Difícilmente el Madrid iba a tropezar dos veces con una piedra del tamaño del Sheriff. Esta vez se lo tomó en serio y cumplió la misión de meterse en octavos sin sobresaltos.
Esta vez no necesitó a Vinicius en modo avión y le bastó medio Benzema. El lado oscuro del partido fue la lesión de Alaba. Los lamentos del Bayern por su marcha durante la semana explican lo bien que ha encajado en el Madrid.
Carlo Ancelotti lleva en el Madrid el tiempo suficiente como para saber que club y Champions son indivisibles. Así lo dejó escrito Bernabéu. El italiano levantó una y se ganó la gloria eterna y el regreso cuando parecían haber pasado los mejores días de su carrera.
La Champions, en el Madrid, perdona o condena y con ella no se juega. Así que ante el Sheriff, capricho moldavo de un exagente del KGB y equipo número 68 del ránking UEFA, puso a los que hubiera alineado en la final de San Petersburgo porque aún quedaban brasas de la ida. En el Bernabéu se perdonó a Kroos y Modric por pensar en el futuro y dejó una de esas derrotas que le sirven a la UEFA para azotar a la Superliga en defensa, interesada, de la romántica diversidad que ofrece su Champions. En Tiraspol Ancelotti fue sobre seguro. Convenía pasar y no pensar en la Liga, que siempre ofrece más oportunidades de redención.
El Sheriff entró en el partido con la Europa League asegurada y tuvo un comportamiento inicial admirable, propio de quien lo tiene todo ganado y nada perdido. Esta vez colocó en punta a Traoré, que alterna el centro y la banda. Su velocidad supersónica vale para lo uno para lo otro.
Una pieza imprescindible en un equipo que manda en Moldavia y contragolpea en Europa. Avisó al Madrid con varios córners y algunos balones a la espalda de los centrales que no prosperaron. Nada relevante, pero en cierto modo fuera de guión. No era esperado que el equipo que se alimenta de menos pelota de toda la Champions empezara a hablarle de tú al más laureado de la historia.