Somos un archipiélago formado por dos islas grandes: Cuba e Isla de la Juventud; y más de 4 mil islas, isletas y cayos, territorio en el cual se erige nuestro Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos como república unitaria e indivisible, fundada en el trabajo, la dignidad, el humanismo… Así consta en el Artículo I de nuestra Constitución.
Cual lobos disfrazados de corderos quisieron escudarse en la Ley de Leyes para darle legalidad a sus acciones, cuando su objetivo es anular la Carta Magna y establecer otro sistema político al gusto de los que mueven desde el imperio los hilos de su comportamiento.
Se trata de otra maniobra de la Guerra No Convencional contra nuestro proyecto social, en un intento por implantar aquí una llamada Revolución de colores como las llevadas a cabo en diversos rincones del planeta para situarlos en la órbita del imperialismo, que comenzaron esgrimiendo la no violencia para alcanzar “libertad y democracia”; y terminaron por “imponerlas” con intervenciones militares, bombas, destrucción y muerte.
Un ingrediente necesario para estos fines es presentar como Estados fallidos a los regímenes que según su entender deben ser cambiados, por las múltiples carencias padecidas por el pueblo.
Los cubanos se han encargado de poner al derecho lo que esta propaganda engañosa ha colocado intencionadamente al revés: tales dificultades no son causadas por un gobierno incapaz de conducir los destinos nacionales, sino por un férreo bloqueo concebido para asfixiarnos, que no ha dudado en utilizar la pandemia como aliada de su política agresiva.
Y el enemigo no se oculta para demostrar su apoyo a los que quieren retrotraer la nación al pasado.
Recientemente el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla denunció que desde el 22 de septiembre último se han producido un total de 29 declaraciones del Gobierno de Estados Unidos y de figuras influyentes del Congreso de ese país, con el objetivo de instigar aquí acciones de desestabilización.
Estas se han acompañado de financiamientos millonarios a grupos anticubanos y de una guerra comunicacional sin precedentes destinada a mostrar una Cuba irreal, con represión, detenciones arbitrarias, desapariciones… Paradójicamente son métodos a los que han apelado sin escrúpulos quienes nos acosan.
Los trabajadores y el pueblo de Cuba están conscientes de que solo la Revolución hizo posible que se pusieran al derecho sus derechos, algunos de los cuales son quimeras para las masas laboriosas de otras latitudes, como el derecho a un empleo digno, a recibir igual salario por el mismo trabajo sin discriminación alguna, a la jornada de trabajo de ocho horas, el descanso semanal y las vacaciones anuales pagadas.
Disfrutan, además, de la seguridad social por motivos de edad, maternidad, invalidez o enfermedad; a la seguridad y salud en el trabajo; a la asistencia social a los que carecen de recursos y amparo; a la salud y la educación universales gratuitas y de calidad. En nuestro país no existe ese flagelo común en otras naciones del mundo, como es el trabajo de los niños y adolescentes; y se garantiza algo impensado en los regímenes neoliberales: la participación de los trabajadores en los procesos de planificación, regulación, gestión y control de la economía.
De esos derechos no hablan las nuevas marionetas de la Casa Blanca, ni piensan que los beneficiarios de esas conquistas están dispuestos a defenderlas al precio que sea necesario.
Este es un lunes de fiesta, porque conquistamos con nuestros propios esfuerzos la posibilidad de emprender una nueva normalidad.
Los pretendidos derechos que se arrogan unos pocos no pueden imponerse por encima de los de millones, y al puñado de asalariados que obedeciendo órdenes del Norte se atrevan a intentarlo, le respondemos con la contundente sentencia martiana: “Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura lo que un pueblo quiere”.