sean empresas u otros centros laborales, traten de garantizar para el mes de diciembre la adquisición y venta a sus trabajadores de diversos productos que estén a su alcance, como parte de los festejos de fin de año y por el aniversario de la Revolución.
Las famosas jabas, como solemos llamarles, han tenido defensores y también sus detractores en otros momentos, tanto por la satisfacción que reporta entre los colectivos como por las complicaciones organizativas y de control que pueden derivar de su práctica.
No obstante, en las circunstancias actuales de tanta restricción de recursos y fenómenos inflacionarios que perjudican tanto a la comercialización desregulada, quizás no sea descabellado estimular, e incluso darles cierta prioridad o atención a tales iniciativas.
Las jabas de fin de año podrían ser una manera de aliviar la situación de los precios disparados, con una garantía de mejor distribución, sin coleros ni revendedores, de lo poco o mucho que esté disponible, con prioridad para los centros de trabajo.
No quiere esto decir que los gobiernos locales y central no tomen otras decisiones para tratar en la medida de las posibilidades de reforzar la distribución y venta de alimentos a propósito de los días festivos, así como el reforzamiento de las opciones gastronómicas y otras iniciativas.
Pero la idea de incrementar esas gestiones institucionales, e incluso pensar en todas las opciones posibles en cada territorio para favorecer a determinadas actividades económicas y sociales cuyo personal pudiera estar en desventaja en el complejo escenario que hoy tenemos.
Pienso en la salud, por ejemplo, o en los docentes, aunque pudieran ser muchos otros los sectores. Hace poco el director de una escuela me confesaba que a veces debía hacerse de la vista gorda con algunas de sus maestras, cuando se ausentaban o no cubrían todo su horario, por la sencilla razón de que comprar cualquier cosa en las tiendas requiere actualmente de un tiempo y esfuerzo que quien está frente a un aula toda una jornada y no tiene a más nadie que lo haga, pues sencillamente no puede hacerlo.
Y hay muchos empleos y no pocas personas que están en situaciones similares, a quienes una jaba por su centro de trabajo les sabría a gloria.
Eso sin contar con que incluso a los actuales precios bastante altos, cualquier venta por esa vía institucional no tendría al menos las surrealistas multas que imponen los revendedores y coleros.
Conozco a algunas personas que ya tuvieron o tienen anunciada su jabita para este mes, y sin dudas es una oportunidad que se aprecia, mejora la situación de no pocas familias y desinfla quizás un poco las reventas.
Y aunque, como dijimos al inicio, en otros momentos las famosas jabas han tenido sus defensores y también sus detractores, para este fin de año valdría la pena repensarla como una opción que todos queremos que nos toque.
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