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RETRATOS: El tenor aún canta

A sus 80 años, Mario Travieso aún viaja en bicicleta desde el Cerro hasta el Vedado, lo ha hecho con frecuencia durante los días de pandemia, aunque en los últimos tiempos tuvo que limitarse pues su bici se rompió. De complexión delgada, cualquiera diría que practicó deportes, pero eso nada tuvo que ver con su principal pasión: la música.

 

Foto: Agustín Borrego Torres

Para los cubanos, su nombre no es ajeno. El reconocido artista aún se privilegia de una hermosa voz, que ha cuidado con esmero. Cuenta que desde niño sabía cuál era su destino. “Desde que abrí la boca yo cantaba”, dice y recuerda que a los siete años ya entonaba las canciones de Mario Lanza. “En el cine de mi pueblo, en Agramonte, provincia de Matanzas, ponían películas del reconocido tenor norteamericano y las veía en repetidas ocasiones”.

Rememora que en el portal de su casa había un columpio. “Me sentaba en él y entonaba canciones. La gente se reunía y me aplaudía”, expresa.

Tenía ocho años de edad cuando recorrió todos los pueblos del territorio matancero. “Se construía el Liceo de Agramonte, estaban solo los cimientos, pues no había dinero para continuar la edificación. Durante dos años me mantuve dando conciertos y al final se recogieron unos 80 mil pesos para el Liceo».

“Por esa época, una orquesta, cuyo cantante era Miguel Herrero, actuaba en el cine de Jagüey Grande. Ese día yo fui el primero en cantar.  Después vinieron ellos; cuando terminaron, el público gritó: ‘que ahora termine Marito, así me decían’. A Miguel no le gustó eso y regresó muy disgustado a La Habana e incluso, denunció que estaban explotando a un niño. La acusación no prosperó”, alega.

 

A los 14 años, Mario Travieso probó suerte en el programa televisivo La Corte Suprema del Arte. Foto: Agustín Borrego Torres

A los 14 años, Mario quiso probar suerte en el programa televisivo La Corte Suprema del Arte, de José Antonio Alonso. “Cuando se lo dije a mi madre, exclamó: ‘pero quién te va a llevar’. Convencí a un amigo mío, Raúl Navarra, para que me acompañara».

“Llegamos y fuimos directamente a la CMQ y allí nos encontramos a un conocido de Agramonte y me recomendó que retornara para el pueblo porque para ver a José Antonio era preciso una cita. Pero yo insistí y sugirió que fuera a ver el programa. Nos dirigimos a los estudios del Focsa y cogimos las últimas entradas. A mí me dieron otro papelito que tenía el número 37, yo no sabía para qué era. Le pregunté a una señora y me explicó que hacían una rifa. Con tan buena suerte que cogí uno de los premios. Cuando me vi frente a las cámaras, expresé que quería cantar en el programa».

“José Antonio respondió que no podía ser, que debía tener una fecha. Su esposa salió y manifestó que me diera una oportunidad, pues el público estaba de pie y me apoyaba; además, uno de los seleccionados para la competencia estaba enfermo y no podría participar».

“Ese mismo día, en la noche, lo vi y me censuró por lo que yo había hecho. Allí estaba Isolina Carrillo y para apaciguarlo, recomendó: ‘Vamos a escucharlo’. Me pregunto qué iba a cantar, y le respondí que Granada. José Antonio se echó a reír y señaló: ‘Déjalo, enseguida que empiece, le vamos a tocar la campana’. Pero, yo era arrestado. Luego de las primeras estrofas, Isolina subrayó: ‘No vas a tocarle la campana, es la mejor voz que hemos tenido aquí’”.

Cuando al otro día se presentó en el estelar programa, el jovencito cogió el primer premio. “La gente se paró a aplaudirme. José Antonio me dijo: ‘Me equivoqué con usted’. Ese día cumplía 15 años y me regalaron un cake tremendo. Cuando regresé a Agramonte, todo el mundo me estaba esperando”.

Encuentros inolvidables

El encuentro con la renombrada cantante y profesora rusa, Mariana de Gonitch, tuvo una gran significación en la vida de Mario. “En los primeros días del triunfo de la Revolución vine a ver a Mariana a su casa, en la Calle Santa Emilia, número 406, en Santos Suárez. Cuando toqué, salió aquella mujer tan distinguida, alta, elegante. Ella me preguntó qué quería cantar. Así empecé a prepararme con ella, venía desde Matanzas, dos veces por semana, para recibir clases”, acota.

