Los recuerdos se agolpan en la memoria de Aida Hernández Sabourín como borbotones de agua apresurados en salir, aunque hayan pasado los años y el tiempo insista en cerrar heridas. Jamás pudo olvidar el rostro del joven revolucionario Iván Rodríguez Rodríguez, vilmente asesinado por los esbirros de la dictadura de Fulgencio Batista.
“Nunca pensé que se podía hacer tanta tortura a una persona: Iván no tenía un diente, no tenía ojos, no tenía uñas, ni en las manos ni en los pies; los órganos genitales eran una cosa lisa y además le habían pasado un alambre debajo de las tetillas.
“Era un joven muy valiente. Fue asesinado el 27 de octubre de 1958, lo encontramos días después de su desaparición. Lo conocimos su madre y yo porque Iván tenía una pierna más larga que otra y la mamá le hacía un calzo de cartón. Al quitarle el zapato, vimos que lo tenía”.
Aida era casi una niña, cuando en 1955 ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza en Guantánamo. Eso no le impidió comenzar a tomar parte de la activa vida política que ahí se generaba. Participó en huelgas estudiantiles y en acciones de combate desde la clandestinidad.
“Vivíamos en Jamaica y mi familia era humilde. Mis padres, Vicente y Carmen, educaron a sus 10 hijos en el amor a la Patria. Cuando les dije en lo que estaba, mi padre expresó que si yo, con 12 años sabía lo que iba a hacer y lo que eso significaba. No puso objeción, señaló que me apoyaría en todo.
“Un día le llevé unos brazaletes del M-26-7 y uniformes para que los guardaran. Al cabo de varios días, se los pedí y me los entregó. Algunos de mis hermanos también tomaron parte en la lucha”.
Con orgullo recuerda haber estado en el grupo de guantanameros que el 29 de marzo de 1958 estableció contacto con el jefe del recién creado Segundo Frente Oriental Frank País, el Comandante Raúl Castro Ruz. “Noemí Rodiles Planas, Víctor Manuel Nicot Palacios (Chichito) y yo fuimos designados por la Dirección del Movimiento 26 de Julio en el territorio guantanamero para entregar un mensaje a Raúl. Según supimos después, en el documento se confirmaba el encuentro que sostendrían él y el jefe de acción y sabotaje del M-26-7, René Ramos Latour (Daniel).
“Fue un encuentro de mucho optimismo, en el cual Raúl nos habló de la travesía que habían hecho por la Sierra Maestra y de la fábrica de granadas M-26 para fusiles; nos inspiró mucha fe en la victoria”, manifestó.
Durante la lucha guerrillera, ella se mantendría junto a otro valioso grupo de combatientes guantanameras que trasladaban desde la ciudad suministros, pertrechos de guerra y otros artículos a la Comandancia y a las Columnas que operaban en Frente.
Recuerda que al final de la guerra, estaba prácticamente alzada junto a otras compañeras. “Éramos contacto del Coordinador del Movimiento 26 de Julio en Guantánamo y trasladábamos mensajes a los jefes de las diferentes columnas y la Comandancia del Segundo Frente.
“Entré a la ciudad de Guantánamo con los combatientes de la Columna No. 18, que junto con las Columnas No. 20 y 6, tenían la misión de tomar el cuartel de Guantánamo. Ahí ayudamos a recoger las armas y desarmar el ejército. Me dieron un fusil San Cristóbal, el cual tuve en mi poder hasta mediados de 1959”.
El sueño hecho realidad
El triunfo de la Revolución fue el sueño hecho realidad, el cual muchos de sus compañeros de lucha no pudieron disfrutar. De inmediato se incorporó a todas las tareas y fue una de las tantas cubanas que se lanzaron a la batalla por eliminar la discriminación de las mujeres y lograr la igualdad de derechos. “En los primeros días fui designada para participar en el Tribunal Revolucionario que se designó para juzgar a los principales sicarios de la dictadura en Guantánamo.
“Participé en la campaña de Alfabetización como responsable de propaganda de la Comisión del Barrio de San Francisco; por las noches alfabeticé a tres familias, fue hermoso contribuir a que otras personas aprendieran a leer y escribir”, aseveró.
En 1959 ingresó en las Milicias Nacionales Revolucionarias. “Fui responsable de la Milicia Femenina en el ministerio. Pasé cursos, nos preparamos para defender a la Revolución, al precio que fuera necesario. Ya en 1965, al fusionarse las Milicias Femeninas y Masculinas, ocupé en mi ministerio el cargo de jefe de personal del Estado Mayor del Batallón Antonio Guiteras”.
“Estando en el Ministerio de Hacienda, en 1962, seleccionaron a los mejores empleados para enviarlos a un curso de superación de seis meses a la extinta Unión Soviética. Fue una experiencia muy importante, y al regreso me designaron jefa del Departamento de Financiamiento Agropecuario del INRA y del Instituto Nacional de la Pesca”, agregó.
Con la pasión de la juventud, Aida se incorporó a todas las tareas: participó en los trabajos voluntarios; fue militante destacada en la Unión de Jóvenes Comunistas y fundadora de la Federación de Mujeres Cubanas, así como de los CDR, organizaciones en las que ocupó disímiles responsabilidades en diferentes niveles.
Aida fue delegada al IX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en Argelia, y desde 1966 hasta 1972, fue cuadro de la Comisión de Relaciones Exteriores de la UJC.
Una de sus experiencias más extraordinarias fue su labor como miembro del Comité de Solidaridad con Vietnam, Cambodia y Laos. “En una visita a Vietnam, acompañando a la Heroína del Moncada, Melba Hernández, tuve la oportunidad de conocer al líder vietnamita Ho Chi Minh. Ese día nos recibió en su modesta casa, y junto a un grupo de niños, conversó con nosotras, habló en tono bajo y pausado. Estaba muy agradecido de todo lo que hacía Cuba por su país y decía que quería conocer a Fidel Castro. Cuando nos íbamos, nos llevó al pequeño jardín y nos regaló una de sus rosas”.
En 1977 logró una de sus metas: concluyó sus estudios universitarios como Licenciada en Economía. En la Unión de Empresas Poligráficas, donde fungió como Directora Económica, desempeñó su vida laboral durante años, y alcanzó la condición de Vanguardia Nacional del sector. Entre las múltiples condecoraciones alcanzadas, se encuentran las Medallas: Combatiente de la Lucha Clandestina, Combatiente de la Guerra de Liberación, de la Alfabetización y la Raúl Gómez García.
Al repasar su intensa vida, esta cubana piensa que aún le queda mucho por contar sobre esa epopeya en la tomaron parte la familia y sus hermanos de lucha, “para que nadie olvide cuánta sangre joven se derramó para alcanzar la victoria”.