Había estado aparentemente tranquilo. Tenía la medalla de oro asegurada y aún así se dispuso a hacer el último salto.
Robiel Yankiel Sol Cervantes arrancó a correr, fue aumentando frenéticamente la velocidad y cuando llegó el momento de despegar, entregó su cuerpo al aire.
Justo entonces, en pleno vuelo hacia la inmortalidad, la manifiesta ecuanimidad desaparecía de su rostro.
Suspendido, haciendo lo posible por volar más lejos, su joven semblante de 18 años comenzó a estrujarse, dando todas las señales de un llanto inminente.
Toda aquella aparente tranquilidad, hecha de sueños, nervios y esfuerzo, quiso aflorar en aquel salto de desahogo.
Salto grande. Robiel salió disparado a las gradas y como del cielo cayó en su manos la bandera cubana. ¡Ah! El salto había sido foul, pero eso no le interesaba a nadie.
Él ya era Campeón Paralímpico con récord de 7.46m para este tipo de citas en la clase T46. Desde los palcos se lo gritaban: «¡Campeón paralímpico!», como para que terminara de creérselo.
Y Robiel se arropaba con la enseña nacional, mientras las cámaras descubrían su cara, empapada en el llanto que ese último salto se empeñó en precipitar, precipitando a la par el primer metal dorado para Cuba en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020.