Nuestras vidas, quién lo duda, están llenas de acontecimientos imprevisibles. Lo mismo sucede muchas veces a escala social. Sin embargo, en cualquier ámbito, ya sea en el estrictamente individual o en otro sentido más colectivo, hay ciertas regularidades, periodos, reiteraciones de causas y efectos para los cuales deberíamos estar preparados.
No en pocas ocasiones nos parece que se repiten demasiado algunas alertas, precauciones, reflexiones sobre lo que una vez sucedió y pudiera volver a ocurrir. Sin embargo, para nadie es un secreto que la historia de la humanidad pareciera a veces que anda en espiral, y se repiten problemas, errores, que muy bien pudiéramos evitar si estuviéramos más atentos y aprendiéramos más de lo que ya pasó en otra oportunidad semejante.
Y esta importancia de la experiencia, de lo ya aprendido, nos debe servir tanto en el plano más estrecho de lo personal, en el marco de la familia y la educación de la niñez y la juventud, como en materias mucho más complejas como la economía o los fenómenos culturales y sociales.
Lo digo y lo repito, y no es matraca mía, decía un personaje humorístico de nuestra Televisión hace un tiempo ya. Y no siempre lo que se repite y remarca es por gusto, ni debemos tomarlo como una cantaleta, sino que nos debe llevar a pensar en la mejor manera de prepararnos ante las contingencias, que en no pocas ocasiones ni son tan casuales ni tan accidentales, y siguen una lógica bastante previsible.
Otra cosa por supuesto es la manera de enfocar, recrear y trasmitir ese conocimiento aprendido e imprescindible. Si somos reiterativos desde una postura poco creativa, machacona, aburrida, que desconoce los nuevos códigos y lenguajes en que las personas se comunican, o sermoneamos desde una altura de personajes infalibles, que lo saben todo, y no escuchan ni valoran las capacidades y perspectivas de la gente joven, pues entonces aumentará la sensación de que se remacha una vieja letanía que no tiene nada que ver con nuestra realidad más inmediata, y el mensaje, incluso aunque sea trascendente y correcto, perderá en efectividad y poder de persuasión.
Cuando educamos a nuestros hijos e hijas, cuando formamos valores en la ciudadanía, cuando tratamos de superar reiteradas dificultades económicas, cuando transmitimos las complejidades históricas y los valores humanos y culturales que sustentan el devenir de nuestra sociedad, tenemos que recordar lo que ya hemos logrado aprender y puede costar muy caro desconocer, de un modo fresco, original, que mueva a todas y todos a una reflexión consciente, apropiada y justa, y que no nos haga ignorar, fatalmente muchas veces, lo que se remacha por necesidad. Porque como decía aquel personaje humorístico, a veces repetir no es precisamente matraca de alguien.