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El son de Adalberto, el son de Cuba

Decía Adalberto Álvarez que el son era más que un género, para él era un entorno sonoro, una na­turaleza, un universo. Lo expli­caba hace algún tiempo, en una conversación informal en la que participaba este cronista: “El son ha permeado muchos géne­ros musicales; ha influido quizás más que ninguna otra expresión en el complejo de la salsa; va más allá de la música y se hace dan­za, poesía… hasta pintura; es una manera de enfrentar la vida; es una cultura. El son es el espí­ritu musical de este país”.

Había que ver con qué entusias­mo exponía el maestro sus argu­mentos. Pero él sabía que más que las palabras, por muy convincentes que fueran, su defensa mayor del extraordinario legado del son era el son que hacía, desde hacía mu­chísimo tiempo, y que era (que es, que será) patrimonio de su pueblo.

Cuba ha despedido a uno de sus más queridos artistas, a un hombre de arraigada proyección popular. Muchas de las frases de sus temas se incorporaron al gra­cejo de la gente. Muchos de esos temas son clásicos indiscutibles de la música bailable, aquí y aho­ra. La banda sonora esencial de este país estaría incompleta, por ejemplo, sin ese A Bayamo en co­che que durante tantos años can­taron y bailaron cientos de miles de cubanos, que siguen cantando y bailando cada vez que suena porque es una composición riquí­sima en valores rítmicos y meló­dicos, música para toda la vida. Y como esa, tantísimas más.

Adalberto Álvarez integra el panteón de los grandes sone­ros cubanos, figuras en las que él ahondó desde sus años de es­tudiante y honró con su ejercicio interpretativo. Él se consagró a esa tradición. Y como sus gran­des antecesores, la enriqueció. La musicología nacional ha reco­nocido singulares aportes al en­tramado del son. Fue maestro de varias promociones de músicos, referente en Cuba y en el conti­nente.

Pudo haberse regodeado en su realización personal, pero se con­sideraba abanderado de un com­promiso cultural, con profundas implicaciones sociales: que el son preservara su lugar en la cultura cubana, que fuera reconocido como tesoro musical de la nación. Innu­merables resultan sus aportes en ese sentido, que el 8 de mayo fuera declarado Día del Son Cubano fue una de sus más recientes alegrías. En aquella conversación bromea­ba: “Ya yo puedo desaparecer, ya puedo retirarme porque dejamos una fecha para el son”. Uno de los presentes le ripostó: “Usted no va a desaparecer nunca, maestro. Su música lo ha inmortalizado”. Pala­bras como un templo.

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