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Su pasión es resolver problemas

El doctor Pastor Castell-Florit Serrate tiene cara de hombre bueno. Es persona de buen conversar, de las que ofrecen rápida confianza a su inter­locutor. Con frecuencia cita a sus pa­dres, y también su humilde niñez en el pobladito matancero de Sidra. Im­pecable, con guayabera y pelado al calvo, por momentos presume —sin petulancias— de su buena memoria, y lo demuestra al repasar con lujo de detalles acontecimientos y fechas, nombres y circunstancias ocurridas a él en las últimas siete décadas.

 

Foto: Heriberto González

Es un hombre encumbrado por altos puestos y grandes honores pro­fesionales, tanto en el ámbito nacio­nal como internacional. Una de sus responsabilidades en la actualidad presidente del Consejo Nacional de Sociedades Científicas de la Salud, tiene carácter vitalicio; una de las pocas en el país con ese abolengo.

Nació un 22 de abril de 1947, hace 74 años; fue el más pequeño de cuatro hermanos, con un futu­ro muy sombrío, pues a no dudarlo, sin el triunfo revolucionario de ene­ro de 1959, solo podía aspirar a ser un buen carpintero ebanista, “como papá”, dice y sonríe.

Nadie, ni el médico chino —según el decir popular— pudo pensar en­tonces que aquel niño sería doctor, en Medicina y en Ciencias por dos veces, que no es lo mismo, que gana­ría el Premio Anual de la Organiza­ción Panamericana de la Salud; que sería el director de la Escuela Nacio­nal de Salud.

“Desde los 9 años yo trabajaba en la carpintería de papá. Empecé dan­do lija. Por la mañana a la escuela primaria y después a la carpintería; llegué a ganar 32 pesos semanales, con los que resolvía mis problemas y podía darle algo a mamá. Toda esa vorágine de trabajo y escuela me for­mó como persona”, refiere.

Cuando apenas tenía 14 años, Pastor se fue a Valles de Caujerí, en Baracoa, Guantánamo, al frente de 400 recogedores de café. “Fue un viaje tremendo. En un tren por 24 horas. Yo era en ese momento presi­dente de Unión de Estudiantes en mi secundaria básica, y al regresar ob­tuve una beca en Tarará para pasar el preuniversitario, que vencí en dos años”.

En su vida estudiantil pensó de­dicarse a la medicina interna, pues era lo que más le gustaba. Hizo su internado en el antiguo hospital Co­vadonga, con el eminente doctor Ma­cías Castro, a su decir, de los mejores profesores de medicina interna que ha tenido este país. “Fui el primer alumno de ese hospital, hoy Salva­dor Allende. Allí en la Sala Eche­verría atendía a 30 pacientes, pero al graduarme, en vez de ir a labores asistenciales “me mandaron a diri­gir”, recuerda hoy.

Como presidente de la Federa­ción de Estudiantes Universitarios en la Escuela de Medicina, y a la vez secretario de la Unión de Jóve­nes Comunistas, participaba direc­tamente en la ubicación de los gra­duados. “Teníamos encima los ojos de todos los alumnos y debía dar el ejemplo por lo que me propuse para ir a Holguín, a San Germán, pero finalmente me ubicaron en Isla de Pinos.

“Como allí no había director para el policlínico, entonces también lo fui. Hacía además —ocasional­mente— mis guardias médicas, y a los dos años, tras concluir mi servi­cio social, pasé a dirigir un muni­cipio en la antigua provincia de La Habana. Y luego otro. Y después fui director provincial. Si se me rompía el carro, yo me iba en guagua, por­que el trabajo no podía esperar”.

Dicen que al ser promovido como director de Salud en la capital cubana, el jefe de la Revolución, ala­bando a Castell, preguntó a quienes lo dirigían anteriormente por qué se lo habían dejado quitar. Para él, or­gulloso, no es anécdota. Parece creer que así ocurrió.

Y no era para menos, pues el aún joven médico, graduado en diciem­bre de 1970, había encabezado aque­lla anterior provincia por 13 años y con muy buenos resultados. “A par­tir de entonces, en cuatro años pasa­ron por aquel puesto cuatro directo­res”, recuerda. Le agregué entonces: “Doctor, es que allí usted trabajó mucho y bien”.

