El conocimiento
es un antídoto para el miedo.
Ralph W. Emerson
A estas alturas de mi vida tengo en claro y he decidido abrazar lo genuino; observar la realidad y levantar la verdad frente a ella, como bandera de mis luchas. Es el salvataje para mi alma por estos días. Es así que entre mares de odios sórdidos, cuando aparecen supuestos mesías en Cuba, que mienten y traicionan… no puedo acallar mi voz para decirlo por lo alto: mienten… mienten… mienten mucho.
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La autora es una destacada investigadora, poeta y trabajadora social, con numerosos reconocimientos académicos y literarios de instituciones internacionales, y con estrechos vínculos fraternos con escritores y artistas de Cuba.
Recientemente Cubadebate publicó un texto suyo que desenmascara al contrarrevolucionario de origen cubano Yunior García Aguilera. A propósito de ello, y a nuestra solicitud, Kari Krenn nos envió este comentario.
[/note]A las pruebas me remito: la Universidad Di Tella en Argentina, a la cual asistió uno de los armadores de este “lobby” contra el pueblo cubano, es accesible solo para quien tiene el poder adquisitivo como para pagar sus elevadas cuotas. Cuotas que son aquí, casi similares al ingreso mensual de un jubilado. Algo que me sería difícil pagar incluso a mí. Esta universidad tiene un programa de becas pero, para acceder a ellas, hay un requisito excluyente: residir en Argentina. Por ende, que un cubano, quejándose de las necesidades materiales que atraviesa, y que reside en La Habana, haya podido estudiar acá (con los tremendos costos que eso implica), es un enigma mayor que el de las grandes pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos.
Lo más llamativo aún, es que la admisión está sujeta al análisis del curriculum vitae del aspirante, por parte de esta universidad. ¿Cómo lo sé? Pues porque me postulé. Me intrigaba saber si era tan fácil como les quieren hacer creer algunos mentirosos por allá.
Lo extraño es que teniendo yo diversos posgrados en universidades prestigiosas, es la primera vez que me anoticio de que una universidad “elige” a los postulantes para alumnos. ¡Qué suerte que han tenido los detractores de Cuba en ser elegidos! ¿O será casualidad? ¿O será cinismo? Son las dudas que me quedan flotando por el aire.
Pero tengo certezas. Certezas de verdades más profundas y más claras que un día cristalino: Cuba tiene un corazón inmenso, vivo y noble. El corazón de una patria que es la fusión de tantos corazones, que trabajan con amor y por amor a ella. Algo que jamás comprenderán los viles que la atacan con sus prácticas discursivas de odio.
¿Que en Cuba no se respetan los derechos humanos? Sus argumentos banales caen derribados al instante con solo ver a sus niños. Que me desmientan si falto a la verdad y existe un niño, un solo niño, en toda la isla, pasando hambre. Un niño, un pequeño, sin sus necesidades básicas de vida cubiertas. Un niño, un infante, que no sepa lo que es asistir a la escuela. No pueden. No pueden derribar esta certeza.
Mi parámetro siempre son los niños. Observo a cada sociedad, conforme esta los trata a ellos, a los visitantes del futuro. Esos que asoman sus caritas para interpelarnos y entender cómo les escribimos su historia. Extraño es que los pérfidos que acusan a Cuba de irrespetar los derechos humanos nada digan, por ejemplo, de África. Ese tremendo e inmenso, potente y vital continente, expoliado ya por la avidez capitalista. Estuve allí. Vi a sus niños.
Mi alma se estremeció de dolor al cruzar mi mirada con sus ojos suplicantes de esperanza. Niños a los que les llevé de regalo papeles y crayolas de colores, con inmensa alegría de compartir con ellos, pero que no entendían qué eran esas “cosas”. Jamás habían visto una hoja de papel en su vida. ¿Pueden creerlo? ¿En pleno siglo XXI?
En Cuba encontré a las antípodas de esas infancias africanas: aquí los niños, sentados en sus bancos, en las aulas, en las escuelas; recitando versos, jugando rondas, sonriendo. Horadé por todos los rincones de La Habana, me escabullí más allá de las fronteras que a cualquier turista le interesa, monté sus guaguas, caminé sus calles más lejanas, traté de encontrar a los niños que sufren, como he visto en tantos lugares de la Tierra.
Juro por mis propias hijas que jamás los hallé en Cuba, nunca, en ningún lado. Los burdos traficantes de la moral acusan de que en Cuba los niños no comen caramelos… ¡Hipócritas! ¿Acaso no les dolieron los niños en Siria con sus infancias entre balas? ¿O los niños rohingyas que viven desplazados en Myanmar? El cimiento de Cuba, su piedra fundacional, la base de su fortaleza es respetar a su gente.
Algo incomprensible para la garra maquiavélica del imperio es que, aun tratando de asfixiar vilmente a este noble pueblo, no logra destruir los lazos genuinos del amor y del respeto por los otros. Ellos están acostumbrados a poner precio a las cosas de la vida. Los cubanos les ponen valor. Lo que tiene precio se compra… lo que tiene valor se conquista… ¡Cuba tiene valor!
Muchas veces me preguntan que por qué amo tanto a Cuba. El amor no se explica. El amor se siente. Soy agradecida a tanta gente y tantos pueblos que me acogen cálidamente, que me llaman hermana, y al nombrarme así me emocionan. Pero Cuba… Cuba tiene esa magia de colarse sigilosa por la esquina de tu alma y una vez llegada allí, te desarma de ternura y te vas tambaleante a entregar tu corazón con armas y bagajes.
Yo ya no sé si adopté a Cuba o si Cuba se creció en mí. Solo sé que si cierro mis ojos y la pienso, la siento tan mía, tan intensa, tan cercana, que la veo abrazándose con mi propio y amado terruño. Un amor que me ha implicado renunciamientos y puertas que se me cierran: los odiadores siempre castigan cuando una decide ubicarse al lado opuesto de ellos, en la vida.
Amo a Cuba porque también están ahí los seres que yo amo, que ya siento familia: coseché amigos… me nacieron hermanos… me nacieron sobrinos… me nació hasta un padre… Me duele pensar que pasan necesidades a causa de la opresión injusta que pesa sobre ellos. Esa infamia imperialista me indigna. Pero hay algo que me rebela aún más: quienes escupen la memoria de sus muertos, quienes bastardean su dignidad, quienes accionan contra su propio pueblo. En verdad les digo: es muy difícil para mí asimilar esta bajeza. Escucharlos que piden invasiones e intervenciones sobre su Cuba es de una maldad increíble o de una estupidez supina.
Del enemigo de afuera siempre se puede esperar cualquier cosa… ¿Pero del propio hermano? Qué tristeza. Es entonces que pongo palabras valientes en medio de tanta maldad, mi alma se hace escudo y acepto estoica sus agravios. No me importa. Ahí entiendo que una no elige la patria que la habita; la patria te llama, te susurra, te acaricia… y una siente que puede dar la vida si es preciso, antes de que alguien intente mancillarla. Definitivamente el antídoto para el miedo es el conocimiento… y el amor.