El 27 noviembre de 1871 fueron fusilados ocho estudiantes de Medicina, acusados falsamente de haber profanado la sepultura del periodista español Gonzalo Castañón. Este incidente, que tuvo como principales promotores el Cuerpo de Voluntarios de La Habana, y la complicidad de las más altas autoridades colonialistas, quedó inscrito en la historia como la máxima expresión de la feroz represalia que la metrópoli desató contra los independentistas cubanos.
El oscuro hecho fue un escarmiento ejemplar que quiso dar España ante el desarrollo insurreccional, para desatar el terror y demostrar así la medida de los extremos a que podía llegar un sistema colonial que agonizaba en Cuba y en otros países. Era un momento en que las armas cubanas alcanzaban importantes victorias contra las fuerzas españolas. Tanto el abominable crimen, como el inconcebible proceso judicial que lo precedió, signado por dos juicios, contribuyeron a fortalecer el sentimiento independentista de los cubanos.
La selección de los penalizados, todos pertenecientes al 1er curso de la carrera de Medicina, se hizo de forma arbitraria, cuatro que habían estado en el cementerio de Espada jugando con el carro que transportaba los cadáveres, un adolescente de 16 años que arrancó una flor y los otros tres sacados al azar, entre ellos, un estudiante que el día del incidente no estaba en La Habana; ninguno había alcanzado 22 años de edad. Además de los ocho procesados a pena de muerte, otros 35 recibieron múltiples condenas (11 a seis años, 20 a 4 a cuatro años y 4 a seis meses de cárcel).
Si bien quedó demostrado que los estudiantes eran inocentes ante el delito por el que fueron juzgados, ellos no estaban ajenos al ambiente político que se vivía en la Universidad de La Habana y en el país. Veamos algunos ejemplos que lo evidencian. Fermín Valdés Domínguez ya había cumplido seis meses de cárcel en 1870, junto a Martí; después participó en la guerra del 95, donde alcanzó el grado militar de coronel del Ejército Libertador; Anacleto Bermúdez y Piñera, uno de los fusilados, fue de los que conjuntamente con Martí y otros, confeccionaban en el Instituto de Segunda Enseñanza, el periódico El Siboney. Este rotativo, que ha sido considerado como subversivo, se elaboraba de forma manuscrita, por un grupo de conspiradores del Instituto.
Por otra parte, Alfredo Álvarez y Carballo, condenado a cuatro años de presidio, fue muerto en un encuentro a tiros con la guardia civil, en el mes de junio de 1875. Carballo se había alzado con otros compañeros, en la región de Vuelta Abajo. Asimismo, Ricardo Gastón y Ralló, condenado también a cuatro años de prisión, partió a la manigua y terminó la guerra con el grado de comandante.
Isidro Teodoro Zertucha y Ojeda, condenado a seis años de cárcel, después de graduarse como médico, trabajó muchos años en Bejucal; allí fue muy querido por sus pacientes y desarrolló una amplia vida pública y política, e incluso un teatro llevó su nombre. En su condición de Alcalde Municipal de Bejucal, fue testigo de la exhumación de los restos de Antonio Maceo Grajales y Francisco Gómez Toro, efectuada en las primeras horas de la tarde del domingo 17 de septiembre de 1899.
Entre los sancionados a seis años tras las rejas se encontraba Antonio Reyes y Zamora, quien actuaría de agente de la Revolución en el exterior, y muchos años después publicaría su libro Episodios en la vida de un estudiante del 68 hasta 30 años después. Este magnífico volumen, escrito con admirable capacidad vivencial, contribuyó a la denuncia y al conocimiento de lo acaecido.
Estos universitarios representaron a esa juventud cubana que apuntaba a la metrópoli como causante de los males que azotaban al país. Su firme posición, durante todo el proceso, los indultó ante la patria, convirtiéndolos en bandera, estandarte que portaron otros jóvenes que años después, desde esos mismos predios universitarios, levantaron sus voces en defensa de los derechos del pueblo cubano. La ejecución afrontada con entereza digna de su cubanía, se erigió en símbolo palpable del abismo que separaba a los cubanos de los mecanismos gubernamentales de la Península y, por extensión, de la imperiosa necesidad de la independencia antillana.
Este 27 de noviembre se conmemoran 150 años del trágico suceso, sirva entonces el presente artículo como digno tributo a esa honorable existencia juvenil, estudiantes que murieron, al decir de Martí, con un himno en la garganta.
* Doctor en Ciencias Médicas. Académico Titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Neurocirujano del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Docente “Saturnino Lora”. Santiago de Cuba