La pandemia ha marcado de tal manera las dinámicas sociales que la propia noción de las etapas de receso se ha relativizado. Como ya es tradición, la Televisión Cubana concibió una programación para el descanso veraniego, aunque hace tiempo que los niños están en casa y muchos de los adultos también. Y ahora, cuando faltan casi todas las opciones de entretenimiento que impliquen convocatorias populares, la singularidad y el atractivo de una programación de verano en la Televisión tendría que extenderse más que nunca al año entero.
No obstante, hay que agradecer el empeño. Se ha logrado en buena medida distinguir la propuesta desde una concepción estructural que busca la coherencia y la articulación sistémica.
La programación de verano no está solo en Cubavisión (CV), aunque el canal generalista acoja algunas de las más significativas opciones. Pero la diversificación y la especialización de los contenidos en todos los canales tiene que seguir siendo línea de trabajo. Es preciso consolidar ese camino.
El plato fuerte de Tele Rebelde, por supuesto, ha sido la transmisión, durante las 24 horas, de los Juegos Olímpicos de Tokio, a la que se sumó el Canal Educativo. Extraordinaria fue la cobertura, pocos canales públicos del mundo pudieron contar con tantas horas en tantos deportes. Y fue funcional la manera en que se articularon los espacios de análisis y las retransmisiones.
El set olímpico convenció a muchos por su monumentalidad y la eficacia del diseño (aunque, como suele suceder, la iluminación no estuviera siempre a la altura). Es alentador ese sentido del espectáculo en la presentación deportiva. Falta en otros ámbitos de la Televisión, en los que la medianía o la cautela priman.
Aunque ciertos programas musicales, particularmente Canción contigo (domingos, CV), lograron cierto despliegue en sus puestas, se extrañaron las grandes propuestas a las que ya había acostumbrado al público, con sus luces y sombras la productora RTV Comercial. La contingencia sanitaria jugó en contra. La noche del sábado todavía no tiene el programa que se merece. Mejor servidos estuvieron los niños, con ofertas nacionales (interesantes Corazón feliz y Travesura musical, los sábados en CV) y extranjeros que cubrieron un amplísimo espectro genérico.
La programación fílmica siguió apostando por una variedad que resulta complicado garantizar todo el tiempo, pero que se afianza en espacios especializados. Plausible la transmisión de películas cubanas, gracias a la colaboración con el Icaic; permanente demanda de muchos espectadores.
Hay telenovela cubana de estreno, que alterna con la brasileña de turno (¿algún día se podrá estabilizar la frecuencia diaria de las telenovelas en horario estelar? —esa es la pregunta del millón); pero a estas les dedicaremos comentarios más adelante, como es tradición.
Relevante ha sido el estreno de varios dramatizados unitarios, cuentos y telefilmes que en general tributan al salto de calidad formal de dichos géneros en los últimos años. Poco a poco el dramatizado cubano ha ido acercándose a ciertos estándares internacionales (desde el punto de vista de la factura), y en ese sentido los productos no seriados están en la vanguardia. La aspiración debería ser que todas las telenovelas cubanas “se vieran” como la mayoría de los telefilmes nacionales.
Ninguno de los nuevos programas humorísticos ha logrado el impacto popular que, afortunadamente, mantiene Vivir del cuento; si bien La hora de Noelia ha dividido al público entre admiradores entusiastas y detractores enfáticos.
El desafío mayor de las series humorísticas, más que el tema o incluso las potencialidades de la historia, está en el tono, y en su concreción en el guion y la puesta. Para eso no bastan los personajes, aunque estén bien construidos.
Las estrategias de promoción de la propia Televisión merecerían un análisis más reposado. Cubavisión, por ejemplo, ha ido consolidando una identidad de canal, que se evidencia en su programación de cambio. El verano televisivo siempre ha sido laboratorio y plataforma de lanzamiento de nuevas maneras de hacer.