Los años han borrado algunos nombres de la mente de Ángela Gómez López, pero los sucesos vividos fueron tan intensos que aún perduran y gracias a fotos y algunos documentos los puede rememorar con total certeza.
Así ocurrió con una imagen que tiene anotado por detrás: 18-3-1961 (aparece ella, con pulóver y pantalón, recostada a un árbol). El rostro se le iluminó enseguida. “En ese entonces, estaba en la Escuela Tecnológica Industrial Raúl Suárez Martínez, ubicada en Santa Clara. Me encontraba entre los que habían dado el paso para la alfabetización y nos preparábamos para esa misión.
“Antes de partir, fuimos a visitar Playa Girón. Cuando salimos de una de las fondas donde comimos algo, vimos unos carros frente a un restaurante y fuimos hacia el lugar. Alguien dijo que ahí estaba el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Por supuesto, no nos permitieron llegar hasta donde se encontraba, pero él pregunto quiénes éramos. Manifestó a uno de los escoltas que después quería hablar con nosotros.
“Nos indicaron que no nos alejáramos. Al poco rato, nos llamaron. Ese día yo tenía puesto un pantalón rojo y un pulóver negro. A Fidel le llamó la atención, me miró y expresó: ‘Estas vestida con los colores del 26 de Julio. Tú vas a responder las preguntas’. Indagó de dónde éramos, qué estudiábamos y qué problemas teníamos en la escuela.
“Me puse algo nerviosa, no sé de dónde saqué fuerzas, ¡era increíble tener a ese hombre tan inmenso al lado mío! Le respondí: ¿por dónde empiezo? Él alegó que por donde quisiera. Bueno, le dije qué hacíamos en la escuela, cómo era el horario de clases, y además, le comenté que había dificultades con el comedor del centro, pues aún no funcionaba, aunque estaban creadas las condiciones. Los muchachos que venían de provincias como Sancti Spíritus y Cienfuegos no podían almorzar. En realidad, eso no le gustó a algunos de los directivos del centro en ese entonces, pero lo cierto fue que el comedor enseguida comenzó a prestar servicio”, señaló Ángela.
Por siempre a la educación
Ángela amó la Revolución desde su triunfo, el 1ro. de Enero de 1959. Tenía 20 años cuando ocurrió el histórico suceso que le permitió cumplir los sueños de su vida. Fue de los cientos de villaclareños que salieron a las calles para aplaudir al Comandante Ernesto Che Guevara y a sus combatientes, luego de la derrota de las tropas batistianas en Santa Clara. “Tuve la suerte de poder ver al Che, con su brazo vendado; y a Camilo”, acotó al rememorar los sucesos. “Camilo tenía amistad con unos vecinos nuestros, quienes lo buscaron y lo saludaron. Como yo estaba con ellos, me lo presentaron. Hasta me puso la mano en el hombro, ¡fue muy emocionante!”.
Inmediatamente se integró a la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y a los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y por supuesto, aprovechó las oportunidades de superación. “Quería ir a la Universidad, pero, para no perder tiempo, matriculé en la Escuela Tecnológica Industrial en la especialidad de electricidad, desde donde salí a alfabetizar”, apuntó.
La joven fue designada para un lugar intrincado, conocido como Potrero de Güinía, en Manicaragua. “Estaba al frente de cuatro compañeras: Zoila, quien era mi hermana más pequeña, así como Acacia, Xiomara y Walkiria. Nos quedábamos en una escuela que estaba encima de una loma. Por el día, ellas iban a las casas a dar clases a mujeres y niños; yo las impartía a los hombres por las noches en la escuelita. Tenía que estar al tanto de cualquier dificultad; aquella era una zona compleja, pues por ahí operaban bandas de contrarrevolucionarios. Tuvimos la suerte de no tener ningún contratiempo.
“Después nos enteramos que el chofer que nos traía los mandados y la correspondencia de la familia era uno de los colaboradores de los bandidos. Él me traía las cartas de quien sería mi primer esposo, el Doctor Lima Recio, y lo conocía. A lo mejor, eso influyó en que no se metieran con nosotras.
“La vida de los campesinos era difícil, como ellos, lavábamos en el arroyo cercano, aprendimos a bajar la loma sentados sobre una yagua sin pensar en las consecuencias de ese atrevimiento que para ellos era algo natural. No teníamos cómo informarnos, pues no había radio, así que de los combates de Playa Girón nos enteramos después de lo ocurrido”, afirmó.
Para ella, la alfabetización fue un acontecimiento trascendental que cambió la vida de los cubanos, los más pobres y desprotegidos, que no tenían hasta entonces el derecho de aprender a leer y escribir.
Según contó, se entregó con pasión a la FMC y desde ahí desarrolló una importante labor como trabajadora social. Estuvo vinculada al Instituto de la Infancia, en el territorio villaclareño y en la década del 70 fue directora del Círculo Infantil Chicos Maravillosos.
Ese fue también un tiempo doloroso, pues tuvo que sobreponerse a la muerte de su pequeño hijo. Quedó entregada a la educación de su hija y a los niños que durante décadas formó en la primera enseñanza. Sus ansias de estudiar las concretó al concluir la Licenciatura en Pedagogía y Psicología en el curso por encuentros en el Instituto Superior Pedagógico, en Villa Clara, en 1989.
Luego de su posterior traslado para la capital cubana, junto a quien fuera su esposo, Luis Abreu, estuvo al frente de varias instituciones, como Los Chiquitines en el municipio de Diez de Octubre y posteriormente, luego de laborar como educadora en el circulo infantil Los Guerrilleritos, en el año 2000, decidió jubilarse.
La capital le dio la oportunidad de conocer a Eusebio Leal, a quien admiró grandemente. “Cuando mi nieta Amanda venía a visitarme durante sus vacaciones, la llevaba a todos los museos de la Habana Vieja. Un día, al salir del Museo Nacional de Historia Natural, el cual a ella le gustaba mucho, encontramos a Eusebio, y me saludó. Se lo presenté a mi nieta, y él le hizo varias preguntas y mantuvieron un animado diálogo, a ella, convertida hoy en ingeniera, no se le olvida eso”.
Aunque el tiempo ha pasado, Ángela, de vez en cuando, desempolva sus recuerdos. Siente orgullo de las Medallas de la Alfabetización y la del Aniversario 40 de las FAR que le fueron otorgadas y aún espera un día poder contar con la distinción 23 de Agosto, que otorga la FMC. Sin dudas, en esos días de remembranza, en la tranquilidad de su hogar, en el municipio del Cerro, resurgen los instantes de aquella vez en que un grupo de ángeles llegaron al Potrero de Güinía, en Manicaragua, para transformar la existencia de mujeres y hombres que por siempre lo agradecieron.
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