Cerca de mi casa hay un mercado de nuevo tipo, de los doce que ya existen en la capital cubana, como parte de las políticas de comercialización de productos agropecuarios que se abren paso en el país.
Era un antiguo y amplio establecimiento que exhibía casi siempre tarimas tristes y semivacías, que de la noche a la mañana recibió el beneficio de un remozamiento de su imagen, y donde ahora casi siempre hay camiones que a diario descargan mercancía.
Debo confesar, no obstante, que todavía no he podido entrar al restaurado agromercado de mi barrio, porque siempre que paso hay mucha cola, señal de que hay surtidos atractivos, pero todavía no suficientes como para satisfacer la demanda.
Y en realidad ese es el eterno dilema de la venta de alimentos en Cuba, así que siempre será de agradecer todo lo que se haga en función de fortalecer la capacidad productiva en el campo y de flexibilizar el acceso de productores e intermediarios al mercado.
Las nuevas políticas, como se ha explicado, se proponen de romper esquemas y quitar trabas para la comercialización mayorista y minorista de productos agropecuarios.
Establecer bases para una mayor concurrencia que se revierta en ofertas no solo mayores en cantidad, sino con mejor calidad y presentación, es el propósito de las normas jurídicas más recientes que vuelven sobre un problema nunca antes resuelto del todo, no obstante las diversas fórmulas implementadas.
Ahora, sin embargo, la apuesta es por una combinación más amplia y amigable entre todas las formas de gestión, estatales o no, que puedan acudir a la venta de mercancías agrícolas, bajo el principio de estimular esa gestión comercial, con mayores beneficios para quienes más iniciativa y capacidad de organización tengan.
A la ciudadanía, dígase consumidores, en realidad nos importa poco o nada quién o cómo se administra un mercado, si en él encontramos surtidos variados, a precios asequibles y bien presentados.
De hecho, a veces es preferible pagar un poco más caro, y llevar a casa un producto limpio, empaquetado y semiprocesado, que la compra a riesgo de grandes cantidades de un producto que puede luego salirnos malo, a la hora de usarlo en la cocina.
O sea, todas las alternativas tienen que jugar su papel en la comercialización de productos agropecuarios; diversificar y descentralizar también las ventas hasta todo lo que sea posible, sin perder la posibilidad de controlar y supervisar que no haya abusos de precios ni robo en las pesas.
La creación de los comités de contratación y precios en municipios y provincias apunta a esa delegación de facultades superiores a los territorios, para organizar desde abajo la mejor distribución posible de las ofertas existentes, y velar también por el bolsillo de la población mediante la fijación de precios de acopio y de venta en correspondencia con la disponibilidad de productos.
Y lo más importante, no dar por sentado que estructuras o políticas funcionarán solo por que existan. Hay que chequear su funcionamiento sistemático y ampliar su alcance cada vez más a todos los puntos de venta.
El mercado de nuevo tipo de mi barrio, como les dije, está ahora hermoso y parece que muy bien concurrido, aunque siempre con cola. El otro agro pequeño y humilde de la esquina de casa, a mí en lo particular todavía me resuelve más. Cuando quiero gustos, una cooperativa agrícola cercana provee las viandas o frutas ya peladas y con mayor calidad y precio. En caso de desesperación y apuro, puede aparecer también un carretillero o quisco salvador. En fin, que haya donde escoger en materia de comercialización agrícola. Y que lo nuevo, sea tipo; no excepción.