En vez de cazar chipojos y ranas para “operarlos”, prefería ver al padre suturar barbillas de niños accidentados, curar heridas sépticas de campesinos, auscultar a gente pobre que sabía podía llegarse a donde el doctor Víctor Escobar. Eso y más moldearon el talante de Nilia Victoria Escobar Yéndez, que nació en la ciudad de Santiago de Cuba, pero creció en la localidad de La Maya hasta los nueve años.
Fue, a no dudarlo, una niña feliz, tanto, que la felicidad le dura hasta hoy, cimentada en lo más profundo gracias a mamá Lucía, de ascendencia siria, con la cual aprendió las primeras letras; y por su progenitor, algo así como la luz que guía su camino, con las muchas lecciones de ética y civismo que le dio con hechos más que con palabras:
“De las más impactantes —asegura— estaba aquella de consultar gratis a quien no tenía dinero, o la de donar todo su instrumental cuando cesó en el país el ejercicio de la medicina privada”.
De cuna le viene el ser una persona buena, de modales refinados y culta educación, de las escuelas donde se formó y los sitios en los que ha trabajado el empeño por hacer las cosas bien, la responsabilidad ante cada tarea, el extra puesto en perfeccionar su desempeño, el querer y ser ejemplo.
No por gusto luce la estrella dorada de Heroína del Trabajo de la República de Cuba, y corazón adentro una grandeza que difícilmente algún texto periodístico logre atrapar.
A estas alturas, quienes la conocen, no entienden cómo un cuerpo tan menudo, que a la vista parece frágil, pueda contener a un ser humano agigantado de tanto hacer, aportar, entregarse: especialista de Segundo Grado en Medicina Interna; Doctora en Ciencias Pedagógicas; Profesora Emérita, Titular y Consultante; autora de artículos científicos y libros; internacionalista (Haití, Ecuador, Bolivia); Investigadora Titular; Máster en Economía de la Salud; dirigente administrativa; madre, esposa, abuela, amiga…
Algo más que números
Nació un 17 de noviembre, justo la jornada en la que se conmemora el Día del Estudiante, y hasta hoy, a sus 67 años, tiene una doble celebración en la que agasaja a sus discípulos y a la vez recibe de ellos un alud de felicitaciones.
Tampoco le es ajeno 1953, año en que vino al mundo y en el que Cuba comenzó a ser más libre. Tiempo después, en un proceso acelerado como alumna aventajada, inició la secundaria básica con nueve años, entró al preuniversitario con 12, a la carrera de Medicina con 15 y se graduó con tan solo 21.
En cada uno de esos niveles Nilia tuvo que vencer la timidez que lleva dentro, y una y otra vez subir ante la mirada de cientos de personas para recoger los reconocimientos que ganó, a golpe de muchas horas frente a libros y libretas, de Vanguardia, Destacada, Mejor Alumna.
Por ese camino anduvo incluso después de graduada, con la especialidad directa que recibió por sus notas brillantes. Fue una premonición.
“Fui alumna del doctor Eduardo Paz Presilla, un clínico de excelencia, la única persona a la que he llamado maestro, así, con todas sus letras. En la primera entrada a un hospital, el Saturnino Lora, recuerdo que me tocó un paciente llamado Antonio, con una enfermedad de Parkinson, lo atendí, y cuando salí de la sala me dije: voy a ser especialista en Medicina Interna.
“Y aquí estoy, apasionada aún por lo que significa como ciencia, porque es humanitaria, personalizada, ve al ser humano en su medio familiar y social, sirve de nexo con otras especialidades, se enfrenta a enfermedades a veces difíciles de diagnosticar, un reto para el internista, quien debe entonces mostrar su experticia y liderear el proceso diagnóstico, terapéutico y rehabilitador”.
Con el método clínico de punta de lanza, y bajo los principios de no tolerar la traición, la mentira y la deslealtad, la doctora Escobar sentó cátedra dondequiera que trabajó: el hospital Ambrosio Grillo durante 22 años como vicedirectora y tantísimas cosas más; el hospital General Doctor Juan Bruno Zayas Alfonso, del cual fue fundadora y jefa del servicio de Medicina Interna, y al que regresó ahora tras 18 años de labores en la Universidad de Ciencias Médicas como vicerrectora de Investigaciones.
Nunca decir nunca
Echar la vista atrás, repasar lo hecho, a veces asusta a la propia Nilia. ¿De dónde sacó tanta fuerza para tanto? ¿De dónde la capacidad de dirigir, superarse, jugar y estudiar con su hijo Osmany, hoy también médico, hacer guardias, consultar, retribuir el amor del esposo, atender tareas de su comunidad, dar clases, investigar, escribir artículos, presidir sociedades científicas y tribunales académicos, hacer una maestría…?
La respuesta está en sus propios orígenes, en sus raíces, en las que otra vez el padre puso la semilla: “Hacer lo que te guste, pero hacerlo bien”.
“Soy un poco su continuidad, y mi hijo también lo es, pero doblemente, porque se hizo especialista en Medicina Interna, con misiones internacionalistas, con una vida profesional y personal que me convierten en una madre feliz y orgullosa.
“Ese sentimiento se ensancha con mis nietos, Alex Enrique y Fabio Enrique, seres a los que amo profundamente, con pasión de abuela, y que me devuelven un cariño igual de grande.
“Solo me anima el deseo de que salga bien cada cosa, la atención al paciente, o la dirección de un proceso, puede ser la clase a alumnos de pregrado, o a los de posgrado. Decir no, me cuesta un mundo, casi nunca lo digo. En especial mi esposo, otro de mis grandes amores, me lo señala, entre comprensivo y preocupado por mi salud, pero dándome el apoyo necesario para que emprenda cada proyecto, así es de especial en mi vida, justo la persona con quien quiero estar hasta el fin de mis días.
“Por lo demás, lo que más he hecho es trabajar, sin intención alguna de trascender, incluso he querido muchas veces hasta pasar inadvertida. Por eso me sorprendió la noticia de que sería condecorada como Heroína del Trabajo de la República de Cuba, impensable para mí, con una dimensión que es acicate, imperativo de ser consecuente, y con el privilegio de que me la colocara en el pecho nuestro Primer Secretario del Partido y Presidente Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez.
“Se dice que es por todo lo hecho y a mí me parece que me reta a hacer más, a no quedarme quieta, a no dejar de entregarme en lo que hago, ya sea la asistencia o la docencia.
“Esa es ahora la nueva meta, hay que empinarse y con tal crecimiento contribuir a que los que vienen detrás sean mejores, ahí está la mayor satisfacción: ser ejemplo”.