La pista volvió a estar mojada, pero poco importó. Ella sabía que era su última carrera en estos Juegos Paralímpicos y que en la casa, su hija Erika, como muchos cubanos, estaba frente al televisor para verla ganar, sonreír, saltar, disfrutar. Y como si fuera poco les regaló a todos un récord mundial y olímpico en 200 metros: 23.02 segundos.
Omara Durand completó este 4 de septiembre lo prometido: tres títulos para Cuba. En 400 lució inmensa y elegante. En 100 más explosiva y rápida. En 200 ambiciosa y precisa. Ya guarda ocho títulos paralímpicos desde que debutara en Beijing 2008, quizás la lid más amarga por una lesión inesperada que le impidió subir al podio.
Luego llegaría Londres 2012 con doradas en la vuelta al óvalo y el hectómetro y en Río de Janeiro 2016 sumó el primer trío de oro al incorporar los 200 metros. El remake en Tokio 2020 tuvo la particularidad de alcanzarlo en medio de la Covid-19, cuando el entrenamiento fue intermitente y muchas veces tuvo que correr en casa por la imposibilidad de ir a la pista del estadio olímpico habanero.
Pero la grandeza de la santiaguera pasa además por las palabras agradecidas y que nunca olvida en cada entrevista para su guía Yunior Kindelán y la entrenadora Mirian Ferrer. El primero la acompaña desde el 2014 en cada jornada y cada triunfo. La segunda la ha hecho campeona, pero además «me ha ayudado a sentirme un ser humano como todos, a pesar de mi debilidad visual: catarata congénita», declaró en entrevista exclusiva a este periodista.
Muchas emociones guardan esas piernas y ese corazón de atleta. Hay quien gusta hablar solo de medallas y récords, cuando Omara prefiere sacrificio, placer, orgullo y amor al deporte. Es una cubana paradigma, de las que hace feliz a un pueblo con la misma facilidad que lo hace llorar. Erika se volvió a sentir orgullosa de su mamá hoy y cuentan que le dijo a su abuela: ¡qué grande es mi mamá, abuela, qué grande!!!!!