El joven actuaría en programas de televisión, pero es el 20 de octubre de 1960 que hace su presentación oficial, en el Salón de los Embajadores del Hotel Habana Hilton (hoy Habana Libre). Allí se realizaría una gala especial, dirigida por Mariana. “Primero se presentaron cuatro artistas, después me correspondió a mí. Cuando estoy parado cerca del piano, veo sentado en el público a un hombre grandísimo, vestido de verde olivo: era el Comandante en Jefe Fidel Castro.

“Cuando se terminó el programa, Fidel se levantó, abrazó y besó a Mariana. A mí me pasó el brazo por encima. Entonces, vino un chef y le manifestó: ‘Comandante, son las once de la noche y su comida está servida en la cocina’. Él le dio las gracias y agregó que iba enseguida. Cuando salió para el comedor, me agarró por el brazo y me llevó con él».

“Se sentó frente a una mesita chiquita. Yo me acuerdo lo que comió esa noche. Había un pozuelo de arroz blanco, otro con frijoles negros, plátanos maduros hervidos y un plato con tasajo aporreado. Yo estaba de pie, él expresó: ‘No te puedo invitar a comer aquí porque esto me lo regalan y no tengo un quilo’. Le contesté que no tuviera pena, ya yo me iba porque mi mamá me estaba esperando. Entonces me preguntó: ‘Esa mujer tan linda que cantó contigo, quién es’. Le respondí que era una de las mejores alumnas de Mariana. ‘Yo quisiera conocerla’, agregó. Cuando fueron a buscarla ya se había ido».

“Yo me pasaba el tiempo viajando. Estaba tres días en el hotel Inglaterra y volvía para mi pueblo a hacer jugos naturales en la tienda de mi papá. En 1964, Esther Borja me presentó en el programa televisivo Álbum de Cuba, recuerdo que comentó que era un privilegio presentar a un joven, al que consideraba la voz más bella de tenor que tenía Cuba. Posteriormente estuve en otros espacios como San Nicolás del Peladero y Escriba y Lea”, añade.

Según cuenta, fue inolvidable su encuentro con Celia Sánchez. “Yo cantaba en el Palacio de los Capitanes Generales. Allí la vi dos veces. En una oportunidad, me mandó a buscar a su oficina. Declaró que nos visitaría un grupo de generales chilenos y se haría una actividad de bienvenida en Las Ruinas del Parque Lenin.  El acto cultural no podía durar más de 40 minutos. Le propuse hacer Cecilia Valdés, pero ella planteó que era muy larga. Señalé que podía ser la obertura de Cecilia: así fue, estuvo Alina Sánchez, la orquesta grande del teatro, como 90 músicos… Ahí vi de nuevo al Comandante en Jefe. Recuerdo que se me acercó y me dijo: ‘Los voy a dejar un mes, quiero que vengan los macheteros millonarios para que vean el espectáculo’”.

 

Múltiples reconocimientos ha recibido el artista. Foto: Agustín Borrego Torres

La vida artística de Mario Travieso sería muy intensa: giras nacionales e internacionales; estaría vinculado al Teatro Lírico de Matanzas, haría conciertos en su tierra natal y en 1966 pasó a formar parte del Teatro Lírico Nacional y en la Ópera Nacional de Cuba. Entre sus actuaciones más recordadas estarían la participación en las Óperas La Traviata de Verdi y Madame Butterfly, de Giacomo Puccini.

Los recuerdos de su esposa Melba siempre lo acompañan. Foto: Agustín Borrego Torres

Las paredes de su apartamento, ubicado en el reparto Martí, en el municipio capitalino del Cerro, están llenas de recuerdos: cuadros con diplomas, premios y fotografías con su amada esposa, Melba, quien falleció hace cuatro años.

“La primera vez que la vi, ella tenía 18 años. Nos enamoramos y nos casamos el 29 de abril de 1967. Después vinimos a vivir para La Habana y ella estudió Matemática. Fue mi gran amor”.

La nostalgia y el dolor aún lo acompañan. En la soledad de su hogar a veces escucha la música que juntos disfrutaron. Fue feliz y eso lo compensa.

Ahora, solo la visita del hijo y los nietos ha disminuido la zozobra por el distanciamiento provocado por la pandemia.

Antes de partir, nos deja escuchar una canción. No hay dudas: aún hay magia en la voz del tenor y quizás pudiera sorprender actuando en una de esas óperas que nunca olvida.

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