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El quirófano de Gerardo

Lo suyo no fue amor a primera vista. Gerardo Hernández Martínez llegó al taller provincial de  Electromedicina, en Matanzas, sin imaginar el valor de lo que haría, su utilidad, su esencia salvadora.

 

A la vuelta de 15 años como electromédico, Gerardo admite haber descubierto el sentido de una especialidad que lo enamoró. Foto: Noryis

 

“Yo era un joven de 20 años que no comprendía completamente el significado de ser un técnico de allí”. Todo fue cuestión de tiempo. “Con las semanas, mientras más trabajaba, más iba descubriendo ese mundo. Poco a poco fui identificándome con la especialidad”.

Entrar a la sala de terapia intensiva de cualquier centro asistencial y apreciar cuánto depende un paciente del óptimo funcionamiento de  los equipos, me resultó un flechazo definitivo. Así nació el romance  entre Gerardo y la Electromedicina, relación perpetuada por 12 años en el taller provincial, y extendida luego al hospital pediátrico Eliseo Noel Caamaño, donde ya supera el trienio.

En una institución como el pediátrico yumurino,  todos los días  encuentra motivos para renovar el cariño por el oficio. Lo afirma mientras revisa la tarjeta de control de un concentrador de oxígeno.

“La COVID-19 introdujo un asunto de rapidez total en las reparaciones debido a la elevada carga  de pacientes. Antes de la pandemia el ritmo era otro, y hasta recibíamos  el auxilio de especialistas del centro provincial, ahora tenemos que hacerlo todo aquí, por nosotros mismos y a la mayor brevedad posible”.

Entre equipos médicos y muebles clínicos, el hospital ronda la cifra de mil. Mantenerlos con vitalidad ha sido muy difícil en esta crisis sanitaria, explica rotundo.

“La falta de suministro de piezas de repuesto es muy complicado, sobre todo porque algunos dispositivos dependen solo de la pieza original y no admiten adaptaciones”.

Un ejemplo lo es un tipo específico de  respiradores artificiales de la terapia intensiva, toda una línea de equipos inutilizada porque no se pueden adquirir los componentes. Escuchar esto reitera, de manera cruel, el daño del bloqueo de los Estados Unidos a la salud cubana.

“Se siente mucha presión cuando sabemos lo que podemos hacer, pero tenemos la manos atadas. Duele, pues hay niños de por medio”.

Ante ese desafío, en el pediátrico prefieren hacer cuanto se pueda por ganarle la partida a las limitaciones de piezas. Las pequeñas innovaciones curan no pocas dolencias.  Por eso tanto reconforta  la incubadora-refrigerador del área de bacteriología, de regreso  a los servicios con parte de sus imprescindibles prestaciones.

Aunque habla de la existencia de una cultura en el uso de la tecnología, Gerardo y su compañero de labor siempre insisten en el máximo cuidado a los equipos, entre los que trascienden algunos de primer mundo, como el de Rayos X digital o el analizador de gases en sangre, también muy bueno, remarca.

Como la historia clínica de las personas, cada aparato posee su expediente, explica. “Ahí vamos reflejando las incidencias, las cosas buenas, las malas, el deterioro y así siempre le damos recomendaciones al usuario, para alargar el tiempo de utilidad”.

Un niño de dos años y una hembrita en camino, colman la existencia de Gerardo. Cuando está en casa se entrega a la familia, pero siempre alerta, porque en cualquier momento podrían llamarlo. “Hemos tenido que asistir muchas veces de madrugada o tarde en la noche, luego de una intensa jornada. Hay roturas que no pueden esperar”.

Eso lo aprecian tanto dentro como fuera del hospital pediátrico. Esperanza Torres Echavarría, pantrista en el propio centro asistencial, agradece la mejoría de su nieta (padece de fibrosis quística), la que lleva tres años y medio en la casa con el auxilio de un ventilador pulmonar. “Siempre estamos en contacto para el mantenimiento oportuno, un recambio de manguera o lo que se necesite”.

Convencido del valor del crecimiento profesional, Gerardo ya anda por el cuarto año de la carrera de ingeniería Mecánica,  y tiene un sueño fijo: “Disponer de  todos los medios para que el hospital pueda servirse de sus electromédicos sin limitaciones”.

Mientras alberga esa esperanza, una certeza le anima.

“No puedo negarlo. Me encanta mi trabajo. Disfruto del orgullo de hacer por la salud de otras personas, que es de las cosas más importantes que podemos tener en la vida”, confiesa con los ojos iluminados.

Con esa luz especial, llega cada mañana al guerrero incansable que es el hospital pediátrico de Matanzas. Cuando abre la puerta del departamento, corre la silla y se sienta en ella, Gerardo se instala en un quirófano. Allí, tocado por la magia del amor, este cirujano de la Electromedicina comienza una faena que salva.

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