Ese camino largo…

Héroe del Trabajo de la República de Cuba (2020), Académico Titular de la Academia de Ciencias de Cuba y Profesor e Investigador de Mérito, Especialista de Primer y Segundo Grados en Administración de Sa­lud, y ganador en el 2016 del Premio Anual de la OPS en Administración de Salud, entre otros muchos méri­tos.

 

El Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, condecora al doctor Castell-Florit con el Título Honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. Foto: José R. Rodríguez Robleda

 

Un camino largo, “pero asegu­ro que para lograr lo alcanzado, de mucho me ha servido no olvidar las enseñanzas de mis padres, Juan An­drés, con cuarto grado, y María Do­lores con tercero.

“Donde yo dirigía las mesas del comedor tenían su mantel y los juegos de cubiertos eran completos, incluida la cucharita para el postre, aunque solo hubiera arroz con frijo­les. Lo aprendí de mamá.

“En mi método de dirección tie­ne un gran significado el valor de las personas. Para mí tiene igual valor el doctor en ciencias, que el que lim­pia, el que cocina, quien lava, porque si estos no cumplen con su labor el doctor en ciencias tampoco puede hacer su trabajo.

“Me gusta gerenciar. Llevar por los mejores caminos las relaciones interpersonales. Me gusta resolver problemas colectivos. Es algo que in­cluso he estudiado.

“Cuando un subalterno pedía hablarme algo, yo mismo iba a su puesto de trabajo, ya fuera en la co­cina, el jardín o en el taller de mecá­nica. Todo eso contribuyó a mi éxito en la dirección”.

También fracasos

“Claro, también he tenido fracasos, pero creo que han sido más los éxi­tos. Y he podido revertir los malos momentos. En eso me ha ayudado mucho que soy muy receptivo. Asu­mo cualquier crítica. Oigo a los de­más e incorporo mucho de lo que me dicen”.

¿Alguna frustración?, pregunté. “No, ninguna. Cuando me dieron la primera tarea de dirección pensé que iba a ser algo transitorio. Pero al llegar a La Habana me di cuenta que mi carrera sería ya como directivo. Es más, me alegré, porque hay ras­gos personales que me han ayudado: quizás tenga yo algún atributo de li­derazgo”.

Su especialidad es Organización y Administración de Salud y se de­dica a la ciencia de la salud pública, a la salud colectiva, a la medicina social, a lo que afecta a las grandes poblaciones. Esta especialidad está dirigida a luchar por la salud, el bienestar y la calidad de vida de las personas. Promotor de la intersecto­rialidad como tecnología de la admi­nistración y la gerencia —tema de su doctorado—. “La salud pública no es exclusiva del sector salud, sino que tiene que ver con todos los sectores”.

 

De lo humano y lo divino

Sí, de ello también me habló el doc­tor Castell. Se ha casado tres veces y tiene tres hijos. Cuando falleció su segunda esposa creyó que el mun­do le caía encima. “Fue muy difícil. Luego llegó Barbarita, 18 años me­nor que yo, y llena ahora mi vida. Por suerte la pude llevar a Estados Unidos cuando gané el premio de la OPS. Con el dinero del premio pude pagarle su pasaje y hospedaje.

“Leo mucho. No, no soy toma­dor de cerveza, aunque mi primer discurso, el de graduación, fue en la cervecería del Cotorro. Unos pocos tragos de whisky y ya. No más.

“Aunque nadie es imprescindi­ble, ahora mi gran preocupación es quién me sustituirá allá en la Escue­la Nacional. Con la COVID-19 he­mos perdido tiempo en la formación de sustitutos. Pero tenemos algunos especialistas de los que pudieran sa­lir directivos principales.

“Además de la satisfacción per­sonal, ser héroe significa trabajar mientras tenga potencialidades. Ja­más decir que no. Seguir haciendo lo que siempre hice. También es no olvidar que hay otros verdaderos hé­roes que nunca han sido condecora­dos.

“Ahora con la pandemia estoy más tiempo en la casa y me he apa­sionado con los seriales televisivos y con la cocina. Esa es una de mis responsabilidades domésticas. ¡Y la cumplo bien! Al menos mi esposa está muy contenta”.

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