Fue la institución que en marzo del 2020 diagnosticó en nuestro país los primeros pacientes positivos con la COVID-19; promovió y coadyuvó, de conjunto con el Ministerio de Salud Pública (Minsap), la capacitación inicial de los profesionales para enfrentarla, aun cuando muy poco se conocía de esta enfermedad y, por si no bastara, desempeñó un rol protagónico en el asesoramiento, creación y certificación de los laboratorios de biología molecular que permiten la detección de los casos. Sin duda alguna, se trata del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK).
Los cubanos —y también los extranjeros— identifican al IPK con profesionalidad, experticia y sabiduría en cuestiones relacionadas con enfermedades transmisibles y tropicales. Efectivamente, a estudios de tales características se ha entregado su colectivo, en la actualidad con 125 investigadores, 57 doctores en Ciencia y 126 másteres, formación que en este difícil contexto ha seguido creciendo.
Con una extensa y admirable hoja de servicios a favor de su profesión, la doctora Yanaris López Almaguer, directora de la institución —a pocos días de celebrarse el Día de la Medicina Latinoamericana*—, apuntó que a raíz de la aparición de la pandemia “florecieron la consagración, el humanismo, la responsabilidad”.
Dedicada por entero al compromiso contraído como directiva, y consciente de la trascendencia del IPK para Cuba, la además especialista en Medicina General Integral y en Higiene, Epidemiología y Microbiología, rememoró cada uno de los instantes vividos allí desde que se detectaron los primeros casos de COVID-19, así como la reorganización que tuvo que hacerse en pos de afrontar lo que supuestamente vendría después. Y así fue: un pico en la pandemia y una avalancha de personas a hospitalizar, para lo cual no estaba diseñado este instituto.
El IPK ha participado en la mayoría de las acciones desarrolladas en el país para su enfrentamiento, incluidos los protocolos de actuación, el seguimiento y evaluación de los tratamientos a los pacientes en función de las investigaciones, incluso en los candidatos vacunales. Hasta la fecha, allí se han atendido más de 10 mil 600 pacientes e ingresado más de 5 mil 500.
Como centro de referencia ha tenido un papel fundamental en la creación y certificación de laboratorios de biología molecular, pues en un inicio solo había en La Habana, Santiago de Cuba y Villa Clara. Ahora todas las provincias disponen de este servicio y hoy suman 27.
Resaltó que personal de la institución permaneció durante un gran período en otras provincias, trabajando conjuntamente con diversos profesionales. “De hecho, en este tiempo hemos realizado 45 visitas a los laboratorios del país, evaluando y acompañándolos para que nada fallara. Asimismo, nuestros técnicos estuvieron presentes en otros territorios, como Matanzas y Pinar del Río, en determinados momentos muy complicados, con un gran número de casos.
“Todas las salas de la institución se pusieron en función de los enfermos de COVID-19, para lo que contamos con la colaboración y el apoyo de varias instituciones de la salud y todavía sin tener diseñado un cuerpo de guardia, sino un Centro de Diagnóstico y Recepción, comenzamos a recibir casos sospechosos y positivos”.
Es decir, la dinámica de trabajo del IPK (que igualmente tiene un hospital adjunto en la provincia de Matanzas, en la localidad de Jagüey Grande) cambió durante este período. De cuatro camas en terapia intensiva, llegaron a 10. El hotel Mariposa, aledaño al centro, también se transformó en una sala para ingresos, y lo más importante fue la incondicionalidad de sus trabajadores, quienes muchas veces tomaron la decisión de permanecer allí para atender la evolución y posibles complicaciones de los enfermos.
Para la doctora Yanaris es una satisfacción conducir a un colectivo abnegado y profesional como este. Mientras desempeñaba responsabilidades de dirección en la provincia de Las Tunas y, posteriormente, en el Minsap, como directora de Salud Ambiental, consideraba al IPK como algo inmenso. La vida le dio la oportunidad de conocerlo de cerca, de conducir sus procesos y, más que eso, dirigir a trabajadores que aman lo que hacen, desde el más sencillo, aquel que todos los días riega las flores de los jardines, hasta el médico, la enfermera y el técnico, que se desvelan ante las incertidumbres de la pandemia.
*En conmemoración al natalicio en 1833 del sabio cubano camagüeyano Carlos J. Finlay y Barrés, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla.