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Con Filo: Amor en sangre

Tengo la suerte de que dos familiares muy cercanos sean donantes sistemáticos de sangre. Cada tres meses como mínimo sienten esa necesidad, y lo hacen con un desprendimiento digno de elogio.

 

 

Porque donar ese fluido vital es una de esas acciones casi anónimas que hacen sentir sano orgullo por lo que representa para la salud de otras personas.

Todo el que alguna vez estuvo en un quirófano, o por cualquier motivo precisó de una transfusión para algún pariente, sabe de qué hablamos.

El procesamiento y uso de la sangre en los procederes médicos es ciencia, pero también tiene mucho de conciencia.

El sistema de salud en Cuba basa gran parte de su suministro de productos hemoderivados en las donaciones voluntarias de sangre. Es quizás  uno de los programas más participativos y extendidos dentro de nuestro desarrollo médico.

Incluso en estos dos últimos años de enfrentamiento a la pandemia de Covid-19 esta práctica incorporó el empleo del plasma de personas convalecientes, obtenido a partir de donantes voluntarios, como un tratamiento alternativo para aplicar a otros pacientes graves afectados por esa enfermedad.

Por eso todavía a veces nos parece poco lo que se hace por visibilizar y estimular a quienes de manera desinteresada son donantes habituales de sangre.

Organizaciones de masas como los Comités de Defensa de la Revolución y la Central de Trabajadores de Cuba y sus sindicatos, lideraron siempre esa movilización y reconocimiento sistemático a quienes realizan ese aporte tan humano. También son donantes asiduos, no lo podemos olvidar, nuestros combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y del Ministerio del Interior.

No obstante, no en todos los territorios del país existe la misma cobertura de las necesidades de sangre a partir de las donaciones voluntarias.

Y sabemos también lo complicado que puede resultar para los integrantes de una familia, cuando resulta imprescindible solicitarles una donación de sangre dirigida a un paciente específico, ante la realización de alguna intervención quirúrgica electiva.

Como la esencia del programa nacional de donaciones de sangre es garantizarlo mediante la voluntariedad, hay que permanecer vigilantes entonces para que ese principio de la solidaridad nunca se ponga en riesgo.

No deberíamos permitir nunca que en nuestro país nadie se atreva a convertir la sangre en una mercancía. Cualquier resquebrajamiento en esta conducta, por excepcional que pueda resultar, tiene que merecer el más contundente rechazo de la ciudadanía.

Y hay que insistir, todavía más, en la elevación y destaque de esta práctica tan generosa de las donaciones voluntarias a la categoría de un gran mérito en nuestra condición humana.

Cualquiera puede necesitar un tratamiento médico o enfrentar una urgencia de salud donde una donación pueda salvarnos la vida. No hace falta llegar ahí entonces para aplaudir como se merecen a esas personas que cada tres meses o más, entregan de forma casi anónima, sin pedir nada a cambio, su amor en sangre.

 

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