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Eduardo y Tammy, soberanos de éxito

A veces la llama por Boggiano, en otras le dice mi amor, según las cir­cunstancias. Él es Eduardo Ojito Ma­gaz, director general del Centro de Inmunología Molecular (CIM), y ella, Tammy Boggiano Ayo, directora de Desarrollo allí. Se casaron en 1999 y desde hace apenas una se­mana son Héroes del Trabajo de la República de Cuba, segundo caso en el país que en un ma­trimonio ambos reciben al unísono ese altísimo premio.

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Foto: Joaquín Hernández Mena
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Foto: Joaquín Hernández Mena
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La modestia los identifica. Parecería que desconocen el lugar que ocupan en el olim­po laboral cubano. No son los más mediáticos entre los 10 científicos coronados con el Títu­lo Honorífico el pasado martes 12 de octubre. Su orgullo va, al decir de Buena Fe, en un pequeño bulbo.

La felicidad los colma, pero sin falsa mo­destia aseveran que no ha pasado nada ex­traordinario. Ni en sus vidas ni en el quehacer diario de su institución. Y razón que llevan, pues a pocas horas de recibir la estrella de oro que los acredita, cuando muchos aún estarían de festejos, ellos me conceden una entrevista, y ya están enfrascados en su día a día habi­tual. “Todo sigue igual que hace un mes. Mu­cho trabajo”.

 

Su apuesta por la ciencia

Eduardo nació en La Habana, en la calle Vapor, y siempre tuvo la certeza que de adulto se de­dicaría a la ciencia; escogió la Física y después trasladó su sueño de niño a la Ingeniera Quí­mica, incitado en el ejemplo de su padre, Doc­tor en Ciencias. Ella tuvo dudas en su etapa de estudiante secundaria; no sabía si dedicarse a las artes, pero decidió dejar atrás su Trinidad natal e iniciar estudios de Radioquímica en el Instituto de Ciencia y Tecnología Nuclear, en la Quinta de los Molinos, en la actualidad Institu­to de Ciencias Aplicadas.

Pretendió consagrarse en una especia­lidad nuclear, sin embargo, con la caída del campo socialista vio dirigido su futuro a la biotecnología. Ambos son Másteres en Cien­cias.

Como estudiante él se vinculó desde su pri­mer año al Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología; mientras Tammy, graduada an­tes, si bien con la misma edad —hoy tienen 50 años—, ya formaba parte del colectivo de In­munología Molecular.

Entonces la vida, o la suerte, los unió en el CIM, inaugurado por Fidel en el momento más duro del Período Especial. Una apuesta por la vida. Ella fue la tutora de la tesis de Eduardo, mas previo a la defensa viajó por motivos cien­tíficos a Barcelona y no pudo asistir a ese acto de sagrada graduación. “Pero no lo dejé embar­cado, sino en manos de un profesional experto”, expresa sonriente.

Ella en aquel tiempo casada, “bien ca­sada”, asegura Eduardo; y él con novia y ya pensando en el matrimonio. Nada de zorreos entre ellos, cuentan hoy ―—quizás con lógica discreción y no poca picardía en sus mira­das—. Todo muy normal, profesional, dirían algunos.

“Cuando comprobé que Eduardo, más que inteligente, es una buena persona, de mucho corazón, decidí por él. Tenemos dos hijos, hem­bra y varón, ninguno dedicado a la ciencia”, re­fiere Tammy.

 

El virus, la zozobra

Llegó el SARS-CoV-2 a Cuba, y con ello el desasosiego, la zozobra. Aunque parecía im­posible, se multiplicó el esfuerzo. Pero hacía falta más. “Faltaba la vacuna, la soberanía, y en ese empeño el CIM era fundamental, pues nuestra labor es, precisamente, lograr la pro­teína, la molécula que conjugada con el to­xoide tetánico lleva en su esencia Soberana. En un primer momento también trabajamos por Abdala, solo al principio”, explica el di­rector.

Desde el comienzo Tammy integró el equi­po. Es experta en el desarrollo de procesos basados en células superiores. “Los procesos biotecnológicos en el CIM se sustentan en la fermentación de células de mamíferos, únicos en Cuba con la tecnología industrial para el cultivo de esas células. Podría decir que soy el nexo entre la investigación básica, o sea, entre los que tienen la idea y demuestran que puede ser prometedora como producto, y la parte pro­ductiva. Nuestro grupo convierte una idea en producto, la ponemos en un bulbo.

“Llevamos el producto hasta una prueba de concepto, esto es, hasta un ensayo clínico y se verifique una cierta eficacia. Termina­mos antes de ser vacuna, antes de ser regis­trado. Lo dejamos como un candidato”, pun­tualiza. En eso consistió su labor, su estrecho vínculo con Soberana. “Con ello aportamos la inmunología”.

En cambio, el rol de Eduardo fue diferente. Dirigía el equipo, integrado inicialmente por pocas personas. “Fue algo muy complejo; era bien alto el compromiso”, manifiesta.

 

Momentos críticos

Foto: Joaquín Hernández Mena

 

Claro que los hubo. ¡Y muchos! La madre de Tammy falleció en medio de esa tremenda actividad científica en busca de la vacuna. “La vida nos impone situaciones complica­das y hay que enfrentarlas lo mejor posible”, subraya.

Otra situación estresante fue al comenzar el escalado productivo. Tenían ya el producto, en pequeña escala y había que llevarlo a esca­la industrial. “Desde que se nos dio la tarea todo había salido bien, todo fluía. Pero en la industria se nos cayeron los rendimientos pro­ductivos. Imagine usted, el país abocado a la intervención poblacional y la respuesta nues­tra no era buena. Lográbamos solo el 10 % de lo que necesita Cuba. No dormíamos. Tammy y su equipo tuvieron que hacer 300 experimentos para entender qué estaba pasando”, recuerda Eduardo.

 

¿Difícil dirigir a la esposa también científica?

“Sí, muy difícil”, dice el director. Para ella es igualmente complejo. “La discusión profe­sional llega a la casa. Es complicada la fron­tera entre el centro laboral y lo doméstico. En ocasiones nos despertamos de madrugada y el tema es un asunto de trabajo. En la casa a veces es también el director, aunque en un principio no lo reconocía. En el centro me exige más que a los demás.

“Sin duda, hacer ciencia en nuestras condi­ciones es duro. Es imprescindible la ayuda de la familia. Estamos en el centro casi por 12 horas y si al llegar a la casa mi hija o mi suegra no han descongelado el pollo, entonces comemos después de las diez y eso no es bueno a nuestra edad.

“De todos modos, siempre nos quedan deu­das domésticas, pues yo no puedo irme a una cola con facilidad. Por eso digo que el compro­miso del científico cubano es muy grande; tene­mos que innovar todos los días”.

 

¿Mucho por hacer?

“Sí, mucho, los retos que quedan son tan gran­des como lo avanzado”, enfatiza Eduardo. “A nuestra industria aún le restan 30 millones de dosis y estamos desarrollando nuevas proteí­nas con todas las mutaciones incluidas”.

“Además, destaca Tammy, estudiamos cómo va evolucionando la inmunidad, o sea, el tiempo de respuesta del individuo a la vacuna. Buscamos el mejor momento para el refuerzo”.

 

¿Héroe?

“Es un compromiso con uno mismo —dice Tammy—, es mantenerse en el camino. Y mire usted, casi me avergüenza, pues sé que no fui sola. Ahí está el esfuerzo de cada miembro de mi colectivo”.

Eduardo fue más parco en su respuesta. “Coincido con todo lo que dijo ella”.

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