Según datos ofrecidos por el Anuario Estadístico de Salud, dos millones 357 mil 313 cubanos tienen más de 60 años, lo que representa el 21 por ciento de la población del país.
Con ese índice de envejecimiento resulta esencial diseñar políticas y estrategias que garanticen la calidad de vida de los ancianos en nuestra sociedad, máxime cuando disminuyen indicadores como el número de nacimientos y la tasa de natalidad.
Hoy es esencial que quienes están en edad laboral y en capacidades de aportar, en las esferas productivas y de los servicios, no tengan en el cuidado de sus mayores una limitante.
Entre los padecimientos que exigen una atención permanente se encuentran las demencias seniles, cada 21 de septiembre se celebra el Día Mundial del Alzheimer, la conmemoración pretende visibilizar la enfermedad y abogar por el diagnóstico temprano de la misma, para que haya más oportunidades de intervención terapéutica tanto en quienes la sufren como las familias.
La revista Cubana de Salud Pública, en el volumen 39 del 2013, incluía en la sección cartas al director un texto del doctor en ciencias Juan de Jesús Llibre Rodríguez, bajo el título: “Demencias y enfermedad de Alzheimer: una prioridad nacional”, en el mismo aseguraba que en ese entonces la prevalencia de los síndromes demenciales oscilaba entre el 6,4 y 10,2 por ciento entre los de 65 años y más y que el Alzheimer era la de mayor frecuencia.
Acotaba que los 130 mil diagnosticados en ese momento deberían duplicarse para el 2020, si tenemos en cuenta, además, que entre los problemas asociados a dicha enfermedad está el sub-diagnóstico, la cifra podría ser superior.
Es un hecho que los cuidadores y allegados también se deterioran física y sicológicamente, por la carga que presupone tanto la atención directa como el costo financiero. Si a ellos sumamos que personas que podrían seguir siendo útiles se ven impedidas de hacerlo por asumir esta responsabilidad el daño económico es mayor.
Llibre Rodríguez en el texto antes mencionado, vaticinaba la triplicación de la cifra de 512 millones de dólares anuales, que era el costo estimado en Cuba en el 2013.
Crear instituciones especializadas para personas con dicho padecimiento o personal calificado que pueda atenderlos en sus domicilios, es algo que no admite dilación.
Una población envejecida requiere la armonización de programas y políticas que contemplen este elemento demográfico, si bien es un logro el incremento de la esperanza de vida, es también un reto que no podemos evadir.
El cuidado recae mayoritariamente sobre las mujeres, por la cultura patriarcal y machista, heredada de nuestros ancestros, lo que es a la vez un elemento de marginación, porque son las féminas quienes reciben la presión y se ven obligadas a renunciar a la realización profesional y personal.
Este año el lema es “Cero omisiones. Cero Alzheimer”, para insistir en la detección precoz y su mejor manejo, pero el contexto no podría ser más adverso, pues si esta enfermedad neurodegenerativa había sido catalogada por muchos entendidos en la materia como la epidemia del siglo XXI, la COVID-19 se robó el protagonismo.
La reclusión en el hogar, así como el abandono de rutinas diarias no favorece a quienes estuviesen en fases tempranas de desarrollo de dicha patología y la vuelta a la normalidad será un desafío mayor para esas familias.
Este no es un problema de un día, semana o mes, es algo que al menos, mientras no tenga cura, deberemos enfrentar como sociedad